Pensamiento central de Dios, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7041-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Según el pensamiento divino hallado en todas las Escrituras, Dios siempre considera a Sus redimidos como Su esposa y se considera a Sí mismo el Marido. Oseas 2:16 dice: “En aquel día, declara Jehová, / me llamarás Marido mío, / y nunca más me llamarás Baali [que significa ‘mi Amo’]”. Dios quería que Su pueblo, los hijos de Israel, lo llamaran Marido y que nunca más lo llamaran Amo. En el versículo 19 Él añade: “Te desposaré conmigo para siempre; / sí, te desposaré conmigo / en justicia y en derecho, / en benevolencia amorosa y en compasiones”. Por lo tanto, queda claro que en el pensamiento de Dios, los hijos de Israel eran para Él una esposa. Este mismo pensamiento divino se revela en Isaías. Dios les dijo a los hijos de Israel que Él como su Hacedor era su Marido y que ellos eran para Él una esposa, y que por un breve momento los había abandonado; pero que los recogería y recibiría de nuevo (54:5-7). Además, en el libro de Jeremías Dios compara a Su pueblo a una esposa (3:1). También tenemos mucho aprecio por el libro de El Cantar de los Cantares, el cual pertenece al Antiguo Testamento. Este libro compara la que busca al Señor a una novia que es hermosa delante de Sus ojos, y compara al Señor mismo al Novio.
Luego, en el Nuevo Testamento, Juan el Bautista testificó que el Señor es el Cordero de Dios (Jn. 1:29) y también testificó que el Señor es el Novio que tiene la novia (3:29). Debemos preguntarnos quién es la novia. La respuesta se halla en el último libro escrito por el mismo autor, el apóstol Juan. En el libro de Apocalipsis, Juan nos dice claramente quién y qué es la novia de Cristo; la novia es la Nueva Jerusalén (21:9). En este pasaje se nos dice claramente que Aquel que se casa con la novia es llamado el Cordero. Él es el Cordero así como también el Novio. Todos los que estudian las Escrituras concuerdan en que la novia mencionada en Juan 3 es una novia corporativa compuesta de personas vivas, y que no se refiere a una entidad física. Por lo tanto, ¿cómo podría la novia mencionada en el último libro escrito por el mismo autor ser un lugar físico? Tenemos que reconocer que esta ciudad, la Nueva Jerusalén, es la misma novia que el apóstol Juan menciona en su evangelio, en Juan 3:29. Además, el apóstol Pablo nos dice en 2 Corintios 11:2 que él nos desposó a nosotros los creyentes como una virgen pura con un solo Esposo, Cristo.
Por un lado, en cuanto a la relación que tenemos con el Padre, todos somos varones. Incluso las hermanas son hermanos. El pasaje de 2 Corintios 6:18 es el único en todo el Nuevo Testamento que dice que Dios tiene hijas. La mayoría de las veces se nos dice que los creyentes son hijos de Dios. Cristo no tiene hermanas sino hermanos; Él es el Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29), no entre muchos hermanos y hermanas. Por otra parte, en lo que se refiere a nuestra relación con Cristo, todos somos mujeres. Incluso los hermanos son mujeres. Todos somos vírgenes desposadas con Cristo. Somos la novia de Cristo y la esposa del Cordero. Este pensamiento se halla en todas las Escrituras. Finalmente, cuando llegamos al final de las Escrituras, tenemos un cuadro completo de este pensamiento divino. Todos los redimidos de Dios a través de todos los siglos juntamente conforman una ciudad viviente destinada a ser habitada por Dios, es decir, llena de Dios. Todos los redimidos son la novia del Cordero y la morada de Dios. Éste es el significado apropiado de la Nueva Jerusalén.
A través de las Escrituras se encuentra el pensamiento divino de que los redimidos de Dios juntamente conforman una novia para Cristo y una morada para Dios. Ésta es la máxima conclusión de todas las Escrituras y la máxima expresión del pensamiento hallado en las Escrituras. El pensamiento divino es que Dios desea obtener un grupo de personas vivas que juntamente conformen un Cuerpo, una entidad corporativa, que contenga a Dios y le exprese en Cristo por medio del Espíritu Santo. Éste es el pensamiento central de Dios, y éste es el modelo de la iglesia. En estos días hablamos mucho en cuanto a la edificación de la iglesia y en cuanto a la práctica de la vida de iglesia. Tenemos que comprender que la Nueva Jerusalén es el único modelo en las Santas Escrituras acerca de la iglesia, la edificación de la iglesia y la vida de iglesia. Si queremos saber qué es la vida de iglesia y cuál es la manera correcta de edificar la iglesia, tenemos que conocer la Nueva Jerusalén. Ésta es precisamente la visión por medio de la cual podemos conocer la manera correcta de edificar la iglesia y en qué consiste la verdadera condición, la verdadera situación, de la verdadera vida de iglesia.
En el capítulo anterior vimos los primeros tres aspectos de la Nueva Jerusalén. En primer lugar, Dios es la luz en este vaso corporativo. En segundo lugar, Dios como luz está en la lámpara, es decir, en el Cristo redentor, quien es el Cordero. Tercero, este Dios que es la luz en el Cristo redentor está en el trono. Así que, tenemos la luz, la redención y la autoridad. Éstos son los primeros tres elementos de la vida de iglesia cuya finalidad es la edificación de la iglesia. Ahora llegamos al cuarto aspecto. En esta ciudad Dios mismo en Cristo es el templo. Un templo es un edificio en el cual las personas pueden adorar y servir a Dios. Tenemos que comprender que en la iglesia, no sólo Aquel a quien adoramos es Dios mismo, sino que incluso el lugar, el entorno, la edificación misma, en la cual adoramos a Dios también debe ser Dios mismo. En palabras sencillas, tenemos que adorar a Dios en Dios mismo. No adoramos a Dios en un edificio físico. El lugar físico en el cual estamos no es nuestro templo. Dios mismo es nuestro templo, y nosotros adoramos a Dios en Dios mismo. Disfrutamos de la plena presencia de Dios. La presencia de Dios es tan práctica, tan completa y tan rica que incluso llega a ser la atmósfera, el ambiente, mediante el cual y en el cual nosotros le adoramos. Ésta es la experiencia que tenemos en la iglesia. Nosotros no tenemos un templo físico en el cual adoramos a Dios. El templo es Dios mismo, puesto que en la era del Nuevo Testamento, todo lo positivo es Dios mismo en Cristo y por medio del Espíritu Santo. Nosotros no adoramos como lo hacen los ángeles. Los ángeles adoran a Dios, quien es objetivo para ellos, quien no tiene nada que ver con ellos subjetivamente. Sin embargo, nosotros los cristianos adoramos a un Dios que es muy subjetivo para nosotros. Mientras lo adoramos, Él está en nosotros y nosotros estamos en Él. Él es Aquel a quien adoramos, y también es el templo en el cual le adoramos. Todo es Dios mismo en Cristo y por medio del Espíritu.
Cuando usted vaya a ofrecer una oración al Señor, esa oración tiene que proceder del Señor, hallarse en el Señor, ofrecerse con el Señor y ser parte del Señor mismo. Su oración no debe ser simplemente algo que usted ofrece al Señor o para el Señor. Asimismo, cuando usted vaya a aconsejar algo a un hermano, no debe aconsejarlo por el Señor, sino que debe aconsejarlo con algo que proceda del Señor, que esté dentro del Señor y que incluso sea parte del Señor. Eso es lo que significa tener al Señor mismo como el templo en el cual le adoramos, y éste es el significado del servicio neotestamentario. El servicio neotestamentario es subjetivo aun al grado en que, en dicho servicio, nosotros y el Señor, los dos, nos mezclamos como una sola entidad. El adorador es uno con Aquel que es adorado. Nosotros oramos al Señor en el Señor; ministramos a otros en el Señor; alabamos al Señor en el Señor. Éste es el significado correcto de experimentar a Dios como el templo. El templo es sencillamente la presencia de Dios.
Hoy los cristianos hablan mucho acerca de la luz, la vida, el poder, la fuerza y otros asuntos. Sin embargo, todas estas cosas no son otra cosa que el Señor mismo. Si estamos en la presencia del Señor, tenemos vida; si estamos en la presencia del Señor, tenemos luz; si estamos en la presencia del Señor, tenemos poder, fuerza y autoridad. Si estamos en la presencia del Señor, lo tenemos todo. Dios mismo en Cristo por medio del Espíritu lo es todo para nosotros. Hace más de veinte años solíamos predicar el evangelio en las calles por la noche. Mientras un hermano se ponía en pie para hablar acerca del Señor Jesús, todos los demás nos arrodillábamos para orar. En aquel tiempo ninguno de nosotros sentía que estaba en la calle; de hecho, no sólo sentíamos que estábamos en el cielo, sino también en el Señor. El Señor es el templo donde ofrecemos nuestro servicio de predicar el evangelio.
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