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Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7893-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 11 de 13 Sección 2 de 3

EL ESPÍRITU QUE HABLA Y TESTIFICA

El Espíritu que habla tiene como fin
que nosotros entremos en Cristo
como nuestra buena tierra

Hebreos 3:7-8 dice: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: ‘Si oís hoy Su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la prueba en el desierto’”. Según los versículos del 12 al 15, el Espíritu Santo dice que necesitamos obedecer, ser cuidadosos y estar alertas para que no tengamos un corazón malo de incredulidad, sino que nos exhortemos unos a otros. La buena tierra es un tipo de Cristo como nuestro reposo, y Josué, el compañero de Caleb, es un tipo de Cristo como Aquel que nos introduce en el reposo. Por tanto, debemos exhortarnos unos a otros para que entremos en Cristo como nuestra buena tierra y le conozcamos como nuestro Socio, nuestro Compañero (1:9; 3:14). Considerar que es demasiado difícil entrar en el reposo equivale a tener un corazón malo de incredulidad, tal como el que tenía el pueblo de Israel. Debemos comprender que hoy día, como Espíritu eterno y todo-inclusivo, Cristo está disponible a nosotros. Él es nuestra buena tierra y Él es nuestro reposo. Además, Él también es nuestro Josué. Si sencillamente somos los “Caleb” que tienen fe, disfrutaremos a Cristo como nuestro Compañero que nos introduce en el reposo. Por tanto, no hay excusa alguna para que nosotros no entremos en el reposo.

El Espíritu hoy habla en nosotros para asegurarnos de que Cristo está disponible como buena tierra y como el reposo en el cual nosotros entramos. No es difícil entrar en el reposo, pues por el Espíritu eterno somos compañeros de Cristo y Él es nuestro Compañero a fin de introducirnos en el reposo. De esta manera participamos de Él y le disfrutamos al grado que nos es fácil entrar. El Espíritu habla en nosotros diciéndonos que Cristo está tan disponible. Entrar en Él no es difícil, pues Él no sólo es la tierra, sino también el verdadero Josué. Él no solamente es el reposo, sino también nuestro Compañero que nos introduce en el reposo. El Espíritu, Aquel que es Santo y Eterno, constantemente habla esto en nuestro interior.

El Espíritu que testifica
nos da a entender las cosas de Cristo

Los versículos 6 y 7 del capítulo 9 dicen: “Así dispuestas estas cosas, en el primer tabernáculo entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en el segundo, sólo el sumo sacerdote una vez al año, no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo”. Estos versículos se refieren a las acciones que efectuaban los sacerdotes en el Lugar Santo y Lugar Santísimo en el tabernáculo. El versículo 8 continúa, diciendo: “Dando el Espíritu Santo a entender con esto que aún no se había manifestado el camino al Lugar Santísimo, mientras el primer tabernáculo estuviese en pie”. Si estamos en el espíritu mientras leemos acerca de las cosas del tabernáculo, el Espíritu Santo, el Espíritu eterno que no está limitado por el tiempo ni el espacio, nos hablará y nos indicará cuál es el verdadero significado de estas cosas.

Los versículos 11 y 12 dicen: “Habiéndose presentado Cristo, Sumo Sacerdote de los bienes que ya han venido, por el mayor y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por Su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, obteniendo así eterna redención”. Luego los versículos 14 y 15 dicen: “¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a Sí mismo sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo? Y por eso es Mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo una muerte para remisión por las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna”. Éstas no sólo son palabras habladas por el hombre. Éstas son palabras habladas por el Espíritu Santo, las cuales nos muestran cómo Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios mediante el Espíritu eterno, abriendo así el camino al Lugar Santísimo y cumpliendo así una redención eterna por nosotros a fin de que heredemos todas las riquezas de Dios. Cuando leamos estas cosas en el espíritu, el Espíritu Santo las interpretará para nosotros y nos indicará los varios aspectos y riquezas de Cristo contenidos en ellas.

El versículo 10 del capítulo 10 dice: “Por esa voluntad hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”. Los versículos del 12 al 16 continúan, diciendo: “Éste, en cambio, habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado para siempre a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los que son santificados. Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho: ‘Éste es el pacto que haré con ellos después de aquellos días, dice el Señor: Pondré Mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré’”. Mientras leemos y consideramos las cosas relacionadas con la obra de Cristo, el Espíritu Santo testifica y da testimonio en nuestro interior de que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, que Él ha efectuado la plena redención, que nuestros pecados han sido quitados y que el camino al Lugar Santísimo ha sido abierto. Su sangre es eficaz, el sacrificio que Él ofreció por el pecado es perpetuo, y ahora mediante Su sangre tenemos la confianza para entrar en el Lugar Santísimo a fin de contactar a Dios, obtener misericordia y hallar gracia para satisfacer nuestra necesidad oportuna. El Espíritu que testifica de este modo es el Espíritu eterno mediante el cual Cristo se ofreció a Sí mismo a Dios. En este Espíritu eterno que testifica, nosotros disfrutamos a Cristo, quien es el Autor de nuestra salvación eterna.

Al citar porciones del Antiguo Testamento, la mayoría de los libros del Nuevo Testamento nos dicen qué persona habló esa porción. Sin embargo, Hebreos nunca nos dice el nombre del orador que se cita. Más bien, dice que el Espíritu Santo testifica. Además, el autor de Hebreos no nos dice su nombre, como lo hacen los autores de las demás Epístolas. Esto se debe a que Hebreos enfatiza que no es el hombre, sino el Espíritu Santo quien habla. Los versículos 1 y 2a del capítulo 1 dicen: “Dios, habiendo hablado en muchas ocasiones y de muchas maneras en tiempos pasados a los padres en los profetas, al final de estos días nos ha hablado en el Hijo”. El capítulo 1 dice que Dios es quien habla en el Hijo, pero los siguientes capítulos dicen que es el Espíritu Santo quien habla. Esto significa que Dios habla en el Hijo como Espíritu Santo. Cuando el Espíritu eterno habla en nuestro interior, ése es el hablar del Hijo de Dios. Por tanto, cada vez que leemos la Biblia —ya sea Moisés, los salmos, los profetas o los apóstoles neotestamentarios—, debemos recibir no sólo la letra escrita, sino también el hablar interior del Espíritu Santo. Entonces recibiremos algo real de la Palabra. Mientras leemos letras en blanco y negro, hay una Persona viviente que habla en nosotros, señalando, testificando y dando testimonio respecto a Cristo. Ésta es la obra del Espíritu eterno, quien abarca y sobrepasa todo tiempo y espacio. De otra forma, todo lo que leamos será solamente letra muerta para nosotros.


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