Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Sobre las basas de bronce como fundamento tenemos las columnas de bronce (vs. 10-16), y en las columnas tenemos los ganchos de plata y las varillas conectivas de plata (v. 17). Las Escrituras nos dicen que las columnas eran hechas de bronce. ¿Cuál es el significado de estos objetos? Nuevamente vemos que, sobre la base del juicio, tenemos la redención. El juicio trae consigo la redención, y la redención viene por medio del juicio o acompañada de juicio. Según la tipología, la plata siempre simboliza la redención.
Sobre los ganchos y las columnas del atrio colgaban los cortinajes (vs. 9-15). Estos cortinajes eran semejantes a cortinas. Eran hechos de lino torcido, muy resistente, puro y limpio. Según la tipología, el lino simboliza la justicia (Ap. 19:8). Esto significa que tenemos juicio, redención y justicia delante de los ojos de Dios y de los hombres. Mediante las experiencias que tenemos del altar y del lavacro, todo es limpiado y enmendado y, por tanto, llega a ser correcto y justo. Ésta es la manera en que obtenemos la justicia, el lino fino, el cual es la pared de separación del atrio de la morada de Dios, como un testimonio de la justicia de Dios exhibida plenamente entre Su pueblo. Cuando los cortinajes son puestos sobre las columnas que están en las basas, los que miran el tabernáculo desde afuera ven algo blanco, puro y limpio. Ésta es la línea de separación, la cual nos separa para que seamos la expresión de Dios, el edificio de Dios. Debemos tener esta línea de separación de justicia, la cual esté basada en el juicio de Dios y en Su redención, como un testimonio de la justicia de Dios al mundo pecaminoso.
Todos los cortinajes medían cinco codos de altura y se dividían en secciones conforme a las columnas, y cada sección era de cinco codos por cinco codos (vs. 9-15, 18). Los cortinajes del lado norte y del lado sur medían cien codos de longitud, con sus veinte columnas. Los del lado occidental, es decir, los del lado posterior, medían cincuenta codos de longitud, con sus diez columnas; y los cortinajes que estaban a ambos lados de la entrada del tabernáculo medían quince codos de longitud, con sus tres columnas. Por lo tanto, todos los cortinajes estaban divididos en secciones que eran cuadradas de cinco codos por cinco codos, las cuales correspondían al tamaño del altar. Esto significa que todos los cortinajes correspondían a los justos requisitos de Dios que eran satisfechos sobre el altar. Por consiguiente, los cortinajes estaban allí como un testimonio de todo lo que se efectuaba sobre el altar. La parte superior del altar, que era un cuadrado de cinco codos por cinco codos, proveía la base para que se cumplieran los requisitos de Dios, mientras que las secciones cuadradas de los cortinajes, que tenían las mismas medidas, estaban allí verticalmente como un testimonio de todo lo que el altar cubre y cumple. Cuando la cruz haya operado en nosotros, nuestro vivir y andar diario vendrá a ser un testimonio de la obra de la cruz. En nuestro vivir y andar diario deben manifestarse estos cortinajes puros y blancos como un testimonio a los de afuera. Todo lo que somos y todo lo que hacemos debe corresponder a la obra de la cruz. Entonces seremos aptos para tener parte en el edificio de Dios.
A fin de que la obra de edificación de Dios se haga real para nosotros, a fin de que se practique la vida de iglesia, las personas tienen que ser juzgadas y purificadas en el atrio. Los israelitas, quienes habían de ser edificados conjuntamente como el edificio de Dios, eran personas caídas. En cierto punto en la historia ellos cayeron en el mundo de los ídolos, luego participaron en el mundo de los pecados, y finalmente se esclavizaron en el mundo de los tesoros y el deleite. Para aquel tiempo ellos habían sido separados de todo ello para ser los materiales aptos para el edificio de Dios. El primer paso para que fueran edificados era que tenían que ser juzgados y purificados. Mediante el juicio ellos pudieron ser redimidos, y mediante la redención y la purificación ellos podían llegar a ser limpios, puros, justos y rectos, de modo que no sólo estuviesen bien con Dios, sino también con los hombres.
Sin embargo, aunque los israelitas fueron rescatados de todas las ciudades pecaminosas y mundanas, ellos todavía se acordaban de su pasado; se acordaban de las cebollas y de los ajos de Egipto y aún conservaban su gusto por estas cosas. En el desierto ellos se cansaron de comer el maná celestial y dijeron: “Esto no sabe a nada. Día a día comemos lo mismo. Regresemos a Egipto, volvamos a los deleites que satisfacen nuestro paladar. Estamos hartos de esta comida tan insípida”. Esto es un cuadro del cristianismo de hoy. Todos nosotros provenimos de este trasfondo tan corrupto y maligno; estamos llenos de toda clase de mal. Por lo tanto, tenemos que ser juzgados y puestos a muerte, limpiados y purificados por las experiencias que tenemos en el atrio. Estas experiencias establecen la línea divisoria que nos separa y nos guarda de los ídolos, los pecados y la mundanalidad. La obra de la cruz y la obra del Espíritu Santo nos guardan de estas cosas. Debemos experimentar el altar de bronce, que representa la cruz, y el lavacro de bronce, que representa la limpieza efectuada por el Espíritu Santo. Debemos ser juzgados por la cruz y purificados por el Espíritu Santo; lo cual hará posible que tengamos parte en el edificio de Dios.
Noten que el atrio está fuera del edificio. Es sólo cuando pasamos por el atrio que podemos entrar en el edificio de Dios, en el tabernáculo mismo. Esto no tiene que ver con doctrina, sino que es algo que debemos experimentar. ¿Por qué son tantos los cristianos que no experimentan la edificación apropiada de la iglesia en la tierra hoy? Porque algunos todavía están en Babel, en Sodoma o en Egipto. No hay duda de que algunos han salido de estas esferas malignas, pero todavía están llenos de los gérmenes idólatras, los gérmenes pecaminosos y los gérmenes de los deleites mundanos. En las así llamadas iglesias de hoy, uno puede a veces escuchar anuncios acerca de placeres y diversiones. Éstos son gérmenes. Es imposible tener una vida de iglesia apropiada de esta manera. La razón es que muchos todavía no han experimentado el juicio del altar ni la purificación del lavacro. Por lo tanto, ningún fundamento ha sido puesto para establecer una línea divisoria.
El edificio de Dios debe tener una línea divisoria muy clara y definida. Todo lo que se encuentre dentro de esta línea pertenece a Su edificio; y todo lo que esté por fuera de ella pertenece a Babel, a Sodoma o a las ciudades de almacenaje. El cristianismo degradado de hoy no tiene una línea divisoria apropiada, pues carece de esta línea tan necesaria. Estos límites jamás han sido desarrollados; nunca han sido trazados. Las personas todavía participan de los ídolos, de los pecados y de los tesoros de deleites mundanos. Nunca han experimentado el altar de bronce ni el lavacro de bronce. Nunca han sido juzgados ni puestos a muerte sobre el altar, ni han sido limpiados ni purificados por el lavacro. Si hemos de practicar la vida de iglesia y tener parte en el edificio de Dios, debemos primero experimentar el altar de bronce junto con el lavacro de bronce. Entonces pondremos las basas de bronce echadas como el fundamento para que se establezca la línea divisoria. Es por medio de estas experiencias que la línea divisoria del edificio de Dios es trazada.
En el atrio conocemos y experimentamos la cruz, por medio de la cual todo es juzgado, muerto e incinerado. Junto con la cruz también experimentamos la obra del Espíritu Santo, quien pone al descubierto nuestra condición, nos alumbra, limpia y purifica. Todo lo que no concuerde con Dios y Su justo proceder debe ser juzgado y purificado. Todos los placeres y deleites mundanos deben ser excluidos del edificio de Dios; deben ser eliminados y depurados. Debemos experimentar el juicio de la cruz junto con la purificación del Espíritu Santo. Entonces seremos personas apropiadas y rectas, que están bien con Dios y con los hombres. Tendremos la justicia tipificada por los cortinajes de lino blanco, que cuelgan de las columnas que están apoyadas sobre las basas de bronce, las cuales establecen los límites del testimonio de Dios. Es dentro de estos límites que existe la posibilidad de que nosotros obtengamos la realidad del edificio de Dios y practiquemos la vida de iglesia.
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