Impartición divina de la Trinidad Divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6710-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Lo primero que el Señor Jesús hizo en resurrección fue impartir Su vida divina en los creyentes (Jn. 12:24; 3:15; 10:10b). La resurrección lo imparte a Él como vida en Sus creyentes para hacer de ellos Sus miembros. Por medio de Su muerte en calidad de grano de trigo, Su vida fue liberada. Cuando el Señor Jesús anduvo y vivió en la tierra, Él era semejante a un grano de trigo. Su vida no había sido liberada porque la muerte aún no lo había tocado. El Señor Jesús sabía que tendría que pasar por la muerte; es por ello que dijo en Lucas 12:50: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”. El bautismo mencionado en este versículo se refiere a la muerte por la que Él tenía que pasar. La vida divina que estaba oculta y confinada en Su humanidad no podía ser liberada salvo por medio de Su muerte. Mientras Satanás lograba que el Señor Jesús fuera crucificado, se sentía muy contento, pero no se daba cuenta de que en realidad le estaba ayudando al Señor Jesús a liberar la vida divina que estaba en Él.
Lo mejor que uno puede hacerle a un grano de trigo es ponerlo en la tierra. Es por eso que el Señor Jesús oró, diciendo: “Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (Jn. 17:1). Sembrar la semilla en la tierra equivale a glorificarla. Para el Señor Jesús, la muerte era una maravillosa liberación. Cuando un grano de trigo brota de la tierra, produce muchos granos que son su manifestación, su glorificación. Hoy en día nosotros somos los muchos granos de trigo que han sido producidos por la glorificación de Jesús. Nuestro Jesús ha sido glorificado universalmente. Hay muchos granos en toda la tierra que han sido producidos por la glorificación de Jesús.
La vida que estaba dentro del Señor Jesús, dentro del único grano, fue liberada e impartida en muchos granos. Los muchos granos que son producidos por la glorificación del único grano son exactamente iguales al grano original. Él era un grano, y ahora nosotros hemos llegado a ser granos. Él era el único grano, y nosotros somos los muchos granos. En vida y naturaleza no hay ninguna diferencia entre el único grano y los muchos granos.
Así como la muerte fue el medio por el cual se liberó la vida que estaba dentro del Señor Jesús, así también la muerte es el medio por el cual nosotros disfrutamos de la vida. Cuanto más experimentemos nosotros la muerte de Cristo, más experimentaremos y disfrutaremos Su vida.
A lo largo de los siglos diferentes personas han tratado de acabar con los cristianos dándoles muerte. Pero matarlos nunca acaba con los cristianos; al contrario, esto hace germinar a muchos cristianos más. Cuando un cristiano es martirizado, muchos más son germinados. Cuanto más han sido perseguidos, más se han multiplicado. El martirio es una especie de glorificación. En 1949 abandoné la China continental. En aquel entonces sólo había unos tres millones de cristianos incluyendo a los católicos; pero hoy en día hay de treinta a cuarenta millones de cristianos; se han multiplicado más de diez veces.
A través de los siglos Cristo se ha multiplicado muchas veces por medio de la muerte. Después de Su primera crucifixión, Cristo ha pasado por muchas muertes en Sus creyentes. Él fue inmolado en el primer siglo, en el segundo y en muchos otros siglos subsiguientes. En el siglo XX Él fue inmolado muchas veces en China. Pero cada vez que ha sido inmolado, es decir, cada vez que los creyentes han sufrido el martirio, Cristo ha sido glorificado y multiplicado. No teman a ninguna clase de oposición. Con respecto a nosotros, la oposición es una glorificación. La senda de la vida es maravillosa, pero nos exige pasar por la muerte. Es una senda de vida, pero para andar por ella hay que pasar por la muerte. La senda divina de la vida consiste en pasar por la muerte para que se produzca una multiplicación. Es por medio de la muerte y la resurrección que la vida divina ha sido impartida en nuestro ser.
Cristo en Su resurrección levantó el templo destruido (Jn. 2:19, 21; 1 P. 1:3). En Juan 2:19 el Señor Jesús les dijo a los judíos: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. El templo al cual se refería el Señor Jesús era el templo de Su cuerpo. Cuando Él levantó de los muertos el templo de Su cuerpo, levantó un templo agrandado que lo incluía a Él mismo como Cabeza y a todos Sus miembros como Su Cuerpo. Usted como miembro del Cuerpo fue resucitado al mismo tiempo que el Señor Jesús. Antes de nacer, usted fue resucitado por medio de la resurrección de Cristo. Este mismo principio se aplica a nuestra salvación. Nosotros fuimos regenerados hace casi dos mil años cuando el Señor Jesús fue resucitado de entre los muertos (1 P. 1:3).
De la misma manera, aunque el libro de Apocalipsis es un libro de profecías, muchos de los verbos se encuentran en tiempo pasado. Juan dijo que vio la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2). Para nosotros la Nueva Jerusalén vendrá en el futuro, pero desde la perspectiva de Juan ya estaba allí. A nuestro modo de pensar, la iglesia será edificada; pero en la visión de Juan la iglesia ya había sido edificada y la novia ya se había preparado (Ap. 21:2).
Los judíos fueron usados por Satanás para destruir el cuerpo de carne del Señor Jesús clavándolo en la cruz. Al hacer esto, ellos pensaron que habían acabado con Él; no se dieron cuenta de que le habían ayudado al Señor Jesús a multiplicarse. Él fue muerto en Su cuerpo físico, pero cuando resucitó no sólo tenía un cuerpo físico, sino también un Cuerpo místico, el cual es universalmente grande. Todos fuimos regenerados en la resurrección de Cristo de entre los muertos. Mediante Su resurrección, Él nos regeneró a nosotros. La vida de resurrección fue impartida en nuestro ser. Este pueblo regenerado es el templo de Dios agrandado, y ésta es la iglesia universal. Hoy en la iglesia estamos disfrutando la impartición de Dios en la resurrección de Jesucristo.
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