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Testimonio de Jesús, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8269-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 11 de 11 Sección 3 de 6

LAS IGLESIAS SON LOS CANDELEROS
DE ORO RESPLANDECIENTES

Los candeleros son de oro y no de madera ni de barro. En tipología, el oro representa la naturaleza divina de Dios. La iglesia debe tener la naturaleza divina de Dios. Todos nosotros hemos nacido de Dios y poseemos Su vida y naturaleza (Jn. 3:15; 2 P. 1:4). Por tanto, poseemos cierta cantidad de oro en nuestro ser. Ahora debemos abandonar nuestra naturaleza de barro y de madera, y debemos cooperar con la naturaleza divina. Sólo tenemos que escuchar al Dios que vive, obra, se mueve y opera en nosotros. Si cuidamos de la naturaleza divina, seremos de oro. Otros metales se oxidan, pero el oro nunca se oxida. El oro permanece siempre igual. Asimismo, la naturaleza divina no cambia, permanece igual para siempre. Poseemos la naturaleza divina en nuestro ser. Por tanto, no debemos desarrollar nuestro talento natural ni nuestro ser natural. Más bien, debemos echarlos y desarrollar la naturaleza divina que tenemos dentro de nosotros a fin de tener los candeleros de oro.

Además, la iglesia es un candelero, no es algo plano. La iglesia no es baja, sino una entidad que se eleva y permanece en esa posición. La iglesia debe elevarse más alto que el resto. Aquellos que son derrotados y están muertos, yacen tendidos, pero nosotros por ser la iglesia debemos permanecer en una posición elevada como el candelero de oro. No estamos de pie por nuestra naturaleza, nuestro ser natural o nuestro talento natural, sino por la naturaleza divina de Dios. Muchos de nuestros fieles colaboradores con quienes laboré durante muchos años en China continental sufrieron martirio. Recientemente, un colaborador que aprendía bajo mi enseñanza desde 1936 fue martirizado. Los comunistas exigieron a la gente que no hablase de Jesús, pero este colaborador protestó por escrito que él tenía que hablar de Jesús. Debido a esto, los comunistas lo mataron. Ciertamente, todos estos colaboradores se mantuvieron firmes como el testimonio de Jesús.

De día no necesitamos el candelero. Es de noche que lo necesitamos para iluminarnos. La iglesia debe ser de oro, erguida y resplandeciente. Algunos argumentarán al decir: “Acaso ¿son ustedes la única iglesia?, y ¿nosotros no lo somos?”. Quienes discuten deben preguntarse a sí mismos si ellos están resplandeciendo o están en tinieblas. Cuando asistimos a una reunión cristiana, ¿vemos luz en esa reunión o la encontramos en tinieblas? La iglesia resplandece; ella es el candelero resplandeciente. Por ejemplo, si hemos actuado mal con nuestro cónyuge, cuando entremos en la iglesia apropiada, la luz resplandecerá sobre nosotros. Quedaremos al descubierto, nuestra conciencia será iluminada y conmovida, y seremos profundamente convencidos de que no debiéramos ser así de injustos. Si hemos tenido esta experiencia, podemos estar seguros de que el lugar donde estamos sí es la iglesia. Por otro lado, si venimos aquí una y otra vez sin tener la convicción de que hemos tratado mal a nuestro cónyuge, seguimos en tinieblas, y el lugar donde estamos no es la iglesia genuina. La iglesia es una entidad resplandeciente. Por lo tanto, no debemos ser descuidados en la iglesia. Nada descubre más a la gente que la iglesia. No es necesario que nadie nos tenga que hablar francamente. Cuando apenas entremos en la iglesia, la luz estará allí. La luz nos iluminará por todos lados, nos abrazará y no podremos escapar. Si tratamos de huir, la luz nos sigue y nos hace volver. Aunque no nos guste ser expuestos, regresamos y somos expuestos nuevamente. Entonces recibimos misericordia y después gracia. Ésta es la experiencia de la iglesia. La iglesia es de oro, la iglesia es erguida y la iglesia es resplandeciente. La iglesia es el candelero de oro.

En algunos de los lugares que dicen ser la iglesia, incluso los ancianos se pelean uno con otro. Por un lado, ellos dicen reunirse en el nombre del Señor y ser la iglesia, pero, por otro, se pelean. Ese lugar no es la iglesia; es un lugar de tinieblas. La iglesia es un lugar donde no sólo no hay peleas, sino que cuando estamos a punto de enfadarnos, decimos: “Oh Señor, perdóname. Señor, estoy muy equivocado”. La iglesia es el lugar que más nos expone. Aquí en la iglesia, no hay ningún hombre que nos controla, pero sí hay un Rey. El Señor Jesús, no los ancianos, es el Rey. Muchas veces los ancianos son muy bondadosos. Ellos son condescendientes con nosotros y nos dicen que todo está bien. Sin embargo, aun cuando los ancianos digan: “Está bien”, Jesús tal vez diga: “No, no está bien”. Quizás los ancianos dejan pasar por alto muchas cosas, pero el Señor no nos deja. Él es la luz y nos ilumina. Si no presenciamos esta clase de luz en el lugar donde estamos, entonces debemos irnos a otro lado. No debemos estar en un lugar donde no hay luz. Han habido veces que no les he hablado amablemente a los ancianos, pero eso era todo lo que podía decirles. No me atrevía a excederme en mis palabras porque la luz iluminaba mi ser interior. Cuando estaba a punto de decir algo que era demasiado severo, la luz me iluminaba y respondía: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Límpiame! Señor, aplico Tu sangre”. De la misma manera, si aún podemos pelear por largo tiempo con nuestro esposo o esposa, no estamos en la iglesia de manera práctica. No estoy diciendo que nadie pelea, sino que después de discutir por unos cuantos minutos, el Rey Jesús nos ilumina por fuera y por dentro y nos vuelve al arrepentimiento y a la confesión. Por esta razón, podemos declarar que estamos en la iglesia, el candelero de oro resplandeciente.


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