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Iglesia como el Cuerpo de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4182-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 9 de 21 Sección 2 de 4

EL PRIMER ELEMENTO CONTENIDO EN LA PLENITUD: LA VIDA

¿Cuál es el contenido de la plenitud? En Juan 11:25 el Señor dijo muy claramente que Él es la vida. Esto indica que el primer elemento que se incluye en la plenitud es la vida. Si tocamos la plenitud, ciertamente tocaremos la vida. Si no tocamos la vida, entonces no hemos tocado la plenitud. Quizás alguien preguntara: ¿qué es la vida? La vida es algo viviente. La primera expresión de la vida es que ella es algo viviente; es decir, todo lo que posea vida tiene que ser algo viviente. Esto no se refiere a algo animado, sino más bien a algo que tenga vida, que esté vivo y lleno de vigor.

Con respecto a algunos hermanos, su bondad es algo que procede de ellos mismos, pero con respecto a otros santos, su bondad proviene de Dios. Podemos decir que la bondad de algunos santos es simplemente un comportamiento adquirido, mientras que la bondad de otros santos es vida. La diferencia es que la bondad de algunas personas no tiene vigor; es igual a algo que está muerto, carente del aliento de vida. Pero la bondad de otros está llena de vigor, llena de vida. En otras palabras, la bondad de unas personas está muerta, mientras que la bondad de otras es viviente. A menudo tenemos contacto con un grupo de hermanos y hermanas quienes son buenos, pero su bondad bien podría compararse a un trozo de madera sin vigor. Cuando tocamos su bondad, no tocamos en ella ningún vigor ni vida. Sin embargo, al leer las Epístolas del Nuevo Testamento, siempre que prestamos atención a la bondad de los apóstoles, tenemos contacto con la vida.

De la misma manera, en algunos cristianos percibimos la bondad y también la vida. Algunos tienen una mansedumbre que puede compararse a la mansedumbre de una estatua de piedra; aunque ciertamente son mansos, la vida no está presente en su mansedumbre. En cambio, algunos poseen una mansedumbre que intrínsecamente posee vida; cuando observamos esta mansedumbre, tenemos contacto con la vida. ¿Cómo podemos discernir si la mansedumbre y la bondad de una persona proceden del yo o de Cristo? Todo lo que proviene del yo carece de vida, mientras que todo lo que procede de Cristo posee vida. Lo que procede del yo está muerto; pero lo que procede de Cristo está vivo. Si entendemos este principio, fácilmente reconoceremos estas dos cosas cuando tengamos contacto con ellas. Por ejemplo, ¿cómo podemos distinguir entre una verdadera flor y una flor artificial cuando ambas tienen el mismo color y la misma forma? La diferencia estriba en que la una no tiene vida, mientras que la otra sí.

A veces nos encontramos con un santo que es muy amoroso y diligente, pero lo único que percibimos es muerte; no recibimos ningún suministro de vida ni percibimos la unción. Cuanto más nos expresa su amor, más incómodos nos sentimos; cuanta más cortesía nos muestra, más intranquilos nos sentimos; cuanta más diligencia y bondad nos muestra, más secos nos sentimos interiormente, sin ninguna unción. Esto se debe a que su amor, cortesía y diligencia carecen de vida; todo ello procede de él mismo y forma parte de su comportamiento. En otra situación una persona viene a reprendernos, y nos habla con severidad. Aunque sentimos que nos duele, con todo, la unción está presente en ello, y podemos contactar a Dios y ser refrescados. En ese momento nos damos cuenta de que esta reprensión proviene de la vida. Por consiguiente, el primer elemento que se incluye en la plenitud es la vida.

Todos sabemos que la iglesia es la plenitud de Cristo, pero ¿cómo podemos saber si una iglesia en particular posee la plenitud? Si en una localidad percibimos la unción, la frescura y la vitalidad, debemos percatarnos de que la plenitud, la iglesia, está en dicha localidad. Sin embargo, es posible tener contacto con un grupo de santos fervientes en una localidad, y no sentir entre ellos la plenitud ni el desbordamiento de la vida.

Por ejemplo, en una reunión de la mesa del Señor dos o tres hermanos oran tan fuertemente que todo el mundo puede oírlos, aun sin necesidad de micrófonos; sin embargo, aquellos que disciernen la vida se darán cuenta de que la vida no está presente en su voz. Aun cuando sus voces resuenen en la reunión, no logran tocar el espíritu de las personas ni hacer que la unción esté en sus espíritus. Como consecuencia, aun cuando la voz sea fuerte y clara, muy pocas personas responderán con un “Amén”, y algunos ni siquiera podrán decir “Amén” porque la oración no posee vida; carece de algo viviente y le falta la unción.

Todas nuestras actividades, incluso nuestra predicación del evangelio, deben ceñirse a este principio. Si lo que hacemos procede de nosotros mismos, es simplemente un comportamiento adquirido. No sólo nos sentiremos muertos interiormente, sino que además de esto, no recibiremos la unción. Si nuestra persona ha sido quebrantada y Cristo ha sido edificado en nosotros, entonces lo que hagamos procederá de Cristo y será la plenitud. El primer elemento, la primera señal, de la plenitud, es la vida. Sabemos que dondequiera que percibamos el vigor, la frescura y la unción, allí también estará la vida; tener contacto con la vida es tener contacto con la plenitud.

El Evangelio de Juan es un libro que trata acerca de la plenitud, y nos presenta la vida como el primer elemento que contiene la plenitud. El Señor vino para que tuviéramos vida (10:10), y Él mismo es la vida (11:25). En la plenitud hay algo llamado vida, y esta vida se halla en el Señor. La vida es real. Aun cuando el hombre no pueda tocar la vida, definitivamente no puede negarla. Si alguien muere, todos de inmediato se darán cuenta de ello, porque la persona que muere ya no tiene vida. La vida es real. Si la vida está presente, está presente, y si está ausente, está ausente. Si es entonces es, y si no es entonces no es. Cuando ponemos dos flores una al lado de la otra, las personas rápidamente pueden darse cuenta de cuál es real y cuál es artificial porque la vida es muy real.

En la iglesia no debemos fijarnos solamente en la apariencia externa de las cosas; debemos tocar el contenido intrínseco de la iglesia. En otras palabras, debemos tocar la unción y la vida internas; debemos tocar la presencia viva del Señor. Ésta es la clave que responde todas las preguntas, y nos capacita para saber si una localidad es la iglesia en la experiencia y si ella es la plenitud de Cristo. Si la plenitud de Cristo está presente en una localidad, la vida también estará presente. Éste es el primer elemento que contiene la plenitud.


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