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Vida y la edificación como se presentan en Cantar de los cantares, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-2853-1
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CAPÍTULO DOS

AMAR A CRISTO LA PERSONA

Lectura bíblica: 1 Ti. 1:14; 2 Co. 5:14-15; Gá. 2:20; Jn. 14:21, 23; 21:15-19; Ap. 2:4

En el primer capítulo, vimos que la vida es sencillamente Cristo mismo. El Cristo que es nuestra vida es una persona. Al relacionarnos con muchas cosas, podemos hacerlo sin amor; pero cuando nos relacionamos con una persona, ello nos exige amor. Por ejemplo, podemos hacer uso de una mesa o silla sin amor, pero no podemos relacionarnos con una persona sin amor.

Supongamos que yo soy su compañero de cuarto. Si usted no me ama, le será muy difícil tenerme por compañero de cuarto. A mí me resultará difícil estar con usted, y a usted le resultará difícil estar conmigo. Así pues, el amor es indispensable cuando nos relacionamos con una persona viva.

Conforme a la Biblia, nuestra relación con el Señor es comparada con el matrimonio. Nosotros somos Su novia, y Él es nuestro Novio. Entre una novia y un novio debe haber amor. Si en un matrimonio no hay amor, entonces habrá dificultades. Es imposible tener una relación matrimonial genuina sin amor. El matrimonio se edifica únicamente sobre la base del amor. Sin amor, no puede haber vida matrimonial. De igual manera, nuestra relación con el Señor es semejante a una relación matrimonial, y este matrimonio depende del amor. Con respecto al Señor no hay ningún problema, pues Él ciertamente nos ama. El problema, más bien, existe de nuestra parte. ¿Amamos al Señor Jesús? ¿Cuando alguien menciona el nombre de Jesús, tenemos una sensación dulce en nuestro interior? ¿Cuándo pensamos en Él, incluso por un instante, nos sentimos atraídos hacia Él?

LA FE Y EL AMOR

Pablo dice en 1 Timoteo 1:14: “La gracia de nuestro Señor sobreabundó con la fe y el amor que están en Cristo Jesús”. La gracia sobreabundó en dos aspectos: en la fe y en el amor que están en Cristo Jesús. Originalmente, Pablo como Saulo de Tarso no tenía nada que ver con Jesucristo. De hecho, él estaba lleno de odio hacia el Señor. Pero un día recibió misericordia y gracia de parte del Señor, no sólo para creer en Jesús, sino también para amarlo. Así que, aunque anteriormente odiaba a Jesús, un día, por la gracia de Dios, llegó a amar a Jesús. Ésta es la misericordia más grande, y ésta es la verdadera gracia. Simplemente creer en el Señor Jesús no es suficiente; también debemos amarle. Estoy seguro de que todos le hemos dado gracias a Dios por Su misericordia y gracia, las cuales nos llevaron a creer en el Señor Jesús. Pero ¿alguna vez hemos orado, diciendo: “Oh Padre, cuánto te agradezco porque por Tu gracia amo al Señor Jesús”? No sólo necesitamos fe, sino también amor.

Todo el Evangelio de Juan nos muestra estas dos cosas. En la primera parte del evangelio, leemos que el Señor Jesús, quien era Dios mismo, era el Verbo en el principio. Luego un día se encarnó como hombre para morar entre nosotros, lleno de gracia y de realidad. El Evangelio de Juan nos alienta a creer en esta persona. Uno de los verbos más importantes en el Evangelio de Juan es “creer”. El Verbo se hizo carne y nosotros debemos creer en Él. Creer simplemente significa recibir. Juan 1:12 dice: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”. Nosotros creemos al recibirlo, y lo recibimos al creer. Creemos lo que Dios ha dado, y al creer recibimos lo que Él da.

Pero eso no es todo. En el Evangelio de Juan, después de que se nos dice que debemos creer, el Señor Jesús nos pide que le amemos. Él nos dice: “...El que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él [...] El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (14:21, 23). En estos versículos el Señor Jesús no dijo: “El que cree en mí”. Una cosa es creer en el Señor, y otra es amarle. Creer es recibir, pero amar es disfrutar lo que hemos recibido. Por ello, en el último capítulo del Evangelio de Juan, el Señor le preguntó a Pedro tres veces: “¿Me amas?”. Con esto, el Señor le estaba mostrando a Pedro que, puesto que lo había recibido, él debía aprender a disfrutar al Señor amándolo.

Sabemos que las hermanas van al supermercado, compran los víveres y luego los guardan en su casa. Aunque han comprado todos estos víveres y los han guardado, aún no los han disfrutado. Por ello, las hermanas no sólo los guardan, sino que también los disfrutan.

No necesito preguntarles a ustedes si han creído en el Señor Jesús. Sin embargo, el gran interrogante que tengo es si aman al Señor Jesús. Díganme con toda sinceridad, ¿aman al Señor Jesús? ¿Lo aman más que todas las cosas? Pedro pudo decir: “Señor; Tú sabes que te amo”. ¿Podemos decir lo mismo? Con un corazón sincero, ¿podemos decir: “Señor Jesús, Tú sabes que te amo?”. Puesto que hemos creído en el Señor, ahora Él nos pide que le amemos.

Supongamos que yo le doy a un hermano una Biblia muy bonita. No sólo deseo que él la reciba, sino que también la ame y pase mucho tiempo leyéndola. Es por ello que una cosa es creer en el Señor, y otra más profunda es amarlo a Él. Pablo dijo que la gracia de Dios sobreabundó para con él con la fe y el amor. Es por medio de Su gracia que nosotros creímos en el Señor Jesús, y también es por medio de Su gracia que nosotros amamos al Señor Jesús. Tenemos fe en Él y también amor por Él. Creemos en Él y le amamos.


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