Revelación crucial de la vida hallada en las Escrituras, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-811-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Los tres capítulos principales del libro de Ezequiel son los capítulos uno, treinta y siete, y cuarenta y siete. El capítulo uno trata del fuego, el capítulo treinta y siete habla del aliento, y el capítulo cuarenta y siete trata del agua. Todas las cosas mundanas y pecaminosas, incluyendo a Satanás y sus ejércitos, experimentan la quemadura del fuego ardiente. Finalmente, todas estas cosas negativas serán echadas en el lago de fuego (Ap. 20:10), pero nosotros los creyentes seremos los constituyentes de la ciudad de agua, la Nueva Jerusalén (Ap. 22:1). Entre el fuego y el agua se halla el aliento.
En Ezequiel 47 tenemos la casa de Dios, el edificio de Dios, pero en el capítulo treinta y siete, los hijos del Señor se ven como si fueran huesos secos e inconexos. Ninguno de los huesos está unido el uno al otro. Los huesos son independientes y están separados. Estos huesos secos están en medio de un valle. Aquí el cuadro es semejante al de los hijos de Israel antes de su partida de Egipto. El último versículo de Génesis muestra que los hijos de Israel estaban en un “ataúd en Egipto” (50:26). En Ezequiel 37 se ve a los hijos de Israel como si estuvieran en sepulcros (vs. 12-13). Los huesos secos esparcidos en medio del valle fueron los huesos de los muertos (v. 9b). Satanás fue quien los mató y los enterró. Los huesos secos necesitan que el aire, el aliento, los vivifique.
Hay una expansión de aire que rodea la tierra para que la vida exista en la tierra y sirva al propósito de Dios. Como Espíritu, Dios es el verdadero aire, el aliento. En el aire tenemos el agua, y en el agua, el alimento. Dios como nuestra vida es nuestro aire, nuestra agua y nuestro alimento. Cuando comemos, bebemos, y cuando bebemos, comemos. Uno come al beber, y uno bebe al respirar. Además, uno respira al alabar. Cuando decimos: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!”, respiramos. La manera de inhalar a nuestro maravilloso Señor es decir: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!” Al inhalar al Señor de este modo, el agua nos riega y nuestra sed se apaga. Tenemos la sensación de que estamos llenos y satisfechos. Podemos inhalar, beber y comer al Señor clamando: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!” Al declarar: “¡Oh Señor! ¡Amén! ¡Aleluya!”, recibimos el aire, el agua y el alimento.
El himno #119 por A. B. Simpson habla de la respiración de modo maravilloso. El coro de este himno dice:
Exhalando, exhalando
Culpas y pesar;
Inhalando, inhalando
De Tu gran caudal.
Necesitamos inhalar a Cristo como nuestro propio aliento. Al inhalar a Cristo podemos recibirle en lo más profundo de nuestro ser.
Debemos recordar que en Ezequiel 37 el viento es el aliento, y el aliento es el Espíritu. El versículo 9 dice: “Y me dijo: Profetiza al viento, profetiza, hijo de hombre, y di al viento: Así ha dicho Jehová el Señor: Ven de los cuatro vientos, oh aliento, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (heb.). El Señor le dijo a Ezequiel que se dirigiera al viento, llamándolo: “Oh aliento”. Esto significa que el viento es el aliento. El viento y el aliento en ese versículo son la palabra hebrea ruach. Luego el versículo 14 dice: “Y pondré mi Espíritu en vosotros”. El Espíritu mencionado en este versículo también es ruach. Así que, el viento es el aliento, y el aliento es el Espíritu. Cuando el Señor sopla, El es el viento. Cuando le inhalamos, El es el aliento. Cuando entra en nosotros, es el Espíritu. El Señor viene como el viento, le recibimos a El como aliento, El entra en nosotros como el Espíritu, y el Espíritu es la vida.
Antes de que viniera el Espíritu, nosotros éramos huesos secos. No solamente estábamos muertos y secos, sino que también estábamos sepultados y en el valle. Después de que Ezequiel profetizó: “Hubo un ruido ... y he aquí un temblor; y los huesos se juntaron cada hueso con su hueso” (v. 7). Antes de la profecía de Ezequiel, los huesos secos estaban callados y separados. Un cementerio lleno de huesos secos y sepultados es un lugar callado. Pero nuestras reuniones no deben ser semejantes a los cementerios. Cuando nos reunamos, debe haber “ruido y temblor”. Cuando el Espíritu como el viento sopla sobre nosotros, ¿cómo podríamos estar callados? Nuestras reuniones deben estar llenas del ruido apropiado, donde todos hablamos, todos oramos, todos alabamos y todos le damos gracias al Señor. Los salmos nos dicen que aclamemos al Señor con gozo (66:1; 81:1; 95:1-2; 98:4, 6; 100:1).
Después de que los huesos se juntaron, “he aquí tendones sobre ellos, y la carne subió, y la piel cubrió por encima de ellos; pero no había en ellos aliento” (v. 8, heb.). Después de que se juntaron los huesos, los tendones, la carne y la piel los cubrieron. Esta cubierta mejoró mucho su apariencia. Anteriormente, eran solamente huesos secos, pero ya eran un cuerpo sin aliento. Es obra maravillosa del Señor que los huesos se juntaran sin tener vida en ellos.
Debemos interpretar a Ezequiel 37 de modo espiritual. Antes de que viniera Dios para renovarnos y regenerarnos, éramos como huesos muertos y secos. La salvación de Dios no es meramente para la gente pecaminosa sino para los muertos. Debido a que estábamos muertos y secos, también estábamos esparcidos. Ya sea que fuéramos pecadores no salvos o creyentes caídos, nos encontrábamos en condiciones de muerte, estábamos sepultados. Muchos cristianos están muertos y secos, están esparcidos y separados. No están conectados a nadie. El Señor vino para rescatarnos mediante Su palabra profetizada. Al profetizar Ezequiel, los huesos se juntaron y los tendones, la carne y la piel los cubrieron.
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