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Estudio más profundo en cuanto a la impartición divina, Unpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7461-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 15 Sección 3 de 4

OBEDECER LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA

El Dios Triuno es la ley del Espíritu de vida y, como tal, ha sido instalado en nosotros. La pregunta ahora es si estamos dispuestos o no a obedecerle y a cooperar con Él. En el Antiguo Testamento la historia de Jacob es un tipo que nos muestra cómo el hombre está lleno de fuerza natural. Él era un usurpador desde que nació. Aun estando en el vientre de su madre, luchaba con Esaú para ser el primero. Él se asió del calcañar de su hermano para impedir que éste saliera primero. Jacob era una persona astuta, calculadora y maquinadora. Él se apoderó de la primogenitura de su hermano de modo fraudulento y engañó a su padre para obtener la bendición. Más tarde, mientras vivía con su tío Labán, le quitó todas las ovejas usando trucos. Al final, incluso le quitó a su tío sus dos hijas y las criadas de éstas. Sin embargo, Dios lo había escogido y lo había puesto en el proceso de transformación. Así que lo disciplinó y lo sometió a tratos poco a poco. Una vez, cuando estaba por cruzar el vado de Jacob, Dios vino en forma de hombre para luchar con él. Ese día, no era Dios quien no dejaba ir a Jacob, sino que era Jacob quien no dejaba ir a Dios. Así que Dios tocó la coyuntura de su cadera, y se dislocó el encaje de la cadera. Entonces Dios le cambió su nombre por Israel. A partir de entonces, Jacob cambió. Bajo la dirección y pastoreo de Dios, él finalmente llegó a ser el príncipe maduro de Dios, que adoraba a Dios y bendecía a los demás. El usurpador Jacob había sido completamente subyugado por Dios. Ya no vivía por su vida natural; más bien, vivía sujeto a la vida de Dios, tenía la vida de Dios como su propia vida y llevaba una sola vida con Dios. Lo que se expresaba en su vivir ya no era Jacob sino Israel. Él había sujetado su vida natural a la vida de Dios, y había permitido que la vida de Dios lo regulara desde adentro continuamente. Como resultado, llegó a ser el príncipe de Dios y el vencedor de Dios.

Veo a muchos jóvenes aquí sentados entre nosotros. Quisiera decirles lo siguiente. Yo he estado siguiendo al Señor por más de cincuenta años, y conozco a mi Señor. A Él no le gusta someter al hombre a tratos; sin embargo, Él sí desea que Su vida injertada se manifieste desde nuestro interior. Él se ha injertado en nosotros, y ahora espera que nosotros vivamos por esta vida y la expresemos en nuestro vivir. Para ello es necesario que seamos completamente sometidos a la vida de Dios. Todos ustedes han sido injertados; sin embargo, el elemento natural aún está presente en ustedes. Por esa razón, necesitan que Dios toque la coyuntura de su cadera a fin de que su vida sea tratada y ya no permanezca intacta, sino que sea quebrantada y experimente la verdadera transformación. De este modo, ustedes expresarán en su vivir la vida injertada de Dios.

La ley del Espíritu de vida, esta ley de Dios, no actúa impetuosamente en nosotros; antes bien, opera espontánea y suavemente. Podemos comparar esto a cuando comemos. Dentro de nosotros tenemos la ley de la digestión que realiza la obra de digestión en nosotros. Poco después que el alimento entra en nosotros, la digestión se lleva a cabo y el alimento llega a ser nuestros nutrientes. Es cierto que no somos buenos, pero no debemos esperar mejorar de forma rápida. Tenemos que hacer lo que dice la estrofa 6 de Himnos, #359: “Todo esfuerzo vano / Tengo que parar”. No debemos luchar ni esforzarnos; en vez de ello, simplemente debemos entregarnos a la ley de Dios. Debemos saber que nuestra vida natural también es una ley. Después que Satanás entró en el hombre, la ley natural dentro del hombre fue distorsionada. Es por ello que o no amamos al Señor o esperamos llegar a ser un “santo”. Sin embargo, no debemos esperar demasiado. Simplemente debemos permitir que la vida injertada crezca de forma espontánea conforme a su propia ley de vida.

En cierta ocasión planté un melocotonero en mi jardín. Todos los días esperaba que éste creciera. Es por ello que lo podaba diariamente. Pero a pesar de ello no daba fruto. Un día, me visitó un experto en jardinería, y le pregunté por qué mi melocotonero no crecía. Él dijo: “Es porque usted lo ha podado demasiado bien. Si deja de podarlo, dará fruto”. Sucede lo mismo con respecto a la vida de Dios en nosotros. Los animo a que amen al Señor, crezcan y sean espirituales, pero no los animo a ser rápidos. Ser rápidos no es conforme a la ley de vida. Si son rápidos, su rapidez los hará fracasar.

Con respecto a que Dios sea vida en nosotros, todo es constante. Él no está limitado por el tiempo. Yo soy una persona rápida. Cuando hago las cosas, quiero hacerlas con rapidez. Pero poco a poco fui descubriendo que Dios como vida en mí no es así. Él no procede con rapidez. Después que fui salvo, amaba mucho la Biblia. A menudo asistía a las reuniones de los Hermanos para estar con ellos. Ellos conocían muy bien la verdad. Un día, uno de los hermanos que tomaba la delantera se me acercó y me dijo que Dios nunca procede rápidamente, sino que lo hace todo lentamente. Dios prometió que Cristo vendría, y fue cuatro mil años después que Cristo finalmente vino. Le dijo a Abraham que todas las naciones de la tierra serían bendecidas a causa de su descendencia, pero fue dos mil años después que esta promesa se cumplió. Dios no hace las cosas con rapidez. Sólo hay una cosa que Él hizo rápidamente, que se menciona en Lucas 15, cuando corrió para abrazar al hijo pródigo. Cuando se trata de recibir al pecador, Dios es muy rápido; pero en todo lo demás, Él procede lentamente.


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