Vida cristiana normal de la iglesia, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-0-87083-495-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En el Antiguo Testamento leemos que, aun cuando los levitas estaban en el lugar de Dios para recibir diezmos de todo Su pueblo, ellos mismos ofrecían diezmos a El. El siervo del Señor debe aprender a dar, lo mismo que a recibir. Alabamos a Dios por la forma generosa en que los obreros en días pasados han dado a sus colaboradores, pero todavía necesitamos estar más atentos a las necesidades materiales de todos nuestros hermanos en la obra. Debemos recordar las palabras de Pablo: “Para lo que me ha sido necesario a mí, y a los que están conmigo, estas manos me han servido” (Hch. 20:34). No sólo debemos esperar tener suficiente para gastar en nosotros y en nuestra obra, sino que debemos confiar en Dios para que nos proporcione lo suficiente para dar también a otros. Si sólo pensamos en nuestras necesidades personales y las necesidades de nuestra obra, y olvidamos las necesidades de nuestros colaboradores, el nivel de nuestra vida espiritual está demasiado bajo. Como Pablo, debemos pensar continuamente en aquellos que están con nosotros, y ayudar a ministrar a sus necesidades. Si alguien entre nosotros es sólo uno que recibe y no uno que da, no es digno de Aquél que le envía ni de sus colaboradores.
El alcance de lo que pensamos con relación a las necesidades materiales siempre debe estar sobre la base de “lo que me ha sido necesario, y a los que están conmigo”. El dinero que Dios me envía no es sólo para mí sino también para los que están conmigo. Un hermano sugirió una vez que ciertamente Dios proveería a las necesidades de todos nuestros colaboradores, así que no necesitamos preocuparnos demasiado por ellos, especialmente en vista de que no somos una misión y no tenemos obligaciones financieras con ellos. Pero nuestro hermano olvidó que no sólo somos responsables por nuestras propias necesidades y las necesidades de nuestra obra, sino que en un sentido espiritual, somos, como Pablo, responsables también por los que están con nosotros. Si somos buenos colaboradores o no, se evidenciará por la medida de consideración para nuestros hermanos en la obra.
Puesto que no somos una misión y no tenemos una organización hecha por hombres, ni tenemos cuartel general, ni centralización de fondos, y consecuentemente ningún centro de distribución, ¿cómo pueden satisfacerse las necesidades de todos nuestros colaboradores? Algunos hermanos que han mostrado interés me han hecho esta pregunta muchas veces. La contestación es ésta: todas las necesidades pueden ser satisfechas si cada uno comprende su responsabilidad financiera triple: en primer lugar, en relación con sus necesidades personales y las de su familia; en segundo lugar, en relación con las necesidades de su obra; y en tercer lugar, en relación con las necesidades de sus colaboradores. No sólo debemos acudir a Dios para la provisión de nuestras propias necesidades y las que se relacionan con nuestra obra, sino que debemos acudir a El con igual determinación para que nos mande fondos adicionales que nos permitan tener algo que enviar a nuestros asociados en la obra. Desde luego que no tenemos una obligación oficial hacia ellos, pero no podemos descuidar nuestra responsabilidad espiritual.
Las exigencias de los obreros varían y las exigencias de la obra varían también, además de lo cual el poder de oración es distinto en diferentes individuos, y la medida de fe varía también. Se entiende, por tanto, que nuestros ingresos no serán los mismos; pero cada uno de nosotros debería ejercitar definidamente su fe para el abastecimiento de fondos suficientes a fin de poder distribuir para las necesidades de otros. Las sumas que recibimos y damos pueden diferir, pero el mismo principio se aplica a todos nosotros. Si se labora basado en lo anterior, no será necesario un cuartel general porque cada uno de nosotros actúa como una especie de cuartel general y centro de distribución. Por supuesto esto no significa que debemos mandar una porción igual a todos los que están relacionados con nosotros; eso es un asunto de dirección individual. Confiamos en la soberanía y providencia de Dios, y dejemos que El regule la distribución de los donativos para que ninguno tenga exceso y para que ninguno tenga escasez. Si Dios nos guía a enviar dinero en una manera regular a un obrero en particular, sería mejor mandarlo con un hermano esta vez y con otro la próxima, para que el dador reciba menos atención de parte del receptor.
El principio del gobierno de Dios en relación con las cosas financieras es: “El que recogió mucho, no tuvo más; y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:15). Aquel que ha recogido mucho debe estar dispuesto a que nada le sobre, porque sólo entonces no le faltará a aquel que ha recogido poco. Algunos de nosotros hemos probado por experiencia que cuando tomamos la carga de aquellos que recogen poco, Dios se asegura de que nosotros recojamos mucho; pero si nosotros solamente pensamos en nuestras propias necesidades, lo más que podemos esperar es reunir poco y que no nos falte. Es un privilegio poder ayudar a nuestros hermanos en la obra y aun poder dar la proporción más grande de su ingreso. Los que sólo han aprendido a tomar, pocas veces reciben; mas los que han aprendido a dar, siempre están recibiendo y siempre tienen más para obsequiar. Cuanto más uno gaste para otros, tanto más se aumentará el ingreso de uno; cuanto más trate uno de ahorrar, tanto más será perturbado por el orín y los ladrones (Mt. 6:19-20).
No debemos limitar nuestro obsequio a aquellos que son nuestros asociados inmediatos, sino que debemos recordar a los obreros en otras partes y procurar ministrar a sus necesidades. Debemos siempre tener presentes ante los hermanos entre quienes laboramos a los otros obreros y sus necesidades, y alentarlos a que les ayuden, nunca temiendo que Dios bendecirá a otros obreros más que a nosotros. No debemos dar lugar al miedo ni a la envidia. ¿Realmente creemos nosotros en la soberanía de Dios? Si es así, nunca temeremos que algo que Dios ha destinado para nosotros nos deje de llegar. Las necesidades de Pablo y sus colaboradores eran grandes, y aunque sólo presentaba las necesidades de los santos y ancianos a las iglesias, Dios proveía para sus necesidades y las de los que estaban con él.
Si nuestra obra ha de ser llevada por sendas agradables a Dios, entonces es absolutamente esencial que la soberanía de Dios sea un factor vivo en nuestra experiencia, y no simple teoría. Cuando conocemos la soberanía de Dios, entonces aun si los hombres parecen moverse al azar a nuestro alrededor y las circunstancias parecen girar a merced de la casualidad, seguiremos estando confiados en la seguridad de que Dios ordena cada detalle de nuestro camino para Su gloria y para nuestro bien. Las necesidades de otros tal vez sean conocidas de los hombres, mientras que quizás nadie sepa ni se preocupe de las nuestras, pero no tendremos ansiedad si la soberanía de Dios es una realidad para nosotros, porque entonces veremos todas esas circunstancias fortuitas y toda esa gente indiferente y aun las huestes de maldad que se oponen, siendo uncidas silenciosamente a Su voluntad, y todas esas fuerzas dispersas se relacionarán como una sola para servir a Su propósito y servir los propósitos de aquellos cuya voluntad es uno con la de El. Sí, “sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas obran juntamente para bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28, gr.).
La cuestión no es, entonces, si nuestras necesidades son grandes o pequeñas o si son manifiestas u ocultas, sino simplemente: ¿estamos en la voluntad de Dios? Nuestra fe puede ser probada, y nuestra paciencia también, pero si estamos dispuestos a dejar las cosas en las manos de Dios y en quietud esperar en El, entonces no dejaremos de ver una sincronización cuidadosa de los eventos, y un acople exquisito de las circunstancias, y, emergiendo de un laberinto sin significado, una perfecta relación entre nuestra necesidad y el abastecimiento.
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