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Lecciones de vida, tomo 2por Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-294-9
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 12 Sección 1 de 2

LECCION DIECISIETE

LA REUNION DEL PARTIMIENTO DEL PAN

(2)

B. Asistir a la mesa del Señor

1) “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un Cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (1 Co. 10:16-17).

En 1 Corintios 11:23-25 se nos muestra que el énfasis de comer la cena del Señor es el hacer memoria del Señor, mientras que 1 Corintios 10:16-17 y 21 nos dice que el énfasis de asistir a la mesa del Señor es la comunión con los santos.

En la reunión del partimiento del pan, comemos el único pan, el cual significa el cuerpo de Cristo, y bebemos la única copa, la cual significa la sangre de Cristo. Comer y participar de un pan, y beber y compartir de una copa, implica una comunión mutua. Es debido al cuerpo y a la sangre del Señor que tenemos esta comunión. Por lo tanto, tal comunión llega a ser la comunión de la sangre de Cristo y la comunión del cuerpo de Cristo. De esta manera, cuando comemos y bebemos juntos, compartiendo el pan del Señor y la copa del Señor, “participamos de la mesa del Señor” (1 Co. 10:21). En esta mesa, participamos en el cuerpo del Señor y en la sangre del Señor con todos los santos y tenemos comunión unos con otros. La sangre de Cristo, la cual disfrutamos juntos, quita todas las barreras entre los santos. El pan que compartimos, el cual simboliza el cuerpo individual de Cristo, entra en nosotros para hacernos un pan, el cual significa el único Cuerpo corporativo de Cristo. En el aspecto de comer la cena del Señor, el pan se refiere al cuerpo individual del Señor, el cual El dio por nosotros en la cruz, mientras que en el aspecto de asistir a la mesa del Señor, el pan indica el Cuerpo corporativo del Señor, el cual El constituyó con todos los santos regenerados por medio de Su resurrección de entre los muertos. El primero era físico, y fue entregado a muerte y dado por nosotros; el segundo es místico y está constituido con todos los santos en la resurrección del Señor. Por lo tanto, cada vez que partimos el pan, por un lado, hacemos memoria del Señor y lo disfrutamos por medio de recibir el cuerpo que El dio por nosotros en la cruz; por otro, disfrutamos del Cuerpo místico que El produjo por medio de Su resurrección de entre los muertos, teniendo comunión con todos los santos en este cuerpo místico y testificando la unidad de este cuerpo místico. No hay solamente una relación entre nosotros y el Señor, sino también una relación entre nosotros y todos los santos.

II. ADORAR AL PADRE
CON EL PADRE COMO CENTRO

La reunión del partimiento del pan es una reunión de adoración por parte de los creyentes. Según el proceso de la salvación de Dios, primero recibimos al Señor y luego nos acercamos al Padre. Así, en esta reunión de adoración, primero debemos hacer memoria del Señor y luego adorar al Padre. El centro de la sección de hacer memoria del Señor es la conmemoración del Señor, y el centro de la sección para adorar al Padre es la adoración al Padre, en la cual todas las oraciones, himnos y palabras deben ser dirigidas hacia el Padre.

1) “Tomó Jesús pan y bendijo, y lo partió, y dio a los discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es Mi cuerpo. Y tomando la copa ... les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es Mi sangre del pacto ... y cuando hubieron cantado un himno, salieron al monte de los Olivos” (Mt. 26:26-30).

En aquel día, después que el Señor Jesús partió el pan y cantó un himno con los discípulos, los guió al monte de los Olivos para reunirse con el Padre. Se implica y se establece un principio aquí, es decir, que después que hayamos partido el pan para hacer memoria del Señor, debemos ser guiados por El a adorar juntos al Padre.

2) “Anunciaré [Yo, el Cristo resucitado] a Mis hermanos Tu nombre [el del Padre], en medio de la iglesia [la reunión con los discípulos después de la resurrección] te cantaré himnos de alabanzas” (He. 2:12).

Esto se refiere a lo que el Señor hizo cuando se apareció a Sus discípulos y se reunió con ellos después de Su resurrección. El los consideró como hermanos y les declaró el nombre del Padre. También los consideró como la iglesia y cantó himnos de alabanza al Padre en medio de ellos. Aunque el Señor es el Hijo unigénito de Dios, a través de la muerte y la resurrección, regeneró a los que creímos en El (1 P. 1:3) para que pudiéramos ser hechos los muchos hijos de Dios. Entonces, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29) quien guía a los muchos hijos, que somos nosotros, con El al Padre. Después de resucitar, vino entre los discípulos (Jn. 20:19-29) y declaró el nombre del Padre a Sus hermanos. Luego, en la posición del Hijo primogénito de Dios, El guió a Sus muchos hermanos, quienes son los muchos hijos de Dios, a cantar juntos alabanzas al Padre, esto es, a adorar juntos al Padre. Según este hecho, después que nosotros hemos partido el pan en memoria del Señor, debemos ser guiados por el Señor a adorar al Padre. En esta sección de la reunión, tomamos al Padre como centro, y todas las alabanzas que cantamos al Padre es el Señor mismo en nosotros guiándonos a cantar alabanzas al Padre.


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