Verdad, la vida, la iglesia y el evangelio las cuatro grandes columnas del recobro del Señor, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3645-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La iglesia es semejante a un huerto. Así como dijo Pablo, nuestra obra en la iglesia consiste en plantar y regar, pero el crecimiento únicamente lo da Dios (1 Co. 3:6-7). Además, la iglesia no es una organización, sino un organismo vivo. No se puede comparar la condición que una iglesia en cierta localidad haya tenido en el pasado con la que pueda tener hoy, puesto que la iglesia es un organismo que desempeña funciones orgánicas y que posee la capacidad de crecer.
¿Qué significa desempeñar una función orgánica? Supongamos que aquí hubiera una mesa, una silla y una taza sobre la mesa. Ninguna de estas tres cosas realizaría jamás una función orgánica; sino que en vez de ello, permanecerían en el mismo lugar después de año, después de tres años o incluso después de diez años. Nada crecería en ellos; todo lo contrario, se verían cada vez más sucias, más viejas, más descoloridas y menos atractivas. Esto se debe a que la mesa, la silla y la taza no realizan ninguna función orgánica. Sin embargo, supongamos que tuviéramos un huerto en que se han plantado tres plantitas tiernas. Al principio estas plantitas pueden parecer muy pequeñas y feas, ya casi marchitas, pero, después de recibir sol y lluvia, estas tiernas plantas de árboles frutales empiezan a crecer y con el tiempo producen fruto. Ésta es la función orgánica inherente a los árboles frutales.
Por lo general, las funciones orgánicas necesitan desarrollarse. Los plantas tiernas tal vez no se distingan mucho durante los primeros dos años, pero en el tercer año se hará manifiesto lo que son. Así, las plantas tiernas de árboles frutales que en un principio eran feas y pequeñas, crecen convirtiéndose en árboles altos y frondosos, y que empiezan a dar fruto. Aunque inicialmente parecía que los plantas tiernas estaban a punto de morir, finalmente se convierten en árboles vivos y exuberantes. Es posible que al principio las plantitas no produjeran ni una hoja, pero después producen muchas hojas. Ver este cuadro nos colma de gozo. La razón de nuestro gozo es que la manifestación de las funciones orgánicas nos llena de esperanza.
Cuando vine a Manila hace treinta años, la situación era completamente diferente de lo que es ahora. En aquel entonces la vida de iglesia no era muy activa. Noté que no se producía mucho fruto y que tampoco se manifestaban las funciones orgánicas en los diferentes servicios. Por la soberanía de Dios, Él dispuso que viniera aquí y que tres grupos de hermanos se acercaran a hablar conmigo. El primero fue un grupo de ocho o nueve ancianos. Un hermano tomó la iniciativa para decirme que puesto que ni la iglesia ni la obra habían sido edificadas, querían dejar la iglesia completamente en mis manos para que yo la dirigiera.
El segundo grupo lo componían ocho o nueve colaboradores, quienes estaban representados por un colaborador de más experiencia. Él me dijo que se sentían muy avergonzados debido a que la obra aquí nunca había sido edificada, y que, por consiguiente, en representación de todos los colaboradores, deseaba que yo asumiera el liderazgo de la obra. Esa misma noche, todos los diáconos y diaconisas se reunieron en casa de una hermana. Luego, ellos enviaron a un hermano para que en su representación viniera a decirme que no habían estado sirviendo debidamente en la iglesia y que también querían entregar en mis manos el servicio de la iglesia para que yo lo dirigiera. Estos tres grupos de hermanos, en tres diferentes lugares y tiempos, expresaron el mismo deseo.
Después de un par de semanas, el 31 de diciembre, al final de ese año, convoqué una reunión en la cual hice que se juntaran estos tres grupos de hermanos. En esa reunión les dije: “He estado aquí por un mes y medio. Los ancianos, los colaboradores y los diáconos, todos me han expresado su deseo de entregarme la iglesia, la obra y el servicio de aquí para que yo asuma el liderazgo. Cuando uno es enviado por el Señor a un lugar, tiene dos maneras de llevar a cabo la obra. La primera es ayudar a la iglesia de esa localidad a realizar su obra, y la otra es asumir completamente el liderazgo en la iglesia de esa localidad, esto es, después que la iglesia se ha entregado a nosotros. Puesto que todos estamos aquí delante del Señor, debemos ser sinceros con respecto a nuestra situación. Ahora todos ustedes están dispuestos que yo asuma el liderazgo; por tanto, quiero que me digan exactamente qué clase de liderazgo esperan que yo asuma. En otras palabras, ¿quieren que venga aquí simplemente para ayudarlos o desean que asuma el liderazgo por completo?”.
Recuerdo muy bien que después de decir esto, el anciano principal se puso en pie para decirme que, en representación de los ancianos, quería entregarme la iglesia completa y me pedía que yo asumiera enteramente el liderazgo. Unos minutos después, el colaborador de más experiencia se puso en pie y dijo que, en representación de los colaboradores, quería entregarme la obra y pedirme que asumiera completamente el liderazgo. En seguida, los diáconos, representados por uno de los hermanos, también me dijeron que estaban dispuestos a sujetarse completamente a mi liderazgo. Por consiguiente les dije: “Gracias al Señor, todos ustedes, los colaboradores, los ancianos y los diáconos, han expresado el mismo deseo. Por consiguiente, acepto lo que me piden”.
En aquel entonces les dije: “En primer lugar, espero que no se haga ningún cambio de personas en la obra ni en el servicio de la iglesia. Los ancianos seguirán siendo ancianos, los colaboradores seguirán siendo colaboradores y los diáconos aún permanecerán en su cargo de diáconos. Sin embargo, las prácticas que se tenían anteriormente deberán cesar esta misma noche y desaparecer por completo. A partir de mañana por la mañana, todas las prácticas que tengamos deberán ser nuevas. Lo primero que hay que hacer es establecer una oficina de los diáconos para que ellos sirvan allí. Todo deberá hacerse de una manera nueva; y la manera en que anteriormente se hacían las cosas no debe volverse a practicar”. Entonces les pedí a dos hermanas que estuvieran en la oficina de los diáconos para que establecieran principios para todos los servicios. Debido a la limitación del tiempo, decidí organizar de nuevo gradualmente los servicios de los ancianos y de los diáconos, así como también la obra de los colaboradores.
Después ocurrieron dos cosas. Primero, el principal de los colaboradores, quien había representado a los demás colaboradores para ponerse en mis manos, de hecho no se había entregado de forma verdadera. Poco después de esto, las dos hermanas que yo había puesto para que se encargaran de la oficina de los diáconos me dijeron que tan pronto como regresara a Taiwán, ese hermano vendría a decirles que hicieran las cosas de forma diferente a lo que yo había dispuesto. Les dije: “Eso no importa. Mientras yo esté aquí, simplemente hagan lo que he dispuesto. Después de que me vaya, si ese hermano rechaza lo que yo he hecho, entonces ustedes olvídense de ello también”. Después de esto, en 1961, se suscitó un problema en la iglesia en Manila que no ocurrió repentinamente, ya que la raíz del problema había permanecido oculta desde el principio.
Lo segundo que ocurrió fue que cuando llegué a las Filipinas en la primavera de 1954, los ancianos vinieron para reunirse conmigo. En aquel tiempo uno de los hermanos principales dijo que se daba cuenta de que bajo mi liderazgo los ancianos ya no podían ser más ancianos de nombre, sino que, en vez de ello, tenían que entregarse con toda su fuerza y su tiempo. Él sentía que no se podía entregar completamente y que tampoco disponía de suficiente tiempo. Por lo tanto, en presencia de todos, expresó que deseaba renunciar a su cargo de anciano. Lo que él dijo fue muy honesto y sincero. Después de esto, los demás ancianos lo siguieron y expresaron su deseo de renunciar a su cargo de ancianos. En ese momento, el colaborador principal que había estado en desacuerdo con mi liderazgo dijo que también deseaba renunciar al cargo de anciano y me pidió que nombrara nuevos ancianos. Entonces les respondí diciendo que necesitaba orar y buscar la dirección del Señor y que antes de nombrar nuevos ancianos, los que eran ancianos en ese momento, debían continuar cumpliendo sus responsabilidades.
Después de cuatro semanas, me rogaron una y otra vez que nombrara ancianos rápidamente. Sin embargo, cuanto más insistían en esto, más sentía que debía demorarme. Durante ese periodo que estuve buscando y esperando en el Señor, estuve teniendo contacto continuamente con los santos que llevaban más tiempo, especialmente con las hermanas que servían y con los colaboradores, pidiéndoles que me expresaran su sentir. Ellos me comunicaron su sentir con respecto a qué ancianos consideraban que deberían permanecer en su cargo y qué hermanos deberían ser añadidos como ancianos.
Una tarde, el colaborador que estaba en desacuerdo conmigo vino adonde yo vivía y entró directamente a mi cuarto para insistir que resolviera una vez por todas la cuestión de los ancianos. En aquel momento, sentí que este hermano en realidad no quería renunciar a su cargo de anciano, sino que, más bien, fingía retroceder únicamente para poder avanzar. Él estaba tratando de hacer esto porque en el pasado los ancianos no siempre lo habían escuchado. Debido a esto, él quería que yo hiciera nuevos cambios con la esperanza de que lo declarara delante de todos como el principal de los ancianos. De ese modo, los demás tendrían que escucharlo a él. Debido a que tuve este sentir en mi espíritu, inmediatamente le dije con toda franqueza que no intentara usarme. Entonces regresé para orar. En mi interior sentía que el Señor me decía que no me dejara manipular por los demás y que, más bien, hiciera cambios nuevos y apropiados que fueran conformes al sentir que obtuviera a través de mi comunión con todos los santos.
Una semana después, los ancianos me invitaron a estar con ellos, y me pidieron que les dijera qué decisiones finalmente había tomado. Entonces les comuniqué cuál era mi sentir, y les dije: “De entre todos los ancianos, solamente dos se quedarán y cuatro hermanos nuevos serán añadidos”. Entre los que decidí dejar no estaba el colaborador principal, y entre los que decidí añadir tampoco estaba él. En ese momento, ya sea que estuvieran de acuerdo conmigo o no, ellos tenían que hacer lo que les decía por cuanto me habían rogado que hiciera cambios.
Después de los cambios que hice en el cuerpo de ancianos, de inmediato sucedió algo que puso a prueba a los ancianos recién nombrados. En aquel entonces cierto hermano iba a venir a Manila. Debido a la relación que éste tenía con la iglesia en Manila en los primeros años, los hermanos se preguntaron si debían invitarlo o no a predicar el evangelio. Los dos hermanos que originalmente eran ancianos no estaban muy de acuerdo en invitarlo, pero por no ofenderlo, querían actuar de manera diplomática. No obstante, los ancianos que habían sido añadidos recientemente, puesto que tomaban muy en serio su función como ancianos, expresaron firmemente su desacuerdo. No pudiendo resolver el problema entre ellos, vinieron a preguntarme qué hacer. Les dije que yo no era anciano en Manila, y que la iglesia en Manila había sido entregada al servicio de seis de ellos y que, por tanto, ellos debían orar de todo corazón para saber cómo proceder. Éste era un problema de ellos y a ellos les correspondía tomar una decisión delante del Señor.
Los ancianos originales dijeron que debido a que este hermano era un evangelista famoso y la iglesia en Manila necesitaba predicar el evangelio, estaría bien invitarlo para que realizara la labor de predicar el evangelio. Pero los nuevos ancianos dijeron que puesto que este hermano no seguía el mismo camino que nosotros, sino que era un evangelista viajero, no estaría bien invitarlo a que ejerciera su ministerio. También dijeron que si bien la iglesia necesitaba predicar el evangelio, la necesidad más apremiante era que ésta fuera edificada, y que para ello no había ninguna necesidad de invitar a este hermano a que predicara el evangelio. Más aún, ellos sentían que puesto que la iglesia en Manila ya había sido puesta en mis manos para ser edificada bajo mi liderazgo, ellos debían dejar de lado este asunto por el momento. Finalmente, los ancianos originales, sintiendo que no tenían argumentos más convincentes o contundentes, estuvieron de acuerdo en no invitar a este hermano.
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