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Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7893-2
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EL ESPÍRITU QUE REPARTE
Y EL ESPÍRITU DE GRACIA

El versículo 4 del capítulo 2 dice: “Dando Dios testimonio juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversas obras poderosas y repartimientos del Espíritu Santo, según Su voluntad”. El Espíritu que reparte y está en nuestro interior imparte algo en nosotros. En principio, las cosas que el Espíritu nos imparte son todas las riquezas de Cristo. No deberíamos considerar que los dones del Espíritu solamente incluyan cosas tales como las lenguas y las sanidades. Según Romanos 12:6-10, incluso servir, tomar la delantera, enseñar, hacer misericordia, amar a otros y extender hospitalidad son dones, las reparticiones de las riquezas de todo lo que Cristo es. El Espíritu eterno, el Santo, no solamente nos habla acerca de Cristo y revela a nosotros las cosas de Cristo, sino que mientras Él habla y revela, Él transmite, reparte e imparte en nosotros las abundantes riquezas de Cristo.

Hebreos 10:29 habla del “Espíritu de gracia” (Zac. 12:10), y Hebreos 4:16 dice: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. El Espíritu de gracia es un título dulce y precioso. Puesto que la gracia es nada menos que las riquezas de Cristo mismo, podemos hallar gracia solamente mediante el Espíritu de gracia que imparte en nosotros las riquezas de Cristo. En 2 Corintios 13:14 se nos habla de “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo”. La gracia es de Cristo y la comunión del Espíritu Santo es la transmisión de esta gracia mediante el Espíritu de gracia. El Espíritu eterno, quien es el Espíritu de gracia, en su hablar siempre imparte algo de Cristo en nosotros y reparte en nosotros las riquezas de Cristo. Hebreos 6:4 dice que hemos sido hechos “partícipes del Espíritu Santo”. El Espíritu Santo habla acerca de Cristo, y Él reparte, ministra, las riquezas de Cristo en nosotros como gracia. Por tanto, le disfrutamos y participamos de Aquel que es el Espíritu de gracia que transmite la gracia de Cristo en nosotros a fin de satisfacer nuestra necesidad oportuna.

EL ESPÍRITU QUE UNGE

El versículo 9 del capítulo 1 dice: “Has amado la justicia, y aborrecido la iniquidad, por lo cual te ungió Dios, el Dios Tuyo, con óleo de júbilo más que a Tus socios”. El Señor Jesús fue ungido con el óleo del Espíritu eterno. Puesto que Dios derramó el Espíritu de júbilo sobre Él, Él pudo ofrecerse a Sí mismo a Dios por este Espíritu eterno. La palabra Cristo significa “el Ungido”. Al ser ungido por el Padre con el Espíritu de júbilo, Él llegó a ser el Cristo.

EL ESPÍRITU HUMANO EN EL LIBRO DE HEBREOS

El Padre de los espíritus

El libro de Hebreos también habla acerca de nuestro espíritu humano. El versículo 9 del capítulo 12 dice: “Tuvimos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?”. En la regeneración somos nacidos de Dios en nuestro espíritu (Jn. 1:13; 3:6). Por tanto, Dios es el Padre de los espíritus. El contexto de Hebreos 12 es la manera en que Dios trata con Sus hijos. Dios trata con nosotros en nuestro espíritu puesto que Él es el Padre de los espíritus.

Ser perfeccionados en el espíritu

El versículo 23 dice: “A la iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos; y a Dios, el Juez de todos; y a los espíritus de los justos hechos perfectos”. Dios perfecciona a los justos en el espíritu de ellos. La manera en que Dios trata con nosotros tiene que ver con nuestro espíritu, y Su obra de perfeccionamiento también se efectúa en nuestro espíritu.

Discernir entre el espíritu y el alma

El versículo 12 del capítulo 4 dice: “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Dios es el Padre de nuestro espíritu, Aquel que trata con nosotros en nuestro espíritu y nos perfecciona en el espíritu. Además, Cristo mismo como Espíritu está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:16). Por tanto, necesitamos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma.

Entrar en el Lugar Santísimo
en nuestro espíritu

Hebreos 10:19 dice: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús”. Éste no es meramente el Lugar Santísimo en los cielos. Si el Lugar Santísimo estuviese solamente en los cielos, no podríamos entrar en él hoy día mientras aún estamos sobre esta tierra. Por tanto, éste tiene que ser el Lugar Santísimo en nuestro espíritu. El Lugar Santísimo en nuestro espíritu corresponde con el Lugar Santísimo en los cielos. En principio, los mismos son dos aspectos, dos extremos, de una sola entidad. En un sentido subjetivo, el Lugar Santísimo hoy está en nuestro espíritu. Por tanto, debemos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma para que podamos entrar en el Lugar Santísimo donde están Cristo, el Arca, la gloria shekiná de Dios y la presencia de Dios, donde podemos contactar a Dios, obtener misericordia y hallar gracia en calidad de agua viva que fluye a nosotros para que la disfrutemos. Esta agua viva que fluye es simplemente el Espíritu de gracia, quien transmite las riquezas de Cristo como gracia a nosotros con miras a nuestro disfrute a fin de satisfacer nuestra necesidad oportuna. Ésta es la clave para experimentar las cosas de Cristo reveladas en este libro. De no ser por nuestro espíritu, que es la clave, Cristo solamente sería objetivo para nosotros y no tendríamos manera alguna de entrar en Él.

Por una parte, necesitamos tener una visión objetiva de Cristo como Aquel que es superior al judaísmo en todo aspecto. Por otra parte, debemos comprender que hoy día Él es el Espíritu eterno, el Santo, quien introduce a Cristo en nuestro espíritu. Dios el Padre trata con nosotros en nuestro espíritu, así que para contactar a Dios, experimentar a Cristo y aprehender al Espíritu, debemos discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma. Esto quiere decir que debemos siempre volvernos al espíritu y dividir nuestro espíritu de nuestra alma. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo. Entonces tenemos a Cristo, quien es la presencia de Dios. Podemos contactar a Dios en toda Su plenitud y disfrutar a Cristo en Su calidad de árbol de la vida en el fluir del agua viva (Ap. 22:1-2). El árbol de la vida es Cristo como nuestra gracia y el fluir del agua viva es el Espíritu que transmite.

De nuevo digo que la clave para experimentar a Cristo de una manera interior y subjetiva es discernir entre nuestro espíritu y nuestra alma y aprender cómo volvernos al espíritu. Cada vez que nos volvemos al espíritu, de inmediato hallamos el fluir del Espíritu de gracia, quien transmite las riquezas de Cristo como gracia a nuestro interior a fin de satisfacer nuestra necesidad oportuna. Ésta es la clave para experimentar todas las riquezas de Cristo según se revela en el libro de Hebreos.


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