Experiencia subjectiva que tenemos del Cristo que mora en nosotros, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-9033-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Génesis 1:26 nos dice claramente que Dios creó al hombre a Su imagen. Aquí, la palabra imagen se refiere a lo que Dios es. El hecho de que Dios haya creado al hombre a Su imagen significa que Él creó al hombre según lo que Él es. Él es amor, luz, santidad y justicia. Por ende, el hombre que Él creó tenía la imagen de amor, luz, santidad y justicia.
Luego de oír estas palabras y tras examinarse a usted mismo, quizás usted diga: “Yo no tengo amor. Yo golpeo y reprendo a la gente; ¿cómo puedo yo amar? Además, no estoy en la luz; más bien, he hecho muchas cosas en tinieblas. Más aún, no soy santo; más bien, soy impuro, mi corazón es inmundo y todo mi ser es sucio. Y no soy justo; mi conducta es indebida y me gusta aprovecharme de los demás”. La evaluación que usted mismo se ha hecho es acertada en el sentido que su conducta es totalmente la conducta que corresponde a un hombre caído. No obstante, en el silencio de la noche, cuando usted se evalúe a sí mismo, percibirá que en lo más recóndito de su ser hay amor, luz, santidad y justicia. Usted aborrece ser corrupto; más bien, a usted le gusta ser puro, santo y noble. A usted no le agrada hacer el mal, hacer trampa o actuar astutamente; más bien, usted desea que su conducta sea recta y llena de justicia. Esto se refleja en la teoría de que “el hombre nace siendo bueno por naturaleza”. Según la naturaleza creada del hombre, esto es correcto. De hecho, dentro del hombre está la bondad creada por Dios.
Dios creó al hombre a Su imagen. Así como Dios es amor, también hay amor en el hombre. Por ende, al hombre no le gusta golpear o reprender a la gente. Así como Dios es luz, también hay luz en el hombre. Por tanto, al hombre no le agrada hacer lo que corresponde a las tinieblas. Así como Dios es santidad, también hay santidad en el hombre. Por tanto, el hombre no se deleita en ser corrupto. Así como Dios es justicia, también hay justicia en el hombre. Por tanto, al hombre le agrada ser equitativo e imparcial. El amor, la luz, la santidad y la justicia que hay en el hombre fueron todos creados según lo que Dios es. Por tanto, las virtudes humanas son un cuadro de la imagen de Dios. Sin embargo, aunque el cuadro muestra la apariencia del objeto, no es el verdadero objeto en sí. En el principio, el hombre fue creado perfecto, con la imagen del amor y la luz, pero sin tener la realidad. El hombre meramente era una cáscara vacía. Dios aún no había entrado en él para ser su contenido y realidad.
El propósito original que Dios tuvo al crear al hombre era que el hombre lo contuviese y expresase. Pero antes que el hombre recibiera a Dios, él fue tentado por Satanás y llegó a estar en una condición caída. Debido a la caída del hombre, Dios dio la ley a fin de poner al descubierto la verdadera condición del hombre. La ley fue promulgada según lo que Dios es. Es por esto que la ley es un retrato de lo que Dios es. Si usted estudia los Diez Mandamientos detenidamente, se dará cuenta de que la esencia de los mandamientos es amor, luz, santidad y justicia. Debido a que Dios mismo es amor, luz, santidad y justicia, la ley que Él hizo es la expresión del amor, la luz, la santidad y la justicia.
Debido a la caída, la condición del hombre ya no correspondía con lo que estaba retratado en la ley. Por lo tanto, Dios en Cristo tuvo que llegar a ser un hombre. En otras palabras, Cristo es el Dios de amor, luz, santidad y justicia que se vistió de hombre.
En los cuatro Evangelios vemos que la vida que Cristo llevó en la tierra podría ser representada por cuatro palabras: amor, luz, santidad y justicia. Su andar en la tierra fue la expresión del amor, la luz, la santidad y la justicia. Él se hizo hombre para cumplir la ley. Por ende, como hombre verdadero, Él vivió a Dios por completo. Dios fue plenamente expresado por medio de Él, y la imagen de un hombre verdadero también fue manifestada, lo cual cumplió, y aun sobrepasó, los requisitos de la ley.
A fin de entrar en nosotros para ser nuestra vida, Cristo murió por nuestros pecados para solucionar el problema de nuestro pecado, y luego resucitó de entre los muertos para ser el Espíritu vivificante. Cuando Cristo entra en nosotros como Espíritu vivificante, es Dios quien entra en nosotros. Ya que Dios es amor, luz, santidad y justicia, cuando Él entra en nosotros, ello equivale a que el amor, la luz, la santidad y la justicia entren en nosotros. Sin embargo, nosotros, por ser personas caídas, somos corruptos e inmundos. Por tanto, si bien tenemos una pequeña medida de amor, luz, santidad y justicia en nosotros, la misma está distorsionada y es deficiente. Es por esto que nuestra expresión de Cristo es tan inadecuada. Aunque hemos sido salvos, aún somos tan indecorosos. Todavía necesitamos permitir que Cristo crezca en nosotros a diario, de modo que Él pueda ser completamente manifestado en nuestro vivir. Por ende, dentro de nosotros los cristianos, no sólo tenemos a Dios y Cristo, sino que también tenemos las virtudes humanas que corresponden con la ley.
En Romanos 8:4 Pablo dijo: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. Ya que todos los requisitos de la ley se han cumplido en Cristo como Espíritu vivificante, cuando andamos conforme al espíritu, la justicia de la ley se cumple. Sin embargo, algunos cristianos, aunque tienen a Cristo en su interior, retroceden a la religión, tal como lo hicieron los gálatas. En cuanto la religión entra, confunde a la gente de tal modo que en vez de tener la expresión de Dios como amor, luz, santidad y justicia, todo lo que tienen son rituales, prácticas de adoración y ordenanzas. La religión no puede expresar a Dios; más bien, es un obstáculo. Además, al igual que los colosenses, algunos cristianos van en pos de la filosofía. La religión más la filosofía traen aún más confusión.
Debemos entender claramente que no nos referimos a los principios morales en las relaciones humanas que se enseñan comúnmente entre las personas chinas. Más bien, nos referimos a las virtudes bíblicas que Dios desea. Las virtudes que Dios desea son Dios mismo manifestado en nuestro vivir como amor, luz, santidad y justicia. La moralidad que nosotros llevamos a cabo, en el mejor de los casos, es a lo que Pablo se refiere como la “justicia, que es por la ley” en Filipenses 3. Sabemos que antes que Pablo fuera salvo, él sólo iba en pos de la justicia que es por la ley. Los sabios chinos de la antigüedad les enseñaron a las personas a practicar la piedad filial, la sujeción fraternal, la sinceridad, la modestia, la benevolencia, la justicia, el decoro y la prudencia, todos los cuales equivalen a la justicia que es por la ley, la cual Pablo procuraba. Pablo iba en pos de la justicia que es por la ley según la ley, mientras que los chinos van en pos de la moralidad enseñada por los sabios de la antigüedad según la filosofía acerca de las relaciones humanas. Ambas tienen los mismos resultados; ninguna de ellas son lo que Dios desea.
Por lo tanto, las virtudes de las cuales hablamos son las expresiones de Dios en la humanidad. Ellas no son la ética que los chinos enseñan. Más bien, son el Cristo que se revela en la Biblia. Cristo es nuestra vida internamente, y Él también es nuestro vivir externamente. De este modo, lo que manifestamos en nuestro vivir son nuestras virtudes. Es por esto que deberíamos utilizar la palabra virtudes en vez de ética. Cuando mencionamos la ética, siempre la correlacionamos con la ética convencional enseñada por Confucio y Mencio. Pero las virtudes de los cristianos son la expresión de Dios como amor, luz, santidad y justicia.
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