Pleno conocimiento de la Palabra de Dios, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-4719-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En primer lugar, examinemos lo relacionado con la Trinidad Divina. La primera vez que la Biblia habla claramente de la Trinidad Divina es en Mateo 28:19. En este versículo el Señor les mandó lo siguiente a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Este versículo claramente habla del Padre, el Hijo y el Espíritu. Aunque el Dios Triuno ya había sido revelado en el Antiguo Testamento, no fue sino hasta que el Señor Jesús, quien es Dios, hubo pasado por cuatro etapas cruciales —encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección— que Él les habló a Sus discípulos antes de ascender a los cielos, diciendo: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (28:18-19). El nombre representa a la persona. Por tanto, bautizar a las personas en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo equivale a bautizarlas en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así pues, fue después de Su resurrección que el Señor Jesús habló claramente del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque antes de Su resurrección, el Espíritu del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— aún no estaba completo. Es por ello que Juan 7:39 dice: “Pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. ¿Cuándo fue glorificado Jesús? Él fue glorificado en la resurrección (Lc. 24:26). Por lo tanto, después de Su resurrección, el Espíritu llegó a estar completo.
Debemos entender que Dios era nuestro Dios en la eternidad pasada, antes de que existieran los cielos y la tierra. Él es Dios y es triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Sin embargo, antes de la creación, este Dios Triuno no había pasado por ningún proceso; Él sencillamente era el Dios eterno. No había ningún elemento humano en Él porque el hombre aún no había sido creado. No existía la esencia humana, y en aquel tiempo no había seres humanos viviendo en el universo. Él no había experimentado la muerte todo-inclusiva ni tampoco había entrado en la resurrección. En la eternidad pasada, este Dios Triuno era simplemente triuno, era el Padre, el Hijo y el Espíritu. Sin embargo, Él tenía un plan; Él quería impartirse en los hombres que había escogido. Éste es el punto focal y ésta es Su meta. Sin embargo, ¿dónde estaban los hombres que Él había escogido?
A fin de obtener los hombres que había escogido como el objeto de Su obra gloriosa, Él creó los cielos y la tierra y todas las cosas que existen en el universo. Hablando desde la perspectiva de la existencia de la humanidad, los cielos existen por causa de la tierra. Si hay luz solar, lluvia y aire, las criaturas de la tierra pueden existir. La tierra existe principalmente por causa de estas criaturas: las plantas y los animales. ¿Y para quién son estas plantas y animales? Son para nosotros. Los médicos nos han dicho que para poder existir, necesitamos plantas, animales y minerales. Por medio del sustento que nos proveen estos tres elementos, podemos vivir. Así pues, gracias a la luz del sol, el agua y el aire de los cielos, y a las plantas, animales y minerales de la tierra, podemos vivir.
Después de crear los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, Dios creó al hombre. Después de crear al hombre, Dios pudo venir a impartirse en el hombre. Cuando Dios vino, no vino en la persona del Padre, sino en la persona del Hijo. No obstante, aunque vino en la persona del Hijo, eso no significa que hubiera dejado al Padre atrás, sino que más bien el Padre vino en el Hijo. Además, cuando el Hijo vino, vino mezclado con el Espíritu. El Hijo se hizo carne con el Padre en Él y también con el Espíritu. Por esta razón, la Biblia no nos dice que el Hijo se hizo carne, sino que Dios se hizo carne (Jn. 1:1, 14). Aquel que se hizo carne es el propio Dios Triuno, el Dios completo. De este modo, el proceso fue avanzando paso a paso.
En el primer paso, este Dios eterno terminó la obra de creación, y luego Él mismo entró en el hombre que había escogido. En el segundo paso, Él vivió en la tierra por treinta y tres años y medio. En esos treinta y tres años y medio, Él sencillamente vivió una vida humana. Él experimentó toda clase de aflicciones, sufrimientos, tentaciones, pruebas y persecuciones humanas. En este proceso Él puso de manifiesto que era el Dios completo y el hombre perfecto. Como Dios, Él no tenía carencia alguna, pues el Padre, el Hijo y el Espíritu estaban en Él; y como hombre, no había ninguna escasez en Él, pues era absolutamente perfecto. Él era esta clase de persona, era tanto Dios como hombre, el misterioso Dios-hombre. Por consiguiente, estaba calificado para avanzar al tercer paso, que consistía en morir en la cruz. Además, Él murió con siete estatus: primero, el Cordero de Dios (Jn. 1:29); segundo, un hombre en la carne (1:14; Ro. 8:3); tercero, la serpiente de bronce (Jn. 3:14); cuarto, el postrer Adán (1 Co. 15:45; Ro. 6:6); quinto, el Primogénito de toda creación (Col. 1:15); sexto, el Pacificador (Ef. 2:14-16); y séptimo, el grano de trigo (Jn. 12:24). Los primeros seis estatus pusieron fin a todas las cosas negativas que no debían existir. El último estatus, en el aspecto positivo, liberó la vida divina a fin de que nosotros pudiésemos recibir vida. Él pasó por una muerte todo-inclusiva a fin de eliminar todas las cosas negativas, como son: el pecado —nuestra naturaleza pecaminosa—, los pecados que cometimos, Satanás, el mundo satánico, la carne, el viejo hombre, la vieja creación y las divisiones, ordenanzas y hábitos que prevalecen entre los seres humanos. Su muerte fue como una gran escoba que barrió con todas las cosas negativas que había en el universo. Además de esto, Él fue el grano de trigo divino que, por medio de la muerte, liberó la vida divina que estaba en Su interior.
El cuarto paso fue Su resurrección. Por medio de la resurrección, Su cuerpo entró en la gloria y llegó a ser el Espíritu vivificante. En esto podemos ver que este Espíritu vivificante es la máxima consumación del Dios Triuno procesado, quien pasó por las etapas de encarnación, vivir humano, muerte y resurrección. Al llegar a este punto, el Dios Triuno no era simplemente Dios; en Él estaba la naturaleza humana, el elemento humano, el vivir humano, la eficacia de Su muerte todo-inclusiva y el elemento de Su resurrección. Ahora este rico Dios Triuno ha alcanzado Su consumación como el Espíritu vivificante. Hoy en día este Espíritu vivificante es el Señor Jesús. El Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). Antes de la resurrección de Cristo aún no había el Espíritu (Jn. 7:39), pero después de Su resurrección el Espíritu estaba allí. Lo que queremos decir con la frase estaba allí es que el Espíritu es la consumación máxima del Dios Triuno procesado. Ahora, cuando invocamos el nombre del Señor, el Espíritu entra en nosotros y nosotros le recibimos. Esto en palabras es muy profundo, pero en nuestra experiencia es muy sencillo. Ésta es la manera en que el Dios Triuno se imparte en nosotros. Lo primero que necesitamos es captar este punto.
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