Información del libro

Estudio-vida de Marcospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1437-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

    Por favor, utilice Firefox o Safari
Actualmente disponible en: Capítulo 15 de 70 Sección 2 de 3

CONOCER A CRISTO
AL ABANDONAR NUESTROS ESFUERZOS
Y NUESTRO FERVOR

El significado de Filipenses 3:9 es que nosotros debemos dejar de hacer, no sólo las cosas malas, sino también las cosas buenas. No sólo debemos dejar de oponernos a Dios, sino también dejar de rendirle nuestro propio servicio. En los versículos del 4 al 6, podemos ver que Pablo era un hombre que servía fervorosamente y que era celoso en cuanto a hacer el bien. Él estaba lleno de energía y era extremadamente activo en lo que se refería a servir a Dios y a ser una buena persona, pero actuaba por su propia cuenta. En aquel entonces él no tenía una relación con Cristo. Cuando dependía de su propio esfuerzo para hacer el bien y servir a Dios, no había forma alguna de que él pudiera conocer a Cristo. Sin embargo, en el versículo 9 él abandonó todo su esfuerzo por hacer el bien, abandonó su servicio fervoroso y tuvo “fe en Cristo”. Esto significa que él vivió en Cristo, permaneció en Cristo y permitió que Cristo fuera su todo de tal modo que ya no se esforzaba, luchaba ni actuaba por su propia cuenta. Él se detuvo a sí mismo, creyó en Cristo y permitió que Cristo viviera, y vivió por Cristo. El hecho de que él se detuviera le permitió conocer a Cristo. Éste es un principio básico: si queremos conocer a Cristo, debemos detenernos a nosotros mismos.

LOS QUE NO PUEDEN DEJAR DE LABORAR PARA DIOS
NO PUEDEN LABORAR PARA ÉL

La frase no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por medio de la fe en Cristo significa que Pablo ya no dependía de sí mismo para hacer el bien a fin de tener alguna clase de justicia; al contrario, él permitía que Cristo se expresara en su vivir como justicia. Esto equivale a decir, ya no vivo yo, mas vive Cristo (Gá. 2:20). En otras palabras, tenemos que detenernos y permitir que Cristo viva. No debemos depender de nuestros propios esfuerzos para hacer el bien y para servir a Dios fervorosamente; en vez de ello, Cristo en nosotros, quien se ha vestido con nosotros, es Aquel que debe hacer el bien y servir a Dios. En asuntos relacionados con nuestro servicio a Dios y en nuestra vida diaria, no debemos depender de nosotros mismos; más bien, debemos detenernos y dejar que Cristo se exprese en nuestro vivir. Esto nos permitirá conocer a Cristo.

Cuando nos confiamos en nosotros mismos para hacer las cosas, no tenemos forma de conocer a Cristo. Únicamente podemos conocer a Cristo cuando nos detenemos y dejamos que Cristo viva. Cuantas más cosas hagamos en nosotros mismos, menos conoceremos a Cristo. Puede ser que hablemos de Cristo todos los días, pero es posible que Cristo sólo sea una doctrina para nosotros, y no nuestro vivir. Muchos de los que laboran para el Señor, sirven en la iglesia y administran los asuntos de la iglesia parecen hacer muchas cosas para el Señor; pero debo preguntarles, ¿cuánto conocemos a Cristo? Si no tenemos mucho conocimiento de Cristo, nuestro servicio no es más que una actividad en la cual confiamos en nosotros mismos. Debemos ver la luz de que debemos detenernos a nosotros mismos. Debemos practicar el detenernos a nosotros mismos no sólo en lo que se refiere a oponernos a Dios, sino también en lo que se refiere a servirle.

Muchos santos poseen la virtud de la humildad, pero no conocen a Cristo en absoluto; aman a Dios y a los demás, pero no conocen a Cristo. Continúan predicando el evangelio fervorosamente, pero cuanto más fervorosos son, menos conocen a Cristo. Cuando aman a otros, su amor no los lleva a experimentar a Cristo, porque su amor proviene de sí mismos. Cuando predican el evangelio y sirven a Dios, su predicación y servicio no los llevan a experimentar a Cristo, porque su predicación proviene de sí mismos. Si no experimentamos a Cristo, no podemos conocerle. Si tenemos un poco de mansedumbre y un poco de humildad, ello debe ser el resultado de nuestra experiencia de Cristo. En otras palabras, debe ser el resultado de que Cristo sea expresado por medio de nosotros. Cuando somos mansos, Cristo debe ser expresado por medio de nosotros; cuando somos humildes, Cristo debe ser expresado por medio de nosotros; cuando damos un mensaje, Cristo debe ser expresado por medio de nosotros; y cuando salimos a predicar el evangelio, Cristo debe ser expresado por medio de nosotros. Si esto sucede, entonces tendremos un conocimiento más profundo de Cristo. Al amar a otros, al predicar el evangelio y al servir a Dios, debemos detenernos. No debemos hacer estas cosas valiéndonos de nuestro esfuerzo; en vez de ello, Cristo debe vivir por medio de nosotros.

Los que no son capaces de detenerse, es decir, los que no pueden dejar de laborar para Dios, no son capaces de laborar para Él. Los que no son capaces de dejar de laborar para Dios tampoco pueden laborar para Él. Si deseamos laborar para Dios, un requisito fundamental es que detengamos la obra que realizamos para Él. Es sólo cuando seamos capaces de no amar a otros que verdaderamente podremos amarlos; los que no son capaces de dejar de amar, tampoco pueden amar. Los que siempre desean laborar y nunca pueden detenerse no pueden laborar para Dios. Sólo aquellos que son capaces de dejar de amar a otros por causa de Dios pueden amar a otros por causa de Dios. Sólo los que son capaces de dejar de hablar y de dar mensajes por Dios pueden hablar y dar mensajes por Dios. Si no podemos detener nuestro hablar, Cristo nunca podrá hablar. Si no estamos dispuestos a llegar a nuestro fin, Dios jamás podrá tener un comienzo en nosotros. Si no nos detenemos a nosotros mismos, jamás podremos conocer a Cristo.

Hace siete u ocho años, después que fue ganada la Guerra de Resistencia, nosotros estábamos en Shanghái, y un hombre fervoroso que era muy famoso llegó a estar entre los santos. Él era muy humilde, y se mostraba muy dispuesto a recibir nuestra ayuda y dirección. Como era alguien que servía al Señor y que había expresado estar dispuesto a tener comunión con nosotros y a recibir nuestra ayuda, nosotros sentimos que sus palabras eran honestas y humildes, y por eso tuvimos comunión con él. Le testificamos cómo el Señor había abierto nuestros ojos para ver que nuestro celo y nuestras actividades provenían en gran parte de nosotros mismos, no del Señor. Le dijimos que aunque lo que hacíamos era para el Señor, no era el Señor mismo quien hacía Su obra por medio de nosotros. Entonces le dijimos cómo Dios había abierto nuestros ojos para ver que éramos las personas más dignas de conmiseración. Habíamos hecho muchas cosas, pero aún no teníamos mucho de Cristo, y habíamos corrido mucho, pero sólo conocíamos un poco de Cristo. Pero en cuanto vimos nuestra deplorable situación, nos detuvimos. Hablando con propiedad, no fuimos nosotros los que nos detuvimos, más bien, la luz de Dios brilló a tal grado que no pudimos movernos, nos quedamos sin fuerzas, y nos detuvimos.

Le testificamos con toda sinceridad cómo Dios nos mostró que Cristo vivía en nosotros y que debíamos dejarlo vivir. Este hermano asentía con la cabeza, pero antes que acabáramos de hablar, preguntó: “¿Qué sentir tienen ustedes respecto a que vaya a Pudóng a predicar el evangelio?”. Le dijimos: “Hermano, le acabamos de testificar que cualquier actividad que provenga de nosotros mismos no nos permite experimentar a Cristo, ni tiene lugar delante de Dios”. Él aún no podía entender, así que continuó preguntando: “Pero allí hay un grupo de cristianos; ¿cómo debo guiarlos?”. Después de una larga comunión con él, nos dimos cuenta de que no tenía la menor intención de tener comunión con nosotros en cuanto al conocimiento de la vida interior; en vez de ello, él había venido a estudiar con nosotros, con la esperanza de que le diéramos algunas estrategias para expandir su obra.

Nos preguntó qué habíamos hecho para ganar a tantas personas, porque hasta los pasillos se llenaban de personas durante nuestras reuniones. Él había oído que estábamos teniendo un avivamiento y que teníamos un gran número de personas, y, por tanto, había venido a consultarnos. Él era como Nicodemo, quien vino al Señor Jesús para consultarle cómo ser un hombre apropiado. Sin embargo, el Señor Jesús le habló con franqueza, y le dijo: “De cierto, de cierto te digo [...] Os es necesario nacer de nuevo” (Jn. 3:2-5, 7). Este hermano no vino buscando la vida, ni tampoco buscando cómo ser un hombre apropiado; había venido para saber cómo debía laborar. Le habíamos hablado muy seriamente por más de una hora acerca de nuestra necesidad de detenernos en nuestra obra y de permitir que Cristo se exprese por medio nuestro, pero ni una sola palabra penetró en él. En él había muchos “peros”. Cada vez que abría la boca, preguntaba: “Pero ¿qué piensan que debemos hacer por causa del evangelio?”; “Pero todavía hay un grupo de creyentes en el Sudeste Asiático. ¿Cómo debemos guiarlos?”. No importa qué le dijéramos, nada penetraba en él porque lo único que ocupaba sus pensamientos era cómo debía laborar; él no podía detenerse.

Quienes no pueden dejar de laborar para Dios no pueden laborar para Él; quienes no pueden detenerse por causa de Dios son incapaces de actuar por causa de Dios. Si verdaderamente deseamos conocer a Cristo, debemos detenernos a nosotros mismos, es decir, debemos olvidarnos de nuestra humildad, de nuestro amor, de nuestro celo y de nuestra supuesta obra a favor del Señor. Decimos esto delante del Señor. Si dependemos de nuestros esfuerzos para ser buenos cristianos y para servir a Dios apropiadamente, jamás podremos experimentar a Cristo ni conocerle. El requisito fundamental para conocer al Cristo que vive en nosotros es que nos detengamos a nosotros mismos, es decir, que nos olvidemos de nuestra mansedumbre, nuestra bondad, nuestra humildad, nuestro amor, nuestro celo, nuestra diligencia, nuestro servicio, nuestra obra, así como también dejemos de asumir por nosotros mismos la responsabilidad. Cristo sólo podrá tener un comienzo en nosotros cuando nos detengamos.

CONOCER Y EXPERIMENTAR A CRISTO
AL PERMITIR QUE CRISTO
SEA EL INICIADOR EN NOSOTROS

Filipenses 3 nos muestra que podemos conocer a Cristo sólo cuando nos detenemos en los asuntos relacionados con el servicio a Dios. Debemos detenernos también en el ámbito de las cosas buenas. Debemos detenernos no sólo en el asunto de cometer pecados, ser fríos hacia Dios y oponernos a Dios, sino más aún, en el asunto de nuestro celo y servicio a Dios. Dios jamás iniciará nada en alguien que no se haya detenido; todo cuanto él hace, ya sea que sirva a Dios o ame a otros, es iniciado por sí mismo y es hecho por sí mismo de principio a fin. Sólo aquellos que se detengan y permitan que Dios inicie y realice la obra, podrán conocer a Cristo.

Si no nos hemos detenido, Cristo no podrá iniciar nada en nosotros. Tal vez prediquemos a Cristo, pero no podremos conocerle ni experimentarle. Tal vez hablemos de Cristo constantemente, pero no le conoceremos en absoluto. Cristo estará en nuestra boca, pero no en nuestra experiencia; y hablaremos de Él en los mensajes que demos, pero Él no estará en nuestro vivir. Es posible que hayamos predicado a Cristo por muchos años, pero ¿ha iniciado Cristo algo de nuestra predicación? ¿Es el “yo” quien habla acerca de Cristo, es el “yo” quien predica a Cristo y es el “yo” quien labora para Dios? Si es así, entonces Cristo no labora para Dios en nosotros, Cristo no habla de Sí mismo por medio de nosotros, ni Cristo se predica a Sí mismo por medio de nosotros. Ambas clases de predicación pueden ser sobre el mismo tema, pero la fuente y el medio son diferentes. Pablo predicaba a Cristo, pero la fuente de su predicación era Cristo. No sólo sus palabras y su predicación eran Cristo, sino también la fuente y el medio de su hablar eran Cristo. En contraste con esto, nuestras palabras y nuestro tema pueden ser Cristo, pero la fuente y el medio de nuestra predicación son simplemente nosotros mismos. Es posible que vayamos a un lugar lejano a laborar para Cristo, pero Cristo mismo no esté presente en esa obra. Es posible que laboremos y seamos fervientes, pero si nunca nos detenemos, Cristo no estará presente durante todo ese tiempo.

Saulo, antes de ser alumbrado por la gran luz del Señor en el camino a Damasco, era un hombre que tenía mucho celo. Él era celoso por el Dios de sus padres y era irreprensible según la ley, pero nunca se había detenido y, por ende, no conocía a Cristo (Hch. 9:1-5). Sin embargo, en Filipenses pudo decir que las cosas que antes eran para él ganancia, estimaba como pérdida, como basura, por amor de Cristo. Él se detuvo a sí mismo, abandonó su celo y esfuerzo, y Cristo pudo tener un inicio en él. Una vez que alguien se detiene, Cristo puede actuar, moverse y revelar en él todas Sus riquezas, permitiendo que le conozca de manera práctica en su experiencia.


Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.

Back to Top