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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 14 Sección 1 de 4

CAPÍTULO CINCO

LA EXPERIENCIA DE LA CRUZ

Mateo 16:21-25 dice: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestarles a Sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer muchas cosas de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reprenderle, diciendo: ¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso! Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. Entonces Jesús dijo a Sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque el que quiera salvar la vida de su alma, la perderá; y el que la pierda por causa de Mí, la hallará”.

Como aquellos que siguen del Señor, a menudo se nos hace difícil experimentar la cruz debido a que en nuestro ser natural quizás jamás hayamos entendido cuánto la cruz tiene que operar en nosotros. Sabemos que el resultado de la cruz es, en última instancia, acabarnos por completo. Por ello, de principio a fin, la obra que la cruz realiza en una persona que va en pos del Señor y le sigue, aniquila por completo su ser y todo lo que procede de sí misma, paso a paso. Esta enseñanza es fácil de entender, mas no tan fácil de experimentar.

A DIOS NO LE INTERESA LO CORRECTO
NI LO INCORRECTO SINO CRISTO

En nuestro ser natural no podemos evitar el concepto de lo correcto y lo incorrecto. Nos inclinamos a pensar que si hacemos lo correcto, agradamos a Dios, y que si hacemos algo bueno, estamos bajo Su resplandor. Raras veces nos damos cuenta lo que a Dios le interesa trasciende lo que es bueno y va más allá de lo correcto e incorrecto. A lo que a Dios le presta atención es si las cosas que hacemos proceden de Cristo o de nosotros mismos. Según nuestro modo de pensar, Dios rechaza lo incorrecto y acepta lo correcto. Sin embargo, según la perspectiva divina, únicamente lo que procede de Cristo es aceptable, mientras que todo lo que procede de nosotros mismos, sea bueno o malo, es completamente rechazado por Dios. La perspectiva de Dios es distinta de la del hombre. El criterio de Dios no se basa en lo correcto o incorrecto ni en lo bueno o lo malo; Su criterio se basa en Cristo. Todo lo que no proceda de Cristo, sea bueno o malo, no es aceptable delante de Dios. Únicamente lo que hagamos en Cristo y por Cristo en nuestro vivir puede ser aceptado por Dios. En resumen, lo que Dios desea ver en nosotros no es lo que nosotros mismos expresamos en nuestro vivir, sino lo que Cristo expresa en nuestro vivir por medio de nosotros.

LA DIFICULTAD
QUE EL HOMBRE ENCUENTRA
PARA HACER CESAR SUS ACTIVIDADES

Sin embargo, existe un gran problema. Puesto que el hombre es un ser vivo que tiene sus propias preferencias, pensamientos, sentimientos, voluntad y gustos, ¿cómo puede evitar expresarse a sí mismo en su vivir? ¿Cómo puede hacer cesar todas sus actividades y permitir que Cristo se manifieste en su vivir por medio de él? Esto es ciertamente un asunto muy difícil. No sólo nos es difícil detenernos en los asuntos de mayor importancia, sino aún más en los de menor importancia. Por ejemplo, si estamos muy entretenidos en una conversación con alguien, no nos es fácil detenernos. Aun si dejáramos de hablar externamente, podríamos seguir murmurando dentro de nosotros. Es difícil para nosotros el simple hecho de escuchar a otros cuando nos quieren contar algo. Esto nos muestra que cuando una persona está activa, no le es muy fácil hacer cesar sus actividades.

En la actualidad, en el servicio de la iglesia, con frecuencia hacemos las cosas por nosotros mismos. Aparentemente, las cosas que hacemos son buenas, correctas y provechosas, pero en realidad las hacemos por iniciativa propia. Es posible que incluso sepamos que las hacemos por iniciativa propia, pero se nos hace difícil detenernos. Hasta cierto punto todos hemos experimentado esto. Tomemos por ejemplo el hecho de leer la Biblia. Algunas veces mientras nos encontramos disfrutando de la lectura de la Biblia, recibimos el sentir interno de que debiéramos dedicar unos minutos para orar por la iglesia. Según los principios espirituales, una vez que surge en nosotros este sentir, de inmediato debiéramos dejar de leer y debiéramos ponernos a orar. Pero por lo general no estamos dispuestos a detenernos. Esto nos muestra una vez más que no nos es fácil hacer cesar nuestras actividades.

Sucede lo mismo con respecto al asunto de tener comunión. A veces podemos estar teniendo comunión con alguien al grado en que nos sentimos llenos de gozo y deseamos seguir hablando con dicha persona, pero de repente surge en nosotros el sentir de que debiéramos ir a visitar a un santo que está enfermo o tiene algún problema. Una cosa es estar dispuestos a tener comunión con otros, y otra es tener el sentir de ir a visitar a los santos. Sin embargo, puesto que estamos demasiado dispuestos a tener comunión, no podemos detenernos y, debido a que estamos disfrutando de la comunión, no vamos a visitar a los santos.


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