Vida que vence, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-1-57593-909-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hebreos 11:1 habla de la importancia de la fe. Es el único versículo de la Biblia que define lo que es la fe. “Ahora bien, la fe es lo que da sustantividad a lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hay muchas formas de traducir la expresión “dar sustantividad”. Es una palabra difícil de traducir del griego. “Dar sustantividad” denota la capacidad de hacer algo real. Tenemos por ejemplo la forma de las lámparas, el color de las paredes y el sonido del órgano. ¿Cómo pueden estas formas, colores y sonidos hacerse reales para nosotros? Lo único que comprueba la existencia del color es la vista. Tenemos aquí un cuadro con colores hermosos: verde, rojo y amarillo; sin embargo, estos colores únicamente pueden tener sustantividad por medio de los ojos. Sin éstos, los colores no podrían tener sustantividad, aunque fuesen hermosos. El sonido de un órgano es muy agradable, pero sólo puede tener sustantividad por medio del oído. Una persona sorda no podría darle sustantividad al sonido. Los ojos no pueden darle sustantividad al sonido, ni tampoco las manos; sólo los oídos pueden hacerlo. Los diferentes objetos tienen diferentes formas: algunos son cúbicos; otros son esféricos, planos, triangulares o curvos. Solamente podemos darle sustantividad a esas formas por medio de la vista o del tacto. Por consiguiente, una cosa es que los objetos existan, y es otra que la existencia de ellos pueda tener sustantividad para nosotros. Existen millones de objetos sobre la tierra, pero todos ellos dependen de cierta habilidad nuestra para cobrar sustantividad. Lo anterior se aplica igualmente a nuestra fe.
Aquí vemos un paisaje que tiene montañas, agua, flores, pasto y árboles. El paisaje es hermoso; si usted tiene ojos, puede apreciar la belleza del cuadro y describírselo a otros. Pero suponga que una persona haya nacido ciega y nunca en toda su vida ha llegado a ver los colores. Si usted le habla del rojo y de lo atractivo que es, preguntará: “¿Qué es el rojo?”. O quizás le hable acerca de lo encantador que es el verde, y ella preguntaría: “¿Qué cosa es el verde?”. Usted sólo puede decirle que el rojo es rojo y que el verde es verde. Aunque exista el paisaje, esta persona no podrá apreciar cuán maravilloso es. Aunque el paisaje del cuadro sea hermoso, no puede disfrutar lo maravilloso que es.
Aquí hay una hermana que puede tocar muy bien el piano. Aquellos que tienen oído y saben de música pueden apreciar la música que ella toca. No obstante, los que son sordos o los que no entienden de música, no pueden testificar de lo bella que es la música. Lo mismo se aplica a nuestra fe. Todos los hechos de Dios son verdaderos. Sin embargo, sólo pueden tener sustantividad por medio de la fe, porque la fe es lo que da sustantividad a lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.
Puede ser que un cuadro tenga un paisaje hermoso, pero un ciego no podrá verlo. Sin embargo, no puede decir que la pintura no exista simplemente porque no la ve. Es un hecho que la pintura existe; y ya sea que uno la vea o no, sigue siendo una pintura y los hermosos colores también existen. La pregunta es si usted ha recibido o no algún beneficio de ella. Los que tienen el sentido de la vista podrán deleitarse en ella, se beneficiarán de ella. El Señor Jesús murió y derramó Su sangre en la cruz por todos los hombres. Este es un hecho. Pero algunos tienen la fe que le da sustantividad al hecho de la muerte del Señor y se benefician de ella. Otros no tienen la fe. La muerte del Señor Jesús en la cruz sigue siendo un hecho, pero no pueden experimentarla.
Hermanos y hermanas, ¿pueden ver la importancia de la fe? Necesitamos la fe para poder darle sustantividad a los hechos espirituales, de la misma forma en que necesitamos los ojos, los oídos y las manos para poder darle sustantividad a los objetos físicos. Necesitamos la fe para darles sustantividad a la realidad de todos los asuntos espirituales. La mano da sustantividad a la forma de los objetos, y el oído puede percibir el sonido, pero la mano no puede sentir los colores, ni los oídos pueden escucharlos. Los colores solamente pueden recibir sustantividad por medio de los ojos. Esto mismo se aplica a los asuntos espirituales. Por ejemplo, el Señor es la Cabeza, y nosotros somos los miembros. Esta unión es un hecho, y no existe posibilidad alguna de separación. El Señor también es la vid y nosotros somos los pámpanos, y no hay posibilidad de separación. Si creemos, recibiremos el beneficio de este hecho. Algunas personas confiesan que el Señor es la vid y nosotros los pámpanos, pero no tienen la savia, la vida. No pueden llevar fruto porque no tienen fe.
¿Qué es la fe? No es un simple entendimiento mental acerca de una verdad. Es percibir un hecho y darle sustantividad. Hemos oído que el Señor murió en la cruz y derramó Su sangre para redimirnos. Tal vez estemos de acuerdo con otros en cuanto al hecho de que el Señor murió en la cruz y derramó Su sangre para redimirnos. También hemos escuchado que el Señor es la vid y nosotros somos los pámpanos. Quizás también estemos de acuerdo en que El es la vid y nosotros los pámpanos. Se nos ha dicho que el Señor es nuestra vida, que vive en nosotros y es posible que también estemos de acuerdo en que El es nuestra vida y que vive en nosotros. Sin embargo, esto por sí solo no puede dar sustantividad a los hechos. Puede ser que nos hayamos puesto a un lado y hayamos visto que somos impotentes e inútiles. Posiblemente hayamos soltado todos los asuntos, pero éstos son sólo un aspecto. Por otro lado, debemos dar sustantividad a Cristo. Esto es maravilloso. Sólo requiere un segundo, y los hechos que Cristo realizó recibirán sustantividad en nosotros.
He aquí un hermoso cuadro. ¿Cómo sabemos que es hermoso? Porque lo hemos visto. ¿Cómo sabe uno acerca de las riquezas de Cristo? Porque las ha visto. Colosenses dice que somos llenos de Cristo. ¿Cómo sabemos que somos satisfechos en Cristo? Lo sabemos porque lo hemos visto a El. Cuando nos miramos a nosotros mismos, no vemos ninguna plenitud. Pero se nos dice que en El estamos llenos. ¿Estamos llenos en Cristo? El Señor nos ha dado la plenitud y nos ha dado gracia sobre gracia. ¿Tenemos ya esto? No es asunto de si lo entendemos con nuestro intelecto o no, sino de si tenemos tal fe en nuestro corazón.
Dice en Efesios 1:3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. No hay duda de que Dios nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Pero, ¿dónde se hallan estas bendiciones? Hermanos y hermanas, la cuestión principal es la fe: debemos creer que la Palabra de Dios es veraz. Esto es muy sencillo y no es necesario ampliar más.
¿En qué consiste la fe? Examinemos esto desde el punto de vista del Señor. El hecho de que los cristianos no puedan creer es un gran fracaso. Creer equivale a dar sustantividad a los hechos. Una vez que vemos algo, le damos sustantividad. Una vez que creemos, le damos sustantividad a los hechos y los obtenemos.
Hubo en hombre inglés de apellido Webpeblo cuya hija murió. Cuando él regresó del funeral de su hija, meditaba en cuál debía ser el tema del sermón del día siguiente. Pensó: “Mi hija acaba de morir, y toda la congregación sabe que estoy quebrantado por esto. Debo darles un sermón para consolarlos”. Escogió el texto de 2 Corintios 12:9 como tema: “Bástate mi gracia”. El dividió su sermón en secciones e incisos, según la Escritura. Luego se arrodilló y pidió la bendición de Dios. Pero mientras oraba se preguntó: “¿Me basta a mí la gracia de Dios? Si la gracia de Dios no me basta ¿cómo puedo decir que sí? Yo digo que la gracia de Dios me basta, pero si me entristezco y me lamento por la muerte de mi hija, entonces la gracia de Dios no me basta. No puedo mentir”. Pensó en cambiar de tema, pero ya no tenía tiempo. Así que decidió que oraría a Dios pidiendo que Su gracia le bastase: “Dios, haz que Tu gracia me baste. Oh Señor, haz que Tu gracia sea suficiente para mí”. El continuó orando un tiempo largo, pero esto no sirvió de nada. No sabía qué hacer. En ese momento alzó sus ojos y vio el mismo versículo sobre la repisa de la chimenea. Era un versículo que su madre había colocado allí mientras él se encontraba en el funeral. El versículo estaba escrito en tres colores. La palabra Mi estaba impresa en azul; la palabra bástate estaba impresa en rojo. Todas las demás letras se encontraban impresas en negro. De repente la luz de Dios lo iluminó, y confesó delante del Señor, diciendo: “Dios, Tú dijiste que Tu gracia me basta, pero yo dije que no bastaba. Tú dijiste que Tu gracia era suficiente para mí, pero yo te sigo pidiendo que ella me baste”. El confesó su pecado y le dio gracias al Señor y lo alabó diciendo: “Tu gracia me basta. No tengo necesidad de orar pidiendo nada más”. El quedó lleno de gozo y de acción de gracias. No había necesidad de seguir orando. Al día siguiente dio el mejor sermón de toda su vida. Cuando alguien le preguntó de dónde provenía su poder, respondió que le había venido después del entierro de su hija. Desde aquel día llegó a ser una persona diferente porque aprendió a creer.
El problema hoy es que hemos escuchado que el Señor Jesús es la Cabeza, y nosotros seguimos orando para que El lo sea. Debemos más bien darle gracias y alabarlo diciendo: “Señor, Tú eres la Cabeza”. Si hacemos esto, se le dará sustantividad al hecho inmediatamente.
Un hermano dijo una vez: “Señor Nee, usted ha hablado, pero yo no he podido recibir nada”. Le respondí que eso se debía a que solamente estaba escuchando mis palabras; en lugar de eso, debería acudir al Señor y pedirle que le hable. Aquella noche él oró a Dios diciendo: “Dios, hazme vencer. Señor hazme victorioso. Señor tengo un genio horrible; ayúdame a vencer”. Mientras oraba, recordó la oración del leproso que dijo al Señor: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. El oró de la misma manera: “Señor, si quieres, mi mal humor se irá”. En ese momento entendió que si el Señor lo deseaba, entonces no tenía necesidad de pedir nada más. El Señor lo ha logrado todo y El sí quiere; ya todo está hecho.
Todo lo que necesitamos hacer es creer lo que dice 2 Corintios 12:9 o Lucas 18:27. Tan pronto creamos en las palabras “sí quiero” todo estará bien. Una vez que tenemos el “sí quiero”, los problemas quedan atrás y se desvanece el mal genio. Aun si nuestra esposa está muriendo de alguna enfermedad, mientras el Señor haya dicho: “Sí quiero”, todo estará bien. Este es el verdadero significado de creer. Creer significa no pedir nada; es no pedirle a Dios que haga algo que ya ha prometido hacer.
Una vez un hermano habló sobre la victoria. Después de su mensaje les pidió a los hermanos y hermanas que hicieran las preguntas que tuviesen. El observó que una hermana joven estaba llorando en su asiento, pero no se ponía de pie para hacer ninguna pregunta. Otra hermana, ya mayor, se levantó y preguntó: “Durante los últimos años he estado orando pidiendo que el Señor me conceda la victoria, pero nunca la he experimentado. ¿Qué sucede?”. El hermano respondió: “Nada. Usted ha orado demasiado. Si en vez de pedir alaba, todo estará bien”. Después otro hermano se puso de pie y dijo: “Yo había buscado la victoria por once años, pero hasta ahora no había podido vencer. La pregunta de esta hermana y la respuesta que usted dio me han iluminado y ahora tengo la victoria”. El hermano luego se le acercó a la joven que lloraba y le preguntó cómo estaba. La joven respondió que también había visto claramente al escuchar esta pregunta y su respuesta. Esto es lo que significa la fe.
Recuerden que con soltarlo todo no termina el asunto. Si usted no tiene fe, no podrá darle sustantividad a los hechos. El color del cuadro sólo puede tener sustantividad por medio de los ojos; el sonido de un órgano, sólo puede recibir sustantividad por medio de los oídos, y la textura de un objeto, sólo por las manos. Del mismo modo, la Palabra de Dios y Sus promesas sólo pueden recibir sustantividad por medio de la fe. No debemos orar a Dios con incertidumbre: “Señor, sé mi victoria. Sé mi vida y mi santificación”. Más bien, debemos decirle: “Dios, Tú eres mi victoria. Te agradezco y te alabo porque eres mi santificación. ¡Te agradezco y te alabo!”
Hermanos y hermanas, se nos presentan tentaciones continuamente. Enfrentamos muchas dificultades, y palabras duras hieren nuestros oídos. ¿Le pediremos a Dios que nos dé fuerzas para vencer? No. Más bien, debemos decir: “Señor, te doy gracias y te alabo porque eres mi victoria. Señor, Tú vences en mi lugar. Te doy gracias y te alabo porque todo lo soportas en mi lugar. Te doy gracias porque Tú eres la Cabeza y yo soy un miembro Tuyo. Tú eres la vid y yo el pámpano. Tú me lo provees todo”. Según la palabra de Dios, El ya nos lo ha suministrado todo.
Cuando fuimos salvos, recibimos una de las millares de palabras que El habló. Algunos fueron salvos al leer Juan 3:16; otros fueron salvos por medio de Juan 5:24; otros recibieron la salvación en Romanos 10:10. Somos salvos al recibir una palabra del Señor. Lo mismo se aplica a la victoria; todo lo que necesitamos es una de Sus muchas palabras. El hermano que mencionábamos antes, venció al recibir sólo dos palabras: “Sí quiero”. Algunos han vencido por medio de 2 Corintios 12:9, mientras que otros han vencido por Romanos 6:14. Otros han recibido victoria en 1 Corintios 1:30.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.