Manejo de la iglesias por parte de los ancianos, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7182-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Todos sabemos que para hacer cualquiera cosa, lo primero que se necesita es encontrar la persona que lo haga, y después el método. Los chinos dicen que la clase de obra que se realiza depende de la clase de persona que la lleva a cabo. El método quizás sea el mismo. No obstante, si usted la lleva a cabo, saldrá bien, pero si yo la hago, quizás salga mal. Cuando usted la hace, tal vez haya un buen resultado, pero cuando yo la hago, el resultado puede ser no muy bueno. Así pues, el problema no es el método, sino la persona. Con respecto a la administración de la iglesia por parte de los ancianos, no hacemos hincapié en el método de administración; más bien, lo importante es la persona que administra. El método correcto no nos asegura que la iglesia será bien administrada. Es solamente cuando la persona sea la correcta que la iglesia será bien manejada. Por lo tanto, lo más necesario es la persona; los métodos son secundarios. Sin la persona que administre, el método no vale nada. Los resultados serán beneficiosos sólo cuando esté presente la persona que administra y ella aplique los métodos apropiados. La persona es lo fundamental.
Esto nos muestra que todo el que considere el manejo de la iglesia desde el punto de vista de los métodos está equivocado. El asunto debe comenzar con la persona misma, esto es, con el propio anciano. Es inútil cambiar el método; lo único que dará resultado es cambiar a la persona. Quizás algunos hermanos hayan pensado que es muy difícil encontrar material de consulta sobre el manejo de la iglesia por parte de los ancianos, que no existe ningún libro por el estilo ni testimonios al respecto, y que también es difícil encontrar en la Biblia todo lo referente a este tema. Muchos están desconcertados en cuanto a cómo los ancianos deben encargarse del manejo de la iglesia. Podrían pensar que ahora que el hermano Lee va a hablar sobre la manera en que los ancianos deben encargarse del manejo de la iglesia, todo será maravilloso, y que ahora todos sabrán cómo encargarse del manejo de una iglesia. Pero hermanos, no existe tal cosa. Posiblemente después de este capítulo acerca del manejo de la iglesia por parte de los ancianos, ustedes quedarán más confundidos y más perplejos. Cuanto más les hable, más confundidos estarán. Cuanto más les hable, menos sabrán cómo encargarse del manejo de la iglesia. Esto se debe a que el manejo de la iglesia depende primeramente de la persona. El método es secundario.
Quisiera darles una solemne advertencia a los hermanos que manejan los asuntos en la iglesia: es peligroso usar cualquier método cuando la persona no es la correcta. ¿Qué son los métodos? Definiéndolo de una manera no muy agradable, diremos que los métodos son astucias. Ser astuto equivale a ser diplomático. Al administrar una iglesia, usted no puede ser diplomático. El trabajo de todos los que realicen el manejo de la iglesia de forma diplomática resultará en vanidad. Los políticos mundanos pueden jugar a la política, pero los ancianos de la iglesia no pueden hacer lo mismo. La iglesia no es una sociedad, sino una familia. En una familia la cabeza del hogar no puede ser astuto ni jugar a la política. La cabeza del hogar gobierna la familia con base en su persona. La persona es la que gobierna la familia, no un método. De la misma manera, la iglesia es la casa de Dios. Lo que se necesita no es un buen método de administración; antes bien, la necesidad es tener una buena persona que administre.
Tomemos el corazón como ejemplo. La necesidad más grande de uno encargado del manejo de la iglesia es que tenga un corazón ensanchado. Con respecto a este punto, quizá hablaré más en el siguiente capítulo. Por supuesto, hay muchos otros aspectos relacionados con el corazón del anciano, pero lo más indispensable es que tenga un corazón ensanchado. Si un anciano tiene un corazón estrecho, de inmediato surgirán problemas. Personalmente he visto suceder esto en la iglesia. Cuando surge un problema en la iglesia, ello se debe a la estrechez de corazón de los ancianos. Hablando con propiedad, todos aquellos que tienen un corazón estrecho no pueden ser ancianos. Quizás usted pregunte: ¿Qué puedo hacer si soy de corazón estrecho por nacimiento? Debe ir a su casa a orar. El Señor cambiará su corazón. El corazón de los ancianos tiene que ser tan grande que quepa en él no sólo un puño, sino toda la tierra. Un anciano debe tener un corazón ensanchado.
Sin embargo, recuerden que tener un corazón ensanchado no es un método, sino algo relacionado con la persona. Si un anciano se da cuenta de su propio problema, y se humilla y confiesa que su corazón es en verdad estrecho, y que en lo sucesivo tratará de ser una persona de corazón ancho, hermanos y hermanas, eso sólo será un método. Si su corazón es estrecho, de nada servirá que usted trate de ser una persona con un corazón ensanchado.
No sé si ustedes pueden discernir la diferencia. Algunos ancianos tienen un corazón ensanchado porque su persona es así. En cambio, otros ancianos parecen tener un corazón amplio sólo porque usan un método. En realidad, sus corazones son estrechos, pero a fin de atender cierta necesidad práctica, adoptan el método de ser amplios. Quisiera decirles a los hermanos y hermanas que a la postre esa amplitud llegará a ser su estratagema.
Les doy este ejemplo para mostrarles que el primer problema que un anciano tiene que resolver es su propia persona. Usted no puede contentarse meramente con un cambio de método. Por supuesto, no quiero decir que no sea necesario cambiar los métodos. Lo que quiero decir es que no es suficiente simplemente cambiar de método; antes bien, lo que tiene que cambiar es la persona. Si usted es una persona con una mentalidad estrecha, pero trata de ser un anciano que se comporta de una manera muy amplia, el resultado ciertamente será el fracaso. No se puede cambiar solamente el método sin cambiar la persona.
Podemos tomar otro ejemplo. Algunos ancianos aman mucho al Señor y son muy dedicados al servicio, pero en su vida diaria se conducen descuidada y relajadamente en su lectura de la Palabra y en la oración. Un día ellos se encuentran en una situación en la que tienen que guiar a los hermanos y hermanas a leer la Biblia y a orar, y a fin de ser un modelo para otros y un ejemplo para el rebaño, empiezan a leer la Biblia y a orar apropiadamente. Les digo que esa clase de lectura y oración no durará. Puedo garantizarles que ellos no durarán más de dos o tres meses haciéndolo. Creo que entienden lo que quiero decirles. Lo que tenemos aquí es un método, y no la persona. Si desean ayudar a otros a leer la Biblia y a orar, ustedes mismos primero tienen que ser personas que leen y personas que oran. Tienen que ser esa clase de personas ya sea que sean ancianos o no. La lectura y la oración no deben ser su método; deben ser su persona. Si usted solamente lee la Biblia y ora porque es un anciano, esa lectura y oración son el método de ser un anciano. Eso no funcionará. Usted tiene que ser la persona correcta a fin de ser un anciano.
Tomemos otro ejemplo. Un anciano tiene que ser sincero. Ustedes quizás se pregunten cómo un hermano que es deshonesto, fingido y astuto puede ser anciano. Sin embargo, tengo que decirles que el hombre no es nada sencillo; el hombre es un ser muy complicado. Ciertamente he visto ancianos en la iglesia que aman al Señor y son sinceros en su búsqueda, pero que a la vez son deshonestos. Supongamos que un hermano claramente ha cometido errores delante del Señor, y el Señor permite que yo, como anciano, lo haya visitado, y el hermano muy humildemente me pregunte qué debe hacer. Si yo soy una persona de mucho tacto, le diría: “Hermano, usted está bien. Usted no tiene ningún problema”. Sin embargo, eso es ser deshonesto. Ésa no es la manera honesta de tratarnos unos a otros. Aunque un cristiano tiene que aprender a ser humano, no debe aprender a serlo como lo hace la sociedad en el mundo. Ser humano de esa manera es fingirse hasta un ochenta o noventa por ciento del tiempo. Cuando un hermano acuda a mí, aun si veo que no puedo hablarle severamente ni con franqueza, al menos no debo elogiarlo diciéndole que él está bien. Debo considerar su condición y su capacidad para recibir. Si él no puede recibir una reprensión franca de parte mía, entonces es mejor que me quede callado y me quede como una persona muda delante de él. No puedo decirle que está bien y que es una persona muy buena. Proceder de esa manera es fingir ser algo que uno no es.
A menudo me he encontrado con esta clase de situación. A veces, después de conversar con un hermano en tales condiciones, el anciano que había dado el elogio enseguida se volvía a mí y me decía: “Hermano Lee, ese hermano está muy mal”. Al oír esto, de inmediato cambió mi semblante, y le dije: “Hermano, usted no es un anciano. ¡Usted es un Judas! Hace veinte minutos mientras usted hablaba con él, dijo que él era una persona muy buena. Pero ahora que acaba de irse, me dice que él es terrible. Usted no se comporta como un cristiano. Usted está engañando a su hermano”. A veces el anciano se atrevía a darme explicaciones, diciendo: “Oh, es que usted no sabe cuán malgeniado es ese hermano. Si usted le dice que no es bueno, de inmediato se enojará. A veces puede reaccionar peor, y hasta podría golpearlo”. Le dije: “Hermano, aun si usted temía que él lo golpeara, de todos modos no debió haberlo elogiado. Eso es mentir. Si usted cree que él no puede recibir una reprensión, entonces quédese callado cuando él hable con usted. A veces el silencio puede ser más poderoso que hablar con franqueza. No es necesario que lo provoque, pero tampoco debe elogiarlo”.
Hermanos y hermanas, a menos que no hagan nada, tarde o temprano todo lo que ustedes hagan, por mucho que quieran mantenerlo en secreto, otros se enterarán de ello. Tal vez usted le diga a un hermano que él es muy bueno, y después que él se vaya, se dé la vuelta y diga que él es terrible. Tal vez usted piense que ha dicho eso a sus espaldas y no en su cara, pero le aseguro que en menos de medio año, él se enterará de ello. Entonces él le dirá que en cierta fecha usted como anciano lo elogió en su cara, pero que en cuanto se marchó, lo criticó y dijo que era una persona terrible y que, por tanto, usted es una clase de persona cuando está delante de él y otra clase de persona cuando está a sus espaldas. De ese modo, usted se habrá traicionado a sí mismo por ser la clase de persona que es.
Por consiguiente, un anciano debe aprender a ser una persona fiel y sincera. Jamás debemos decir delante de los hermanos nada que realmente no queremos decir. Cuando nos sea difícil decir algo, podemos permanecer callados, pero nunca debemos decir nada que realmente no queremos decir.
En el pasado algunos hermanos me han preguntado muy amablemente por qué me quedé callado y no dije nada cuando ellos vinieron a hablar conmigo para que les dijera algo acerca de su condición. Les he dicho: “Hermano, usted sabía cuál era su condición en ese entonces. Si yo le hubiera dicho algo en ese momento, ¿cuáles habrían sido las consecuencias?”. Después de reflexionar unos minutos, dijeron: “Tiene usted razón, hermano. Usted sabía que yo no podía soportarlo en ese entonces. Así que no dijo nada porque sopesó mi condición en aquella ocasión”.
Permítanme decir algo más acerca del fingimiento. Los ancianos deben amar a los hermanos y a las hermanas y ocuparse de ellos. Este amor y preocupación debe ser algo que forma parte de su persona, y no meramente un método. Es posible que yo ame genuinamente a los hermanos y hermanas como resultado del amor del Señor que está en mí; es decir, el Señor ha puesto en mí un amor por los hermanos y hermanas, y no puedo evitar amarlos. De manera que cuando veo a un hermano enfermo, espontáneamente me preocupo por él; si sé de un hermano que ha perdido su trabajo, espontáneamente siento preocupación; o cuando otro tiene alguna necesidad, yo siento su necesidad. Esto demuestra que mi amor e interés corresponde a mi persona. Eso es lo correcto.
Pero supongamos que cierto anciano se encuentra con un hermano que tiene alguna necesidad, y le dice: “Oh hermano, la necesidad que usted tiene es muy apremiante. Que el Señor le conceda Su gracia”, y después que se da vuelta, olvida totalmente el asunto. Eso es fingir. Si usted no tiene un verdadero interés por esa persona, no debe decir esas palabras. Cuando él pierde su trabajo o experimenta aflicción, usted no tiene que expresar ese gesto fingido si realmente no está preocupado por él. Hacer eso es falsedad. Quizás esté muy bien que usted sea una persona falsa si, después de actuar de manera fingida, usted se muda a la luna. De lo contrario, los demás a la postre se cansarán de oír sus “oh” tan comprensivos, y dirán que ese anciano está fingiendo.
Reconozco que esta lección es difícil de aprender. Todos somos hijos de Adán, y es difícil tener un corazón ensanchado. Todos tenemos una naturaleza perversa. Ser humanos es fácil para nosotros, pero ser sinceros al relacionarnos con los demás es muy difícil. No obstante, hermanos, puesto que hemos recibido misericordia de parte del Señor para haber sido nombrados ancianos entre Su pueblo, debemos ser personas honestas. No estamos aquí para aprender algunos métodos para ser ancianos. En vez de ello, estamos aquí para ser alumbrados, para someternos bajo las manos del Señor y para recibir Sus tratos para con nosotros. No es cuestión de adquirir cierto método, sino de recibir Sus tratos. Ser un anciano es algo que tiene que ver con la persona. Tan pronto como nos enfrascamos en los métodos, inmediatamente fingimos ser algo que no somos.
Hermanos, incluso en su amabilidad y cortesía, ustedes tienen que ser genuinos. Con respecto a algunos ancianos, incluso la amabilidad con que tratan a los hermanos y hermanas es falsa. En el mundo tal vez se necesite esa clase de cortesía fingida, pero en la iglesia, los ancianos no deben ser corteses de manera fingida. Además, incluso su enojo tiene que ser genuino. Es cierto que un anciano debe restringir su enojo, pero tal restricción no debe ser falsa. La restricción falsa es meramente un intento por ser humanos y diplomáticos. Quizás usted me pregunte cómo podemos ser falsos al restringir nuestro enojo, y cuál es la restricción genuina. Tal vez pueda describírselo un poco. Por ejemplo, tal vez yo sea una persona de genio volátil, pero he recibido misericordia de parte del Señor para ser un anciano en la iglesia. Así que, cuando surgen los problemas entre los hermanos y hermanas, es cierto que fácilmente puedo enojarme, pero yo sé que los ancianos no deben enojarse; si lo hacen, arruinarán las cosas. Por esa razón, me pongo en las manos del Señor y recibo la disciplina del Señor para que ponga fin a mi enojo. No sólo yo restrinjo mi enojo delante de los hermanos y hermanas, sino que además trato este problema en casa delante del Señor. Golpeo mi pecho y le digo al Señor: “Señor, Tú sabes cuán terrible es mi enojo. Me aborrezco a mí mismo. A menos que tengas misericordia de mí, la iglesia será arruinada en mis manos”. Ustedes tienen que reconocer que esta clase de restricción del enojo sí es genuina.
Sin embargo, algunos ancianos no son así. Cuando los hermanos tienen problemas y les presentan sus quejas, ellos saben que no pueden enojarse, y que si lo hacen, todo estará perdido. Así que, sufren pacientemente delante de los hermanos y tratan de poner una sonrisa. Pero en cuanto llegan a casa, empiezan a murmurar y a quejarse, diciendo: “No estoy aquí como anciano porque me interese el dinero de ellos. ¡Qué derecho tienen para molestarme así!”. Esa manera de restringir el enojo es falsa. No crean que me esté imaginando las cosas. Ésos son casos verídicos. A veces, después de haberse quejado un anciano de esta manera en su casa, el hermano que tenía el problema vino inmediatamente después a la casa del anciano. Entonces el anciano cortésmente lo hizo pasar a la sala y volvió a darle una sonrisa, como si todo su enojo hubiese desaparecido. Sin embargo, cuarenta y cinco minutos después que el hermano se hubo marchado, es posible que su esposa venga a preguntarle sobre la conversación, y él vuelva a estar lleno de quejas y decir: “Yo no vivo por sus billeteras. ¿Por qué tienen que molestarme de esa manera? Ya suficientes males tengo con que vengan a molestarme a la sala de los ancianos. ¡Y ahora vienen a mi casa para darme problemas!”. Hermanos y hermanas, esta clase de restricción del enojo es falsa. No debemos hacer esto jamás. Si usted es un anciano de esta índole, la iglesia ciertamente será corrompida de adentro hacia fuera. Los ancianos de la iglesia deben ser genuinos y sinceros. Si yo deseo tomar medidas con respecto a mi enojo, tengo que hacer frente a mi enojo de adentro hacia fuera. Tengo que tratar ese problema delante de Dios y delante de los hermanos. La restricción del enojo no debe ser para mí un método; en vez de ello, debe ser una lección para mí como persona.
Hermanos, hay una gran diferencia aquí. Muchas veces, la humildad de los ancianos es una mera actuación delante de los hombres; pero la realidad es que a los ojos de Dios son muy orgullosos. La persona es orgullosa, pero el método que usa es la humildad. Se trata de una persona orgullosa que intenta usar un método de humildad. Es posible hacer esto en la sociedad humana y en las organizaciones, pero no debe hacerse en la iglesia.
Consideremos otro ejemplo. Sucede lo mismo con el asunto de la diligencia. Los ancianos deben ser diligentes, pero es su persona la que debe ser diligente. Ustedes deben ser personas diligentes, en vez de adoptar el método de la diligencia.
Lo mismo se aplica a nuestra vida diaria. Algunos ancianos viven de una manera cuando están en privado y viven de otra manera en la iglesia delante de los hermanos y hermanas. Esto es comportarse de modo fingido. Debemos vivir de la misma manera cuando estamos delante de los hermanos y hermanas, y cuando estamos a solas. Tenemos que ser personas genuinas. Con respecto a un anciano, lo más necesario es la persona, no el método. El manejo de la iglesia no depende de un método; más bien, el manejo de la iglesia depende de la persona.
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