Edificación de la iglesia, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7483-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En Mateo 16:18 el Señor dijo: “Edificaré Mi iglesia”. En Hechos 4:11 Pedro dijo que Cristo es la piedra, el material apto para el edificio de Dios. Luego Pablo vino para decirnos algo más: que no solamente estamos siendo edificados, sino que también estamos edificando. Pablo mismo era un sabio arquitecto (1 Co. 3:10). Tal vez pensemos que Cristo era el Edificador, que el apóstol Pablo era un edificador y que hoy los hermanos que toman la delantera son edificadores, pero que nosotros mismos no somos edificadores. Sin embargo, todo miembro de la iglesia debe ser un edificador. Así que finalmente la iglesia será edificada, no directamente por Cristo o por los apóstoles, sino por cada uno de los miembros pequeños.
Según Efesios 4:16, la edificación de la iglesia como Cuerpo de Cristo es llevada a cabo por todos los miembros del Cuerpo. Este versículo dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. A partir de la Cabeza, el Cuerpo se edifica a sí mismo mediante la función de cada miembro. Cada uno de nosotros es un miembro. Independientemente de cuán pequeños e insignificantes nos consideremos, mientras estemos en la iglesia, somos parte del Cuerpo. Como parte del Cuerpo que somos, cada uno de nosotros ha recibido una medida para la edificación de la iglesia. Por lo tanto, la iglesia no es edificada directamente por Cristo ni por los apóstoles, sino por todos nosotros.
Es preciso que veamos la manera en que Cristo edifica la iglesia. Por medio de Su muerte, resurrección y ascensión Él produjo a los apóstoles (vs. 8, 11). Ésta fue la parte realizada por Cristo. La parte que corresponde a los apóstoles es equipar y perfeccionar a todos los santos. Los apóstoles nos perfeccionan al alimentarnos. Todos somos como bebés recién nacidos, cuyos órganos están completos pero aún no han desarrollado plenamente su función debido a que son inmaduros. Por consiguiente, necesitamos recibir la alimentación que nos hace crecer. El crecimiento en vida ayudará a que se desarrollen todos nuestros “órganos” espirituales, de modo que ejerzan plenamente su función. Un bebé recién nacido tiene oídos, pero sus oídos no distinguen bien los sonidos; tiene ojos, pero sus ojos no pueden ver claramente; tiene piernas y pies, pero no puede caminar. Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, a medida que su madre lo alimente sin cesar, sus ojos empezarán a ver claramente, sus oídos empezarán a discernir los diferentes sonidos y con sus piernas y pies empezará a pararse y después a caminar. Todas estas funciones son el resultado del crecimiento en vida. De la misma manera, los apóstoles nos alimentan para que podamos crecer y así nuestra función espiritual se desarrolle. Cuanto más crezcamos en vida, más se desarrollará nuestra función. Éste es el perfeccionamiento efectuado por los apóstoles. A medida que seamos perfeccionados, todos empezaremos a ejercer nuestra función, y nuestra función edificará el Cuerpo directamente.
No debemos simplemente sentarnos en las reuniones como “miembros que calientan bancas”. Quedarnos sentados hará que estemos muertos y que con el tiempo acabemos yéndonos de la vida de iglesia. Si somos inspirados a ponernos de pie en una reunión para decir algo por el Señor, pero nos quedamos pegados de nuestro asiento, nuestro asiento se habrá convertido en una banca. Hoy algunos santos son miembros activos que ejercen su función. Cada vez que tienen oportunidad, se ponen en pie y dicen algo. Sin embargo, otros son miembros que calientan bancas y se quedan pegados de su asiento. Ellos vienen a escuchar a un hermano dar un mensaje. Cuando se cansan de oír mensajes, vienen a escuchar los testimonios. Cuando les parece un testimonio bueno, dan su aprobación asintiendo con la cabeza; y cuando no les gusta un testimonio, menean la cabeza con un gesto de desagrado. Las iglesias en el recobro del Señor no deben ser así. Esto es una tradición que hemos recibido del cristianismo degradado. No me gusta decirlo, pero las circunstancias me obligan a hacerlo. Debido a que el Señor ha puesto en mí esta carga y me ha dado esta comisión, tengo que ser sincero delante del Señor y delante de los santos. El cristianismo degradado nos ha transmitido muchas prácticas que nos infunden muerte.
Sería muy bueno si todos los santos, sean viejos o jóvenes, se pusieran de pie en las reuniones para hablar por el Señor. Uno podría exclamar: “¡Alabado sea el Señor!”. Luego otro podría declarar: “El Señor Jesús es tan bueno”. Un tercer hermano podría testificar: “Amén, yo puedo testificar que Él es bueno”. De esta manera, centenares de personas, una por una, podrían decir algo. Todos los santos al ejercer su función enviarán a Satanás al lago de fuego. Sin embargo, la situación del cristianismo actual no es así. A los cristianos les gusta mucho hablar fuera del salón de reuniones, pero cuando entran al salón de reuniones, permanecen callados. Tal vez crean que deberían permanecer sentados y callados a fin de ser personas piadosas que se reúnen de una manera decente y ordenada. Sin embargo, esa situación propaga la muerte y los mata. Después que acaba la reunión, todos salen y se pierde el orden cuando todos empiezan a hablar. Algunos incluso pueden criticar al pastor por el sermón que dio. Ésta es la lamentable situación que impera en el cristianismo de hoy. En el recobro del Señor, todos debemos levantarnos para ejercer nuestra función por el bien de la edificación de la iglesia.
Debemos comprender que la salvación tiene por objetivo la edificación de la iglesia. Esta edificación tuvo inicio cuando Cristo, la Cabeza, produjo a los apóstoles mediante Su muerte, resurrección y ascensión. A través de los siglos, Él ha producido un buen número de apóstoles. Los apóstoles entonces vienen a perfeccionarnos, a alimentarnos y a ministrarnos a Cristo a fin de que crezcamos. A medida que crecemos, nuestras funciones se hacen manifiestas. Cada uno de nosotros tiene una función. Mediante la función de todos los miembros de la iglesia, el Cuerpo se edifica directamente. Todos debemos edificar la iglesia de esta manera.
En cada reunión todos estamos siendo edificados, y al mismo tiempo todos estamos edificando. Todos edificamos y somos edificados unos por otros. Incluso decir amén es una manera sencilla de ejercer nuestra función para edificar la iglesia. Cuando decimos amén al compartir de un hermano, lo edificamos mientras habla para edificarnos a nosotros. Si nadie dice amén al hablar de un hermano, él se sentirá desalentado y no querrá hablar de nuevo. Él recibirá muerte. Sin embargo, si muchos santos dicen amén al hablar de un hermano, él se sentirá motivado y anhelará venir a la siguiente reunión para volver a ejercer su función. Esto es edificación; por lo tanto, no es una cosa insignificante.
Cuando nos reunimos, no debemos ser un grupo de cristianos silenciosos. Cuando yo era un joven creyente, me reunía con un grupo de cristianos silenciosos. Nos enseñaron que debíamos estar callados. La gente decía que nuestras reuniones eran tan silenciosas que hasta se podía oír la caída de un alfiler. Permanecer así de silenciosos hace que todo caiga en muerte. En esas reuniones silenciosas un orador muy distinguido daba un buen sermón sobre determinado tema, como la enseñanza de que no sólo debemos amar a nuestro prójimo, sino también a nuestros enemigos (Mt. 5:43-44). Sin embargo, lo único que podíamos decir después era: “El doctor fulano de tal es un verdadero erudito. Su sermón fue muy bueno”. Pero no importa cuán bueno fuera el sermón, nadie recibía ninguna ayuda. Todos seguíamos muertos después que acababa la reunión.
En contraste, en el recobro del Señor un hermano quizás se ponga de pie en una reunión y testifique brevemente, diciendo: “Yo nací en el seno de una familia incrédula. Un día tuve un encuentro con el Señor Jesús, y Él me salvó. ¡Aleluya!”. Si la reunión continúa por una hora, y otros santos ejercen su función de manera similar, todos los santos serán nutridos y se irán vivientes a casa. Al ponerse en pie para hablar de esta manera, incluso el miembro más pequeño podrá edificar a toda la iglesia. A medida que cada miembro edifica, todos decimos amén, y el miembro que edifica es de esa manera también edificado. Es así como somos edificados mientras edificamos. No debemos depender de los predicadores famosos; en vez de ello, simplemente debemos depender de todos los demás miembros. Debemos reunirnos con un espíritu viviente y con el Salvador-Piedra, a quien hemos disfrutado y experimentado, a fin de ejercitar nuestro espíritu y liberar nuestra porción de Cristo usando frases cortas. Si hacemos esto, nuestras reuniones serán vivientes, ricas, alentadoras, fortalecedoras y reconfortantes. Es de esta manera que la iglesia será edificada.
La primera vez que visité cierta localidad, había un número reducido de santos que se reunía en un salón alquilado. Debido a que ningún hermano iba a esa localidad para dar una conferencia ni a quedarse allí por cierto tiempo, cuando visité esa iglesia por segunda vez, no pensé que iba a estar tan viviente como lo estaba. Cuando regresé y vi la situación, me sentí muy animado al ver que la iglesia realmente se edifica a sí misma. Los ángeles no tienen el privilegio de edificar la iglesia; sólo nosotros tenemos el privilegio de poder edificarla. Los santos en esa localidad eran en su mayoría jóvenes, pero cuando escuché sus oraciones y testimonios, en mi interior alabé al Señor y lo adoré, diciendo: “Señor, te doy gracias. Tú has confirmado Tu recobro, Tu comisión y Tu revelación. He aquí una iglesia donde no hay un hermano encargado del ministerio que lleve a cabo la edificación, pero la iglesia está siendo edificada por la función de todos los miembros pequeños”.
Incluso si ejercemos nuestra función sólo un poco, con eso basta. Una hermana mayor quizás se ponga de pie y diga: “No piensen que soy vieja; en el Señor soy más joven que todos ustedes. Yo amo al Señor Jesús; Él es muy bueno conmigo”. Incluso decir algo tan breve edificará a todos los santos. La edificación no tiene que ver con impartir doctrinas, enseñanzas ni con dar un sermón; antes bien, tiene que ver con liberar nuestro espíritu para edificar a otros y alimentarlos con Cristo. Cada vez que liberamos nuestro espíritu, el Espíritu Santo saldrá de nuestro espíritu para transmitir a Cristo a otros, y este Cristo vendrá a ser el alimento, luz, suministro de vida, fortaleza y consuelo de muchos santos. Ésta es la manera apropiada de edificar la iglesia. La iglesia no es edificada directamente por la Cabeza celestial ni por los apóstoles, sino por todos los miembros de una iglesia local que están allí presentes.
Efesios 2:20 dice que estamos siendo edificados, y 4:16 indica que todos estamos edificando. Mientras edificamos a otros, estamos siendo edificados. En realidad, al edificar a otros somos edificados. Mientras somos edificados, edificamos a otros. ¡Esto es maravilloso! La clave, el secreto, para que nosotros edifiquemos y seamos edificados es el ejercicio de nuestro espíritu (2:22). Así como los miembros de un equipo de baloncesto antes de un partido hacen ejercicios de calentamiento a fin de prepararse para jugar, nosotros debemos ejercitarnos en el espíritu y estar listos para participar antes que la reunión empiece. De esta manera, cuando la reunión empiece, cada uno podrá ejercer su función por turno para hablar algo de Cristo unos a otros, así como los jugadores de un equipo de baloncesto se pasan la pelota entre sí. Todos los santos deben venir preparados a la reunión y con una actitud vigilante ejercitándose en el espíritu. Esto redundará en la edificación de la iglesia.
En respuesta a esta palabra, algunos santos podrían preguntarme: “Hermano Lee, ¿y qué de todas las necesidades? Algunas hermanas aman al Señor, pero aun así usan faldas cortas. Otros queridos hermanos todavía tienen el cabello largo. ¿No necesitan estos hermanos escuchar alguna enseñanza para recibir ayuda? Muchas hermanas no hacen caso a sus esposos en casa, y muchos hermanos tratan mal a sus esposas. Usted necesita darnos enseñanzas”. Mi respuesta a estos santos es que mi enseñanza no vale nada; es vana. Sin embargo, cuando los santos regresan a su casa después de estar en una reunión viviente en la cual todos los miembros ejercitaron su espíritu para desempeñar su función y edificarse unos a otros, algo será diferente. Cuando las hermanas que son dominantes estén a punto de hacer caso omiso de sus esposos, algo que ellas recibieron en la reunión las detendrá. Ellas no serán detenidas por mi enseñanza, sino por el Jesús viviente. Es de esta manera que atendemos todas las necesidades que hay entre los santos. Yo he visto esto funcionar en un buen número de ocasiones particulares.
Hace un poco más de un año cierto joven fue salvo y llegó a ser un hermano en la iglesia en mi localidad. Cuando él fue salvo, tenía una barba que llamaba mucho la atención. Este hermano amaba al Señor y amaba la vida de iglesia, pero su barba era una distracción para muchos santos. Sin embargo, recientemente vi que la barba de este hermano había desaparecido totalmente. Él testificó que desde hacía un año el Señor había empezado a instarlo a que se quitara la barba, pero que pensó que eso probablemente era su concepto religioso. Así que, decidió esperar porque no quería ser religioso. Sin embargo, cuanto más esperaba, más era perturbado. Este sentir continuó por más de un año hasta que un día comprendió que esto definitivamente no era algo religioso, sino que era el Señor Jesús. Si ese sentir hubiese sido un concepto religioso, ya se habría ido. El hermano testificó que finalmente un día se dijo a sí mismo: “¿Cómo puede este sentir que me perturba haber estado conmigo todo un año? Esta mañana me perturba aún más. Por lo tanto, tengo que decir amén y quitarme la barba”. Sé de muchos otros testimonios de santos que experimentaron un verdadero cambio, una verdadera transformación. Si el hermano que se rasuró la barba simplemente se pusiera de pie en una reunión con su rostro brillante y resplandeciente, esto edificaría a los santos mucho más que un buen sermón. La edificación de la iglesia efectuada por la función de todos los miembros no es simplemente una doctrina, sino la verdadera manera en que la iglesia está siendo edificada en el recobro del Señor hoy.
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