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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 14 Sección 1 de 5

CAPÍTULO UNO

LA VIDA Y EL CAMINO

En 1 Corintios 2:2 dice: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. El versículo 18 del capítulo 1 dice: “La palabra de la cruz es necedad para los que perecen; mas para los que se salvan, esto es, para nosotros, es poder de Dios”. El versículo 23 dice: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado”. En estos versículos podemos ver que Cristo y la cruz son inseparables.

TODOS LOS QUE SON SALVOS POSEEN DOS VIDAS, DOS NATURALEZAS Y DOS PERSONALIDADES

El propósito de Dios es que Cristo se mezcle con nosotros para ser nuestra vida y nuestra naturaleza, a fin de que los dos —Cristo y nosotros— lleguemos a ser uno. El hecho de que Cristo y nosotros seamos uno es el resultado de la mezcla de ambos: Cristo y Sus creyentes. Podríamos decir que todo el que ha sido verdaderamente salvo es dos y a la vez uno, pues tiene dos vidas, dos naturalezas y dos personalidades. Es por ello que muchas veces en nuestra experiencia llevamos una vida de contradicciones; y es debido a que tenemos dos personas: una que está adentro y la otra que está afuera. La persona que está adentro es Cristo y la persona que está afuera es nuestro yo. A veces esta persona interna desaprueba lo que la externa desea. Otras veces la persona externa no está dispuesta a cooperar con lo que quiere hacer la persona interna. Así pues, a menudo se libra un conflicto en nuestro interior. La persona de afuera claramente resiste la voluntad de la persona de adentro, y la persona de adentro evidentemente condena las intenciones de la persona de afuera. Esto nos muestra que todo el que ha sido salvo posee dos vidas y dos personalidades; además, esto constituye una prueba de que verdaderamente Dios mora en nosotros.

El punto central del asunto es este: ¿queremos que Dios obtenga la victoria o queremos obtenerla nosotros? ¿Quién deseamos que sea derrotado, Dios o nosotros? ¿Quién queremos que tenga libertad para actuar, la persona interna o la persona externa? Ésta es una cuestión muy crucial. Si permitimos que la persona externa tenga la libertad de actuar, es decir, si permitimos que nuestro yo obtenga la victoria, entonces de aquí a diez años seguiremos siendo los mismos, es decir, seguiremos siendo lo que éramos originalmente. Pero si permitimos que la persona interna tenga la libertad de actuar en nosotros, es decir, si permitimos que Dios sea quien obtenga la victoria, entonces Dios se expresará por medio de nosotros y, en consecuencia, otros podrán encontrarse con Dios en nosotros. Así pues, la cuestión crucial es si Dios tiene la base para gobernarnos y dirigirnos o si somos nosotros los que nos gobernamos y dirigimos a nosotros mismos. En esto estriba nuestra victoria, nuestra santidad, nuestra experiencia de todas las realidades espirituales, e incluso nuestro crecimiento en vida en el Señor.

Si permitimos que nuestra persona interna sea frustrada y nuestra persona externa prospere, entonces, como cristianos seremos definitivamente derrotados, y nos será imposible que vivamos en santidad, que crezcamos en vida y que seamos espirituales. Si no vivimos en el Señor ni somos regidos por Él, ciertamente tampoco viviremos para el Señor. Aun cuando todavía tengamos la vida del Señor, viviremos en nosotros mismos, por nosotros mismos y para nosotros mismos.

EL SEÑOR SE SIENTE PRESIONADO
DENTRO DE NOSOTROS

Esta clase de vivir le impide al Señor obrar con libertad en nosotros. Más aún, hace que el Señor se sienta frustrado tal como se sintió frustrado y restringido en la carne cuando estaba en Su encarnación. Por eso dijo: “¡Cómo me angustio [lit. siento constreñido]!” (Lc. 12:50). Sin embargo, hoy en día, Él se siente constreñido, pero ya no dentro de Su carne, sino dentro de usted y de mí. Anteriormente, en Su propia carne, con la cual Él se vistió en Su encarnación, Él se sentía presionado, constreñido y encarcelado. Por eso tuvo que pasar por la experiencia de la muerte, a fin de que la vida que estaba en Él pudiera ser liberada. Hoy, sin embargo, nosotros hacemos que Él se sienta constreñido; éste es el problema que nosotros le causamos. Nuestra conducta, nuestro temperamento, nuestra manera natural de ser, nuestra vejez y todo lo que proviene de nuestra vieja vida y de nuestra vieja naturaleza hace que Él se sienta encarcelado, oprimido y restringido. Por esta razón, necesitamos ser quebrantados y pasar por la muerte.

Si predicamos el evangelio únicamente con palabras, nuestra predicación no será eficaz. Si sólo usamos nuestra boca, Cristo no podrá ser liberado muy fácilmente en nuestra predicación del evangelio. Necesitamos ser quebrantados, necesitamos la marca de muerte sobre nosotros. Puesto que somos salvos, Cristo vive en nosotros; no obstante, este Cristo que mora en nosotros no puede ser liberado debido a que se halla atado, oculto y encubierto dentro de nosotros. El problema reside en nuestro yo natural, el cual necesita ser quebrantado, pasar por la muerte y ser aniquilado por la muerte.


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