Estudio-vida de Danielpor Witness Lee
ISBN: 978-7363-6371-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Nabucodonosor se asombró y dijo a sus consejeros: “¿No echamos a tres varones atados dentro del fuego? [...] ¡Mirad! Veo a cuatro varones sueltos que caminan en medio del fuego sin sufrir ningún daño. Y el aspecto del cuarto es semejante a un hijo de los dioses” (vs. 24-25). Esta cuarta persona era Cristo. Cristo había venido para acompañar a Sus tres vencedores que padecían tribulación y persecución y para convertir el fuego en un lugar placentero donde se podía pasear.
Nuestro pensamiento natural es que debemos apartarnos del fuego de nuestras circunstancias. Podríamos pensar que si tenemos un esposo problemático o una esposa fastidiosa, debemos orar pidiendo que Dios nos libre de tal situación. Pero el Señor nos diría: “No me gustaría librarte de esta situación en la que te encuentras en tu vida matrimonial; más bien, te mantendré allí y vendré para hacer de ese entorno un lugar placentero”.
Cuando el enemigo nos arroje en el horno, debemos comprender que no es necesario pedirle al Señor que nos libre. Él vendrá para acompañarnos y cuidarnos en medio de nuestro sufrimiento, convirtiendo esa situación de sufrimiento en una situación placentera. Puedo testificar de esto con base en mi experiencia cuando fui encarcelado por el ejército japonés que invadió China. Durante ese tiempo de sufrimiento, el Señor estuvo conmigo. Un día, mientras conversaba con el Señor, tuve el profundo sentir de que Él estaba allí conmigo en prisión. Lloré delante de Él diciéndole: “Señor, Tú sabes por qué estoy aquí”. En lugar de librarme inmediatamente de aquella prisión, el Señor, mediante Su presencia, convirtió aquella prisión en un lugar placentero. Del mismo modo que el Señor acompañó a aquellos vencedores que padecían sufrimientos en Babilonia, Él nos acompañará en medio de nuestro sufrimiento hoy en día.
Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente y les dijo a los jóvenes vencedores: “Siervos del Dios el Altísimo, salid y venid” (v. 26). Entonces los jóvenes vencedores salieron de en medio del fuego, y todos los altos funcionarios y consejeros del rey observaron que, con respecto a estos jóvenes vencedores, el fuego no había tenido efecto sobre sus cuerpos y que ni aun el cabello de sus cabezas se había chamuscado, ni habían sido afectadas sus ropas, ni siquiera olor de fuego había quedado sobre ellos (v. 27).
Nabucodonosor respondió y dijo: “Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego, que ha enviado a Su ángel y ha librado a Sus siervos que, confiando en Él, mudaron la palabra del rey y entregaron sus cuerpos para que no sirvieran ni adoraran a ningún dios excepto a su propio Dios” (v. 28). Los tres jóvenes vencedores no solamente hicieron nulas las palabras del rey, sino que mudaron dichas palabras. En lugar de preocuparse por las palabras de Nabucodonosor, ellos mudaron la naturaleza de las mismas y entregaron sus cuerpos a fin de no servir ni adorar otro dios que no fuese su propio Dios.
Nabucodonosor procedió a promulgar un decreto ordenando que todo pueblo, nación o lengua que hablase algo ofensivo contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego fuese hecho pedazos, y sus casas convertidas en muladar, por cuanto no hay dios que pueda librar de esta manera (v. 29). Entonces el rey hizo prosperar a los tres jóvenes vencedores en la provincia de Babilonia (v. 30).
Los tres jóvenes vencedores obtuvieron la victoria sobre la seducción de la idolatría. El universo entero vio cómo ellos rechazaron aquella adoración diabólica. Por tanto, Dios pudo jactarse ante Satanás de que incluso en el territorio de Su enemigo Él contaba con un pueblo que le adoraba. Ellos no temían a Satanás. Al presente, en esta era oscura, todo parece ser desalentador. Pero todavía hay un grupo de vencedores que se mantiene firme contra la corriente para adorar a Dios, ser Su testimonio y atender a Sus intereses sobre la tierra.
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