Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 079-098)por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7011-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El Espíritu es la realidad de todas las entidades y asuntos divinos. El Espíritu es la realidad de Dios, el Padre, el Señor, el Hijo de Dios, Jesús, Cristo, el Dios viviente, la gracia, el poder y la gloria. Por ser tal realidad, el Espíritu es misterioso. Debido a que el Espíritu es misterioso y supera nuestro entendimiento, el Nuevo Testamento recurre a muchos símbolos diferentes, figuras retóricas, para describirlo. En este mensaje comenzaremos a considerar los símbolos del Espíritu.
Mateo 3:16 dice: “Vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él”. Aquí la paloma simboliza al Espíritu que, en el aspecto económico, vino sobre el Señor Jesús para Su ministerio. Una paloma es dócil, y sus ojos sólo pueden ver una cosa a la vez; por tanto, una paloma representa docilidad y pureza en visión y propósito. Por haber descendido el Espíritu de Dios como paloma sobre el Señor Jesús, Él pudo ministrar con docilidad y con un solo propósito, centrándose únicamente en la voluntad de Dios.
Juan 1:32 también habla de una paloma como símbolo del Espíritu: “También dio Juan testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre Él”. Al recomendar a Cristo, Juan el Bautista no solamente lo presentó como Cordero de Dios (v. 29), sino también como Cordero con la paloma. El Cordero quita el pecado del hombre, y la paloma trae a Dios como vida al hombre. El Cordero efectúa la redención, es decir, redime al hombre caído llevándolo de regreso a Dios, y la paloma da vida, unge al hombre con lo que Dios es, introduciendo a Dios en el hombre y al hombre en Dios, y une en Dios a los creyentes. El Cordero y la paloma son necesarios para que el hombre participe de Dios. La paloma es un símbolo del Espíritu Santo, cuya obra consiste en traer a Dios al hombre y hacer que Dios se una al hombre. Por un lado, el Cordero resuelve el problema del pecado del hombre; por otro, la paloma trae a Dios al hombre. El Cordero separa al hombre del pecado, y la paloma une Dios al hombre.
La paloma en Juan 1:32 representa al Espíritu Santo que vivifica, regenera, unge, transforma, une y edifica. La paloma es para impartir vida, no poder. Una paloma no tiene poder, pero está llena de vida y perspicacia, como lo indican los ojos. La Biblia manifiesta aprecio por los ojos de paloma, pues los ojos son la parte más hermosa de una paloma. En El Cantar de los Cantares, el Señor alaba a aquella que le busca por poseer ojos de paloma (1:15). Por tanto, la paloma no es un símbolo de poder, sino que, por ser preciosa, pequeña y llena de vida, la paloma es un símbolo de vida.
Otro símbolo del Espíritu es la mujer minuciosa que busca el tesoro de Dios que estaba perdido. Este símbolo se halla en la parábola de la mujer que busca: “¿O qué mujer que tiene diez monedas de plata, si pierde una moneda, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca cuidadosamente hasta encontrarla?” (Lc. 15:8). Aquí la lámpara representa la palabra de Dios (Sal. 119:105, 130), la cual el Espíritu usa para iluminar y poner al descubierto la posición y condición del pecador a fin de que éste se arrepienta.
Según Lucas 15:8, la mujer barre la casa y busca cuidadosamente hasta que encuentra la moneda perdida. La palabra barre denota el escrutinio y limpieza que tiene lugar dentro de un pecador. Mientras que el pecador es hallado por el Hijo de manera externa en Lucas 15:4, aquí la búsqueda del Espíritu ocurre dentro del pecador, pues es llevada a cabo mediante la operación del Espíritu dentro del pecador que se arrepiente.
El Espíritu busca al pecador como una mujer busca cuidadosamente una moneda perdida hasta que la encuentra. Esto significa que el Espíritu viene a encontrarnos. El libro de Hechos indica esto. En los Evangelios, el Hijo vino para efectuar la redención. Después de que la redención fue efectuada por el Hijo, el Espíritu vino a buscarnos y encontrarnos. Debido a que el Espíritu nos encontró, nos arrepentimos y regresamos a Dios el Padre.
Tal como lo indica la parábola de la mujer que busca la moneda, la obra del Espíritu consiste en iluminarnos internamente. Como esta mujer que busca, el Espíritu ilumina nuestro ser interior poco a poco, minuciosa y cuidadosamente. El Espíritu ilumina nuestra mente, después nuestra parte emotiva y nuestra voluntad, y después nuestra conciencia y todo nuestro corazón. Es de este modo que el Espíritu nos “encuentra”.
Como resultado de que el Espíritu nos encuentra al iluminarnos, uno es despertado y vuelve en sí dándose cuenta de cuán necio sería permanecer donde estamos. No nos despertamos por nosotros mismos; más bien, somos despertados por la iluminación del Espíritu que busca. La búsqueda, la iluminación y el hallazgo del Espíritu tienen lugar en nuestro corazón y resultan en el arrepentimiento.
El hecho de que el hallazgo del Espíritu se produce dentro de la “casa” de nuestro ser, revela que nos encontrábamos perdidos en nosotros mismos, es decir, estábamos extraviados en nuestra mente, emociones y voluntad. Por tanto, el Espíritu viene a encontrarnos cuando estamos en nosotros mismos. Entonces, iluminados por el Espíritu, nos arrepentimos. Este arrepentimiento, que resulta de haber sido iluminados por el Espíritu, es algo interno. Ningún hombre o ángel podría realizar esta obra tan subjetiva en nosotros. Esta obra puede ser realizada únicamente por el Espíritu que penetra, pues el Espíritu es capaz de penetrar las profundidades de nuestro ser para iluminarnos y ponernos al descubierto a fin de que nos demos cuenta de cuán necios somos, nos arrepintamos y decidamos regresar al Padre. Este aspecto del Espíritu está simbolizado por una mujer minuciosa.
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