Principios básicos en cuanto al ancianatopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4731-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Es preciso que cambiemos nuestros conceptos con respecto al reinado humano. En 1 Samuel 8:4-9 dice:
Todos los ancianos de Israel se reunieron y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: “Tú has envejecido y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, danos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones”. Pero no agradó a Samuel que le dijeran: “Danos un rey que nos juzgue”, y oró a Jehová. Dijo Jehová a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo lo que ellos digan; porque no te han desechado a ti, sino a Mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a Mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; pero hazles una advertencia solemne y muéstrales cómo los tratará el rey que reinará sobre ellos”.
Los versículos 19 y 20 dicen: “Pero el pueblo no quiso oír la voz de Samuel, y dijo: No. Habrá un rey sobre nosotros, y seremos también como todas las naciones. Nuestro rey nos gobernará, saldrá delante de nosotros y hará nuestras guerras”. El pensamiento de tener un rey para que los gobernara y saliera delante de ellos y peleara sus batallas ha existido en el pueblo de Dios por muchos siglos.
Dios no desea tener un rey humano entre Su pueblo, porque una vez que surge el rey, la posición de Dios como Cabeza es usurpada. Dios desea tener únicamente los apóstoles, los profetas y los ancianos como Sus enviados, como Sus portavoces y como los líderes entre Su pueblo, puesto que ellos no usurpan Su posición como cabeza. Sin embargo, a causa de su condición caída, el pueblo de Dios deseó tener un rey igual que las naciones. Incluso hoy a nosotros nos gusta la idea de tener un rey porque nos resulta más cómodo. Si tenemos un rey, no necesitaremos hacer nada puesto que él lo hará todo por nosotros. En un sentido, a ninguno de nosotros nos gusta tener un rey porque no nos gusta ser gobernados; sin embargo, en otro sentido, a todos nos gusta tener un rey para que haga todo por nosotros. Un hermano de otro país, quien asume el liderazgo, me preguntó recientemente si debía quedarse en los Estados Unidos para asistir a un entrenamiento o regresar a su localidad para atender los asuntos de una conferencia que estaba por efectuarse allí. Al hacerme esa pregunta, me estaba convirtiendo en su rey. Él quería que yo tomara la decisión para así no molestarse en hacerlo él mismo y poder descansar. Yo rehúso ser esa clase de rey. Así que oré por aquel hermano y luego le dije: “Usted debe acudir al Señor y orar hasta que tenga claridad respecto a lo que debe hacer”.
Es debido a la pereza o indolencia que las personas están dispuestas a tener un rey. Los ancianos de los hijos de Israel no querían molestarse en asumir sus responsabilidades de juzgar y salir a la guerra. Ellos vieron cómo las naciones tenían reyes que lo hacían todo por el pueblo. En las tormentas que tuvimos en el pasado, muchos santos de las iglesias locales fueron engañados principalmente debido a que eran indolentes. Muchos no ejercitaron su espíritu, el cual es el don de Dios, sino que prefirieron descansar y depender de alguien más. Esta clase de indolencia le brinda a la persona ambiciosa la oportunidad de convertirse en un rey que promete hacerlo todo y tomar todas las decisiones. Es posible que aceptemos tener un rey porque preferimos descansar y relegar la responsabilidad a otro. En esto consiste el principio de tener un rey humano.
Cuando los ancianos me piden que venga a su localidad o envíe a alguien para que les ayude, a menudo me niego a concederles su petición. Tales ancianos son como madres que les piden a otras que vengan a su casa para ayudarles a cocinar. Cada madre tiene que cocinar para su propia familia. Si ella no prepara bien la comida, con todo, su familia se la comerá, y ella aprenderá de sus errores y su manera de cocinar mejorará. Debemos renunciar al concepto de que necesitamos que alguien venga a ayudarnos. Si los líderes de una iglesia local siempre piden ayuda a otros, dicha iglesia local no será fuerte. Las iglesias no necesitan de un rey; con los ancianos basta. Dios no tiene la menor intención de que haya un rey humano entre Su pueblo.
La categoría básica de personas en la administración de Dios es los ancianos. Podemos encontrar este concepto en la Biblia. Los ancianos de los hijos de Israel ya existían antes de que Moisés surgiera como el primer apóstol. No debemos depender enteramente de los apóstoles y de los profetas. Los apóstoles son enviados por Dios para llevar algo a cabo, y los profetas hablan por Dios. Sin embargo, quienes administran directamente entre el pueblo de Dios son los ancianos. Por lo tanto, los ancianos son el factor básico de la administración de Dios entre Su pueblo.
Los ancianos de Israel se volvieron indolentes y ociosos, y prefirieron la comodidad que les ofrecía el reinado, el cual era según las costumbres de las naciones (vs. 19-20). Las denominaciones cristianas de hoy siguen este principio. Por comodidad, los miembros de una denominación donan dinero para que se contrate a un pastor, a fin de que, en calidad de rey, lo haga todo por ellos. Esto es una ofensa a la posición de Dios como cabeza. Los ancianos en las iglesias locales quizás sean personas fuertes y capaces, pero deben tener cuidado de convertirse en reyes. El ancianato no ofende la posición de Dios como cabeza; no obstante, si alguno de los ancianos se convierte en rey, ello sería una ofensa a la posición que ocupa Dios como cabeza. El pensamiento de tener un rey humano es totalmente ofensivo a Dios. En 1 Samuel 8 la petición que hicieron los ancianos de tener un rey desagradó a Dios sobremanera, por lo cual le dijo a Samuel: “No te han desechado a ti, sino a Mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (v. 7). Eso indica que aunque los apóstoles, los profetas y los ancianos son parte de la administración de Dios, el reinado debe ser reservado para Dios mismo. Los apóstoles, los profetas y los ancianos no interfieren en el reinado de Dios, ni lo ofenden ni lo usurpan. Sin embargo, cuando el pueblo de Dios introduce un rey, eso llega a ser una ofensa directa al reinado de Dios. Los apóstoles, los profetas y los ancianos deben asegurarse de que el reinado sea reservado para Dios.
El principio de que el reinado y la posición como cabeza deben ser exclusivamente reservados para Dios puede verse a lo largo de toda la Biblia. Ésta es la razón por la cual el Señor les dijo a Sus discípulos: “Vosotros no seáis llamados Rabí; porque uno es vuestro Maestro, y todos vosotros sois hermanos” (Mt. 23:8). Cristo mismo es nuestro Maestro, nuestro Amo, nuestro Líder y nuestro Rey. Pedro exhorta a los ancianos, diciendo: “Pastoread el rebaño de Dios que está entre vosotros, velando sobre él, no por fuerza, sino voluntariamente, según Dios; [...] no como teniendo señorío sobre lo que se os ha asignado, sino siendo ejemplos del rebaño” (1 P. 5:2-3). Los ancianos deben pastorear y vigilar el rebaño, pero no deben ser señores del rebaño. Ser señor interfiere con el reinado de Dios. Debemos ver que en la economía de Dios a fin de llevar a cabo Su administración, Él desea reservar el reinado exclusivamente para Sí.
Si nosotros preferimos estar sin hacer nada y por comodidad escogemos tener a alguien que haga todo por nosotros, esto abrirá la puerta para que se introduzca un rey, así como Saúl se introdujo como rey entre los hijos de Israel. Los ancianos especialmente no deben estar ociosos ni seguir el camino más cómodo, sino más bien deben ser diligentes y estar dispuestos a llevar las cargas. A fin de recibir la bendición de Dios, no debemos abrir la puerta para que se introduzca un rey, ni debemos desear ser un rey. La Biblia revela claramente que Dios no desea tener ningún rey humano en Su administración, porque Él no quiere que nadie lo remplace, usurpando así Su posición como cabeza y Su reinado. La posición de ser cabeza y el reinado deben ser reservados exclusivamente para Dios. Dios envía a Sus apóstoles, establece a Sus profetas y a los ancianos entre Su pueblo, pero Él no desea que haya ningún rey.
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