Visión intrínseca del Cuerpo de Cristo, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1376-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hasta aquí, hemos visto en Efesios 1 que la iglesia es el fruto de la impartición y transmisión divinas. Y en Efesios 2 vimos que ese fruto es llamado el nuevo hombre. La iglesia es el nuevo hombre creado por Cristo. Génesis 1 muestra que la vieja creación, la cual incluye al viejo hombre, fue creada por Dios. Pero la nueva creación fue producida por Cristo al ser crucificado en la cruz. Mientras Cristo estaba siendo crucificado, El no sólo estaba muriendo allí, sino que al mismo tiempo estaba creando en Sí mismo de ambos, los creyentes gentiles y judíos, un solo y nuevo hombre.
En Adán somos la vieja creación, somos el viejo hombre, somos antigüedades, y en él todos tenemos aproximadamente seis mil años de edad. A Dios no le interesa coleccionar antigüedades, sino que ama la novedad y la frescura. Por eso, Dios comisionó a Su Ungido, Cristo, a que llevara toda la vieja creación a la cruz. Todos los escogidos de Dios, quienes habían envejecido, fueron llevados en Cristo a la cruz. Satanás pensó que podía deshacerse de Cristo poniéndolo en la cruz, pero ésta le dio a Cristo la oportunidad y la esfera para crear al nuevo hombre que Dios deseaba. Cristo creó al nuevo hombre poniendo al viejo hombre en la cruz. Pablo declaró que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo (Ro. 6:6). Mientras Cristo estaba siendo crucificado, nuestro viejo hombre estaba siendo crucificado juntamente con El. Así, nuestra vejez fue terminada mediante la crucifixión de Cristo.
Además, mientras Cristo daba fin a nuestra vejez, El mismo estaba allí como elemento creador. Este elemento nunca envejece, sino que siempre es nuevo. Cristo impartió este elemento dentro del nuevo hombre que estaba creando. En Sí mismo como elemento, Cristo crucificó al viejo hombre en la cruz. Conforme a la revelación del Nuevo Testamento, sabemos que este elemento nuevo no puede aplicarse a nosotros sin la resurrección. La crucifixión de Cristo terminó todo lo viejo; luego, en Su resurrección, Cristo nos aplicó el elemento nuevo, Su elemento divino.
Mientras Cristo estaba ocupado creando al nuevo hombre, Dios también estaba ocupado vivificando a los muertos con el Cristo resucitado, quien es vida. La obra creadora de Cristo y la obra vivificadora de Dios estaban operando en coordinación. Mientras Cristo creaba de los judíos y gentiles un nuevo hombre, Dios estaba vivificándolos. Dios nos resucitó de entre los muertos y nos llevó al tercer cielo para ponernos por encima de todo. Luego, sometió todas las cosas bajo los pies del nuevo hombre. Además, este hombre es uno con la Cabeza, Cristo. Cristo es la Cabeza sobre todas las cosas para el nuevo hombre.
El nuevo hombre tiene a Cristo como Cabeza y a la iglesia como Cuerpo. Actualmente, la iglesia no es solamente el Cuerpo sino también el nuevo hombre. Nuestro cuerpo físico no se compone solamente de nuestro cuello para abajo, sino que incluye también la cabeza, o sea, abarca desde el cabello hasta los pies. El nuevo hombre es Cristo y la iglesia; estos dos componen el nuevo hombre. El Cuerpo recibe todo lo que la Cabeza es y tiene. El Cuerpo no puede separarse de la Cabeza. De hecho, el cuerpo de un hombre incluye toda su constitución física. El nuevo hombre incluye a Cristo como Cabeza y a la iglesia como Cuerpo.
Hasta aquí, hemos visto en los primeros dos capítulos de Efesios una visión intrínseca del Cuerpo de Cristo. A causa de la revelación recibida en estos capítulos, debemos entender que la iglesia como Cuerpo de Cristo no acepta nada de nuestra vida natural, de nuestro viejo hombre, de nuestra carne ni de nuestro yo. Sin embargo, la verdadera situación de las iglesias aún no corresponde a dicha revelación.
Según Himnos, #391: “A Cristo exhibid”, tenemos que ser personas que exhiben a Cristo. No obstante, cuando los hermanos se reúnen para hablar de los asuntos de la iglesia, quizás lo hagan conforme a la vida natural y según su concepto natural. Sin embargo, en el Cuerpo de Cristo no hay lugar para la vida y el concepto naturales. A muchos de los santos que asisten a las reuniones les gusta hablar la Palabra, o sea, les gusta profetizar, pero les pregunto: “¿Habla usted en Cristo o fuera de Cristo?” No tengo la intención de apagar la función de los santos, pues me alegra escucharlos hablar en las reuniones; pero me pregunto: “¿Cuánto hablamos en nosotros mismos y cuánto lo hacemos en Cristo?” Es posible que sólo el veinticinco por ciento de lo que hablemos en las reuniones sea en Cristo, y que el setenta y cinco por ciento restante lo hablemos en nosotros mismos.
En ocasiones durante conferencias, los hermanos que toman la delantera piden a los santos que no hablen más de un minuto en la reunión, con el fin de que otros tengan la oportunidad de compartir. Sin embargo, en vez de seguir esta comunión, algunos profetizan por tres minutos. Entonces, los ancianos se molestan y no saben qué hacer, ya que sería descortés hacer callar a alguien en público. Así que, ser anciano en la iglesia no es fácil. Siempre se preguntan el uno al otro: “¿Qué debemos hacer? ¿Qué debemos hacer?” Luego, tal vez uno de ellos me pregunte qué se debe hacer, y mi respuesta es la misma: “¿Qué debemos hacer?” Muchas veces no podemos hacer nada, debido a que la expresión de la carne entre los santos es muy fuerte.
Si un hermano habla por mucho tiempo en una reunión, es posible que uno de los ancianos se levante y le pida amablemente que limite su compartir para que otros tengan tiempo de profetizar. Pero en lugar de escuchar al anciano, el hermano continúa hablando. ¿Está ese hermano profetizando en Cristo? Lo que él está haciendo, ¿es algo creado por Cristo? En realidad, este comportamiento proviene del antiguo Adán. En los últimos sesenta años he visto muchas cosas parecidas a éstas en la vida de iglesia.
En el verano de 1948 tuvimos una conferencia en Shanghai para que el hermano Nee reanudara su ministerio, pues había dejado de ministrar la palabra por seis años. Una de las noches una hermana de edad, que era atrevida y elocuente, oró en la reunión. El contenido de su oración era muy espiritual, pero oró en la carne. Esa hermana era la madre del hermano Nee. Al terminar la reunión, los que llevábamos la responsabilidad de la conferencia fuimos a otro cuarto para tomar refrescos y tener más comunión. Al reunirnos, el hermano Nee me pidió que le escribiera una nota a esa hermana. Yo sabía perfectamente quién era ella y le pedí al hermano Nee que me dictara la carta. El fue muy severo con ella, pues le dijo que había orado totalmente en la carne y le pidió que nunca más volviera a hacerlo en las reuniones. El, otra hermana y yo firmamos la nota. Todos tuvimos paz de que hicimos lo correcto.
A la siguiente noche, estábamos esperando la cena para luego ir al local de reunión que estaba al cruzar la calle. Repentinamente, alguien llamó a la puerta, y la hermana que servía la cena fue a abrirla. A la puerta estaba la hermana a quien habíamos escrito la carta, quien dijo: “Lavar los pies de las personas es un acto de amor, ¡pero el agua estaba demasiado caliente! ¡Me quemó!”, y luego se fue. Esto muestra que ser un buen anciano en la iglesia no es fácil.
Es difícil ser un anciano, debido a que nosotros, los miembros en la iglesia, a menudo actuamos, nos comportamos, hablamos e incluso “profetizamos” en el viejo hombre. Vivimos habitualmente en nosotros mismos. Todo lo que hacemos en nuestra vida natural, en nuestro viejo hombre y en nuestro yo, no pertenece al Cuerpo, sino a Adán. Mi carga al dar estos mensajes es que recibamos la luz del Señor y podamos ver qué es la verdadera vida de iglesia.
¿En qué consiste la verdadera vida de iglesia? Consiste en actuar, obrar, comportarse, profetizar, hablar y servir en el nuevo hombre. En el nuevo hombre que Dios creó tenemos la crucifixión del viejo hombre. Si los ancianos piden a los santos que no profeticen más de un minuto, debemos entonces, no hablar más de un minuto. Si un anciano se levanta y nos pide que acortemos nuestro hablar, debemos detenernos. Podemos pensar que los ancianos están ejerciendo una fuerte centralización de control, pero realmente no es control sino Cristo. La iglesia no es un teatro para que actuemos en el viejo hombre y lo exhibamos.
Espero que hayamos visto lo que revela Efesios 2, a saber, que el viejo hombre fue crucificado por nuestro amado Señor. Cuando el Señor fue crucificado, le dio fin al viejo hombre. Por lo tanto, de aquí en adelante debemos anhelar no hacer nada en el viejo hombre. El Señor dio fin en la cruz al viejo hombre, y en resurrección, Cristo nos aplicó Su elemento divino. Al mismo tiempo, Dios el Padre obró juntamente con El para vivificarnos, resucitarnos y sentarnos con Cristo en los lugares celestiales. La obra creadora de Cristo y la obra vivificadora de Dios produjeron el nuevo hombre.
La vida de iglesia debe estar en la realidad del nuevo hombre, pues está ligada con el hecho de que Cristo se imparte en nuestro ser y se mezcla con nosotros para hacernos el nuevo hombre. Este nuevo hombre es una entidad compuesta del Cristo crucificado, resucitado y ascendido, mezclado con nosotros en nuestra humanidad resucitada y elevada. En la vida de iglesia no hay lugar para la carne, el viejo hombre, el yo ni la vida natural. Todo lo que hagamos debe surgir del Cristo que se ha mezclado con nuestra humanidad resucitada y elevada. Sólo de esta manera será salva la iglesia de disputas, de argumentos, de pleitos, e incluso, de divisiones.
La iglesia es una entidad humana que incluye todas las nacionalidades y clases de personas. ¿Cómo entonces podemos ser uno? Si usted se conduce conforme a su manera, y yo a la mía, no podremos ser uno y nos será imposible practicar la vida de iglesia. Pero en el nuevo hombre se halla la cruz, el Cristo resucitado, el Espíritu consumado y también nosotros, por supuesto, ya no en el viejo hombre sino en una humanidad resucitada y elevada. Efesios revela que esto es la vida de iglesia. ¡Cómo agradezco a Dios por ello! Estoy muy agradecido al Señor por el libro de Efesios. Amo este libro, y por eso, en mis Biblias viejas la sección de Efesios está muy desgastada por el uso. Necesitamos recibir la visión intrínseca del Cuerpo de Cristo revelada en este libro maravilloso.
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