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Terreno genuino de la unidad, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3873-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 10 Sección 3 de 4

NO ABUSAR DE LA GRACIA DE DIOS

Hay varias razones por las que el Señor nos ordena que no hagamos lo que a nosotros nos parece bien, sino que vayamos al lugar que Él escogió. La primera de ellas es que no debemos abusar de la gracia de Dios. Los hijos de Israel tenían que apartar para el Señor las primicias, el diezmo, del fruto de la buena tierra. Además, debían ofrecerle las primicias de sus ovejas y de sus vacas. Ellos no tenían ningún derecho de guardarse el primogénito o el diezmo de las primicias para sí mismos. Tampoco se les permitía comerlos en casa. Deuteronomio 12:17 y 18 dice: “Tampoco comerás en tus poblaciones el diezmo de tu grano, de tu vino o de tu aceite, ni las primicias de tus vacas ni de tus ovejas, ni los votos que prometas, ni las ofrendas voluntarias, ni ninguna otra ofrenda reservada de tus manos, sino que delante de Jehová, tu Dios, las comerás, en el lugar que Jehová, tu Dios, haya escogido”. Según estos versículos, los israelitas también tenían que presentar los sacrificios de los votos prometidos y de las ofrendas voluntarias en el lugar que Dios escogiera. Sin duda, el pueblo de Dios presentó las primicias de sus frutos y de sus ovejas como votos u ofrendas voluntarias. El punto aquí es que todas estas ofrendas —los diezmos, las primicias, los votos y las ofrendas voluntarias— se podían disfrutar solamente en el lugar que Dios había escogido para poner allí Su nombre. Es decir, los hijos de Israel tenían que acudir al lugar de la habitación de Dios con la mejor porción del rico fruto de la buena tierra. Esto indica que no se le permitía abusar de la gracia de Dios. Ellos no tenían ningún derecho de disfrutar la mejor porción según sus gustos o preferencias; más bien, debían disfrutarlas según las regulaciones de Dios. No tenían otra opción más que llevar estas ofrendas al lugar que Dios había escogido para poner allí Su nombre y Su habitación.

Este principio aún se aplica hoy en la vida de iglesia. Si no acudimos a las reuniones de la iglesia, no podremos disfrutar de la porción suprema de Cristo. Cuando nos quedamos en casa a propósito y no vamos a las reuniones, no somos aptos para disfrutar de la mejor porción de Cristo. Si bien podemos tener cierto disfrute del Señor al orar-leer o al tener comunión, no podemos disfrutar de esas porciones de Cristo tipificadas por las primicias, los diezmos, los votos prometidos y las ofrendas voluntarias. Hay una regulación divina que nos prohíbe abusar de la gracia de Dios. Según esta regulación, debemos ir a la casa de Dios, la iglesia, a fin de disfrutar la mejor porción de Cristo. Tenemos que acudir al lugar que Dios ha escogido; no se nos permite actuar según nuestra propia elección o preferencia. Al aceptar lo que Dios ha escogido, nos sometemos y no abusamos de Su gracia.

LA DISCIPLINA MÁS COMPLETA
POR PARTE DEL SEÑOR

Cuando acudimos al lugar que Dios escogió, experimentamos la disciplina más completa por parte del Señor. Allí nos vemos obligados a ser uno con nuestros hermanos en Cristo. A veces es posible que no deseemos ver a cierto hermano y, aunque vamos a las reuniones de la iglesia, hacemos lo posible por esquivarle. Si procuramos evitar a cierto hermano, no podremos disfrutar de la mejor porción de Cristo. Así que, necesitamos someternos por completo. Debemos orar: “Señor, ten misericordia de mí para que pueda estar bien con mi hermano. No quiero tener ningún problema con él; más bien, quiero disfrutar de su compañía”. Esto nos muestra el hecho de que cuando acudimos al lugar que Dios escoge, Él nos disciplina de manera exhaustiva.

Supongamos que un israelita tenía un problema con otro israelita y por tanto hacía todo lo posible para eludirle. Sin embargo, tres veces al año, a todos los varones israelitas se les exigía ir a Jerusalén. Aquellos que se negaran ir serían apartados de la comunión que disfrutaba el pueblo de Dios. A la postre, todo problema entre los israelitas tenía que ser resuelto. De lo contrario, no habría sido posible que ellos se congregaran en unidad para adorar a Dios en el monte de Sión. Mientras los israelitas subían al monte de Sion, tenían que cantar las palabras del salmo 133: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es que habiten los hermanos juntos en armonía!”. Por lo tanto, el lugar único escogido por Dios preservaba la unidad de Su pueblo. Mientras que los hijos de Israel siguieran la elección de Dios, no tenían más alternativa que ser uno.

La situación es totalmente diferente entre los cristianos hoy. Si un creyente no está contento con otro, simplemente se puede ir a otro lugar de adoración. La mayoría de los cristianos consideran que tienen la libertad de escoger cualquier lugar que satisfaga sus propios deseos. Por esta razón, entre la mayoría de ellos no hay sumisión. Sin embargo, si no abusamos de la gracia de Dios, sino más bien nos sometemos completamente a ella y vamos al lugar de Su elección, nuestra unidad será preservada. No importa qué clase de carácter tengamos, debemos someternos y acudir al lugar escogido por Dios. De lo contrario, seremos apartados de la comunión del pueblo de Dios. Si nos sometemos de esta manera, seremos preservados en la unidad apropiada.


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