Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6775-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Es mediante todas estas experiencias que somos revestidos de oro, el material del edificio de Dios. Por medio de estas experiencias llegamos a ser el material apropiado y, de hecho, llegamos a ser parte del edificio. Antes de las experiencias que tenemos en el atrio interior, lo que teníamos era en su mayor parte bronce, plata y lino; pero no teníamos nada de oro. Y antes de la experiencia que tenemos en el atrio exterior con su lino fino, lo único que teníamos era barro y la suciedad de nuestra naturaleza caída. Pero por medio de la obra del altar de bronce y del lavacro de bronce fuimos purgados y purificados de todo lo de Babel, de Sodoma y de las ciudades de almacenaje de Egipto. Fuimos hechos lino blanco, la justicia de Dios; y llegamos a estar bien con Dios y con los hombres. Sin embargo, no teníamos nada de oro, sino hasta que aprendimos a disfrutar a Cristo, hasta que lo recibimos en nuestro interior cada día como nuestra comida. Ahora, cuanto más le comemos, más luz recibimos; y cuanto más intensa se hace la luz, más olor fragante podemos ofrecer a Dios. Es mediante estas experiencias que somos revestidos de oro, la naturaleza divina de Dios. Necesitamos ser completamente revestidos de Dios como oro. Esto sólo es posible a medida que nos alimentamos de Cristo y lo disfrutamos como el pan de vida y a medida que somos alumbrados con Él, quien es la luz de la vida, y somos aceptados por Dios en la fragancia de Su resurrección. Es necesario que verdaderamente experimentemos a Cristo de esta manera, en lugar de simplemente escuchar enseñanzas acerca de Él.
Por muchos años el Señor me ha hecho mantener la práctica de entrar continuamente en el Lugar Santo para disfrutar a Cristo. Cuanto más le disfrutamos como el pan de vida, más Él llega a ser la luz en nuestro interior, que nos alumbra y nos hace volver al Padre para que expresemos la dulzura y la fragancia de Cristo. No debe haber ninguna separación, ninguna clase de velo, entre el Padre y nosotros. Podemos experimentar lo agradable que Cristo es para el Padre, y también podemos experimentar lo agradable que Él es para nosotros en la fragancia de Su resurrección. Al experimentar esta bendita presencia y al ser aceptados por Dios, espontáneamente somos revestidos del oro divino.
Participar de la naturaleza divina de Dios no tiene nada que ver con nuestro esfuerzo por mejorar nuestra conducta. Cuando nos esforzamos por mejorar nuestro comportamiento exterior, todavía nos hallamos en el atrio exterior. Debemos proseguir a experimentar a Cristo en el interior del tabernáculo. Debemos desistir de todo esfuerzo por enmendar nuestra conducta externa y entrar en un disfrute profundo de Cristo. Entonces experimentamos internamente la mezcla de Cristo con nosotros. Tenemos que experimentar a Cristo de esta manera. Cuando estamos en el interior del tabernáculo, nunca estamos conscientes del bien o el mal; nuestro único pensamiento es disfrutar del pan de vida. Estamos completa y absolutamente ocupados con Cristo como nuestro deleitoso alimento. Cuanto más lo disfrutamos a Él, más vida tenemos. Y cuanto más lo experimentamos como vida, más somos alumbrados por Él. Este aumento en vida nos lleva a tener más comunión fragante con Dios. De esta manera, somos revestidos de Dios en Cristo, el propio oro, de una manera más completa.
En el atrio obtenemos la justicia de Dios, pero en el Lugar Santo obtenemos la santidad de Dios. La santidad de Dios es Su naturaleza, es Dios mismo. Sólo Dios es santo. Con respecto a Dios no hay nada común ni ordinario. Cuando somos revestidos del oro divino, también somos hechos santos. Ser santos significa ser divinamente “de oro”. En el atrio llegamos a estar bien con Dios y con los hombres. Todo está bien, pues todo lo malo ha sido eliminado en la cruz y ha sido limpiado por el lavacro. Sin embargo, únicamente somos justos, no santos. En cambio, dentro del Lugar Santo, lo crucial no es ser limpiados del pecado y de toda contaminación, sino participar del pan de vida, disfrutar a Cristo primeramente como vida, luego como la luz que brilla en nuestro interior y por último como olor grato delante de Dios. ¿Han tenido ustedes este tipo de experiencias de Cristo? Debo confesarles que yo experimento al Señor de esta manera cada día. Día a día me alimento de Cristo, disfruto algo de Él y siento que algo resplandece dentro de mí y también percibo un grato olor que asciende a Dios. Espontáneamente digo: “¡Oh Padre! ¡Mi querido Dios!”. ¡Cuán dulce es esto! Ésta es la oración en la que quemamos incienso a Dios. Es únicamente de esta manera y es sólo entonces que nuestra oración se convierte en incienso, pues es en ese momento que estamos en la luz y en el Espíritu de resurrección. Cuando disfrutamos a Cristo de esta manera tan viviente, somos revestidos de oro. Nuestra intención es disfrutar a Cristo como alimento, luz y grato olor a Dios, pero la intención de Dios es añadir a nosotros más de Su naturaleza divina, para revestirnos más de oro. Es así como somos hechos aptos para el edificio de Dios.
El propósito de Dios no se cumple simplemente cuando somos juzgados, purificados y librados de las cosas negativas. Ya vimos los pasos que son necesarios para que se cumpla la plena intención de Dios, los cuales se presentan en forma esquemática en Génesis 1 y 2. Todos estos pasos revelan que la intención y el propósito originales de Dios es hacer del hombre el material apropiado para el edificio de Dios. Los pasos de juzgar y purificar únicamente se ocupan de las cosas negativas, las cuales provinieron de la caída del hombre. Si el hombre nunca hubiese caído, esto no sería necesario. Así que, después que el hombre es purificado, Dios entonces prosigue a cumplir Su plan original.
Primeramente, en el atrio tenemos que ser juzgados y purificados de las huestes satánicas, de los pecados y de la mundanalidad. Entonces podemos entrar en el Lugar Santo para disfrutar a Cristo. Allí, en lugar de esforzarnos por mejorar nuestro comportamiento externo, nos ocupamos de Cristo cada día. Lo disfrutamos como nuestro alimento, nuestra vida, nuestra luz, nuestro incienso y nuestro todo. Por medio de esto, somos transformados en nuestra naturaleza.
Es fácil ayudar a los cristianos a comprender que deben abandonar la idolatría y los pecados, pero no es tan fácil ayudarlos a ver cómo la mundanalidad los aleja del propósito de Dios. Es aún más difícil ayudarlos a discernir la diferencia entre corregir su comportamiento externo y disfrutar a Cristo interiormente. Si tan sólo pudiéramos ser llevados del lugar donde somos corregidos externamente al disfrute constante e interno de Cristo, experimentaríamos una gran liberación. Cuando entramos en el Lugar Santo, no nos interesa otra cosa que disfrutar a Cristo internamente.
Como cristianos que somos, debemos proseguir hasta entrar en el Lugar Santo. No debemos contentarnos simplemente con ser justos en nuestra conducta y comportamiento externos. No debemos contentarnos con el lino fino de justicia que está en el atrio. Debemos proseguir hasta entrar en el Lugar Santo a fin de disfrutar a Cristo mismo como alimento, vida, luz e incienso aromático. Estas experiencias que tenemos en el Lugar Santo son muy superiores a las que tenemos en el atrio.
La intención de Dios es que nosotros avancemos del atrio, donde experimentamos la obra de la cruz de eliminar lo negativo y el lavamiento efectuado por el Espíritu Santo, y que entremos en el Lugar Santo donde disfrutamos las experiencias positivas de Cristo halladas en la mesa, en el candelero y en el altar del incienso. Dios usa el atrio para recobrarnos al purificarnos de nuestra condición caída. Sin embargo, el hecho de eliminar las cosas negativas es sólo el comienzo. Debemos avanzar positivamente para disfrutar a Cristo en el Lugar Santo, experimentándolo como la vida que continuamente resplandece en nuestro interior, lo cual nos introduce en una dulce comunión con Dios. Mediante estas experiencias que tenemos de Cristo en la esfera de la vida interior, seremos transformados por el bien del edificio de Dios.
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