Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0700-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
ISBN: 978-0-7363-0700-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
Font Size
Veamos otra clase de ministros de la palabra en el Nuevo Testamento: los apóstoles. En el Antiguo Testamento el ministerio de la Palabra era exclusivamente objetivo, pues se llevaba a cabo cuando ésta venía al hombre, quien usaba su voz como vehículo, mientras que el ministerio del Señor Jesús era subjetivo o experimental, pues El no recibía la visitación de la palabra sino que El era el Verbo encarnado en un hombre. Así que el Verbo tenía voz, pensamientos, sentimientos y opiniones. Todo lo que constituía parte de este hombre estaba al servicio de la Palabra, ya que cada aspecto del Señor Jesús armonizaba con la Palabra de Dios.
Al examinar a los apóstoles y su ministerio neotestamentario, encontramos que tiene el mismo carácter que el del Señor Jesús, y descubrimos que estaba mezclado con la revelación del Antiguo Testamento. La diferencia entre el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento y el ministerio de la palabra del Señor Jesús radica en que en el caso del Señor Jesús, quien era la Palabra de Dios hecha carne, se tiene primero el Verbo de Dios, y luego la carne que armoniza con el ministerio; es decir, los sentimientos, los pensamientos y la conciencia de este hombre armonizan con la Palabra de Dios; mientras que en el ministerio de la Palabra en el Nuevo Testamento se tiene primero la carne. Todos nosotros tenemos la carne, y para poder ser ministros de la Palabra es necesario que ésta sea transformada para que sus pensamientos, sus sentimientos y sus opiniones puedan cumplir los requisitos de la Palabra de Dios. Podemos decir que el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento es diferente a su homólogo en el Antiguo Testamento y también al ministerio del Señor Jesús. El ministerio del Señor Jesús era ciento por ciento subjetivo o personal, ya que El mismo era el Verbo. Por otra parte, el ministerio del Nuevo Testamento, se compone del ministerio de los profetas y el del Señor Jesús. En este ministerio encontramos la visitación y la revelación, mezcladas con los sentimientos, los pensamientos y las opiniones. El ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento está compuesto de la revelación divina y los elementos humanos.
Los hombres a quienes Dios escogió en el Nuevo Testamento son diferentes al Señor Jesús, quien es “lo santo que nacerá” (Lc. 1:35), el Santo de Dios, y aquel en quien no hay mezcla, porque El es el Verbo. En los escogidos, por una parte, Dios deposita Su Palabra, y por otra, los disciplina y los edifica. El hace uso de los pensamientos, de los sentimientos, las opiniones y las características de ellos, a la vez que los disciplina para que expresen Su palabra. Un ministro de la palabra del Nuevo Testamento no sólo posee la Palabra de Dios y la expresa por medio de su voz, sino que la da a conocer en toda su extensión por medio de su vida humana. A Dios le place que Su palabra esté en el hombre y dejar que éste la exprese. El Señor Jesús es el Verbo hecho carne, mientras que los ministros del Nuevo Testamento expresan la palabra en una carne que ha sido disciplinada por Dios.
Algunas personas piensan que la inspiración divina no debe tener nada del elemento humano, porque una vez que éste se infiltra, aquélla deja de ser divina. Esto no es así. Los que tienen esa idea no comprenden la naturaleza de la inspiración. La inspiración divina contiene elementos humanos y es expresada por medio de ellos. Aunque en el ministerio profético del Antiguo Testamento los elementos humanos eran ínfimos, no podemos decir que no estuviesen presentes, porque Dios usó la voz humana para dar a conocer Su mensaje. El Señor Jesús era el Verbo hecho carne, y todos los elementos humanos que estaban en El constituían la Palabra de Dios. Hoy, en la era del Nuevo Testamento, los ministros expresan la Palabra de Dios por medio del elemento humano.
Al leer el Nuevo Testamento, vemos que Pablo con frecuencia usó palabras que Pedro nunca usó; lo mismo sucedió entre Juan y Mateo. Muchas palabras sólo se encuentran en los escritos de Lucas, y otras en los escritos de Marcos. En la Biblia, cada escritor tiene sus características particulares. De allí que los cuatro evangelios son diferentes entre sí. El estilo de las epístolas de Pablo es distinto al de las epístolas de Pedro; por otro lado, el evangelio de Juan y sus epístolas tienen un tono similar. Por ejemplo, la primera expresión de su evangelio dice: “En el principio”, y la primera frase de su primera epístola es: “Lo que era desde el principio”. Una habla del principio, y la otra de lo que existía desde el principio. En el libro de Apocalipsis él desarrolla su evangelio y sus epístolas. Podemos observar también que cada escritor usa ciertas expresiones que contienen un sello personal. Lucas era doctor, y por eso al describir enfermedades usa términos médicos; en cambio los escritores de los otros evangelios sólo las describen en términos generales. El libro de Hechos también fue escrito por Lucas, por eso encontramos allí muchos términos médicos. Cada evangelio usa una terminología distintiva y temas característicos y únicos de los escritores. Por ejemplo, Marcos usa de una manera peculiar la palabra inmediatamente; Mateo usa la expresión el reino de los cielos, y Lucas emplea la expresión el reino de Dios. Cada libro de la Biblia tiene las huellas de su escritor; no obstante, es la Palabra de Dios.
El Nuevo Testamento está lleno del elemento humano, mas no por eso deja de ser la Palabra de Dios. Cada escritor tiene su propio estilo, sus propias expresiones y sus características personales, y Dios usa a cada uno para emitir Su palabra, sin que ésta sufra daño en el proceso. La Palabra contiene marcas y características humanas, pero es la Palabra de Dios. Este es el ministerio del Nuevo Testamento, en el cual Dios le dio al hombre la responsabilidad de expresar Su palabra. Dios usa los elementos del hombre, pero no como una grabadora que se limita a repetir lo que recibe. El Señor Jesús vino, y el Espíritu Santo efectuó Su obra en el hombre. La meta de esta obra es retener los elementos humanos sin que éstos afecten las palabras divinas. Este es el fundamento del ministerio del Nuevo Testamento. El Espíritu Santo actúa en el hombre sin desechar el elemento humano y sin sacrificar la Palabra de Dios. Si la Palabra de Dios eliminara el elemento humano, el hombre sería una grabadora. El elemento humano complementa la Palabra de Dios. Sabemos que hablar en lenguas es un don de Dios; no obstante, Pablo dice que al hacer esto, la mente queda sin fruto (1 Co. 14:14, 27-28), es decir, la mente no interviene. Hacer esto es actuar conforme al principio del Antiguo Testamento. Cuando una persona habla en lenguas, su boca emite sonidos divinos incomprensibles y enigmáticos. Pero en el ministerio neotestamentario Dios desea usar todos los elementos del hombre. Por medio de la restricción, la regulación y la operación del Espíritu Santo, estos elementos pueden ser usados por Dios para comunicar Su palabra. Sin embargo, el ministro de la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento debe estar lleno de Dios.
Un músico que sepa tocar el piano, el órgano y el violín, puede tocar la misma melodía en cada uno de dichos instrumentos. Ya que cada instrumento tiene sus propias características, la música producida por cada uno también diferirá. Hay personas que pueden determinar si una melodía procede de un piano o de un violín. Aunque la tonada sea la misma, el timbre es diferente. Si bien los instrumentos son diferentes, aún así, ponen de manifiesto el sentimiento y carácter de la música. El caso es el mismo con los ministros del Nuevo Testamento. Algunos son como el piano, otros como el órgano, y otros como el violín. La tonada es la misma, pero los sonidos son diferentes. Cada vez que una persona anuncia la Palabra de Dios, nos damos cuenta de que lo que dice contiene sus propios elementos, y sin embargo, Dios la usa. Dichos elementos no obstaculizan la Palabra de Dios, porque son regulados, dirigidos y perfeccionados por el Espíritu Santo. Cada vez que la Palabra se proclama es glorificada.
Puesto que la Palabra de Dios tiene que pasar por el hombre y a su paso adquiere los elementos humanos, quienes nunca hayan experimentado la disciplina de Dios no deben esperar que sus elementos humanos sean de mucha utilidad, porque cuando Dios los trae a la luz, no pueden ser usados para expresar Su palabra. Una persona así no sirve como ministro de la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento Dios usó una asna para que hablara por El, pero ahora estamos en la era del Nuevo Testamento, cuyo ministerio de la palabra es totalmente diferente. En el Nuevo Testamento la Palabra de Dios es expresada por medio del elemento humano. Por esta razón, Dios es muy selectivo. El sabe a quien puede usar. Si no hemos experimentado la disciplina, no podremos ser ministros de la palabra. Para ser canales de la Palabra de Dios, es necesario ser calibrados. Sería simple si Dios hiciera a un lado el elemento humano, pero El no hace eso. Así que, si las personas a quienes El usa no son competentes, se convierten en un problema. Cuando lo humano está contaminado y tiene manchas, carnalidad y rasgos de la condición caída, Dios tiene que desecharlo pues no lo puede usar. Algunas personas nunca han sido quebrantadas por el Señor; otras tienen la mente sucia y engañosa; algunos argumentan con Dios, mientras que la mente y la parte afectiva de otros son insubordinadas. Esto hace que se vuelvan obstinados. Dios no puede comunicar Su Palabra por medio de estas personas. Aunque ellas reciben la Palabra de Dios, no la pueden comunicar a los demás; y aun si se esfuerzan por hacerlo, no lo logran. Para ser un ministro de la Palabra de Dios en el Nuevo Testamento, la condición que uno tenga ante El es decisiva.
Dios no desea que Su palabra le pertenezca sólo a El; El quiere que el hombre la proclame como si procediera directamente de él, es decir, que sea verdaderamente divina y al mismo tiempo humana. Al leer el Nuevo Testamento, no encontramos ninguna palabra que no haya sido escrita por el hombre. Desde la primera página hasta la última se nota la participación humana. Estos escritos son muy humanos; no obstante son divinos, porque son la Palabra de Dios. Dios quiere que Su palabra sea expresada por medio del hombre. Este es el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento.
Dice Pablo en 2 Corintios 2:4: “Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas”. Era así como él servía la Palabra de Dios. He aquí un hombre que volcaba todo su ser al anunciar esta palabra, expresando así sus sentimientos. Cuando le llegó la palabra de Dios, él estaba afligido y angustiado de corazón, de manera que escribió con muchas lágrimas, mezclando así sus sentimientos con la Palabra de Dios. Sus elementos humanos realzaron la Palabra de Dios. Pablo estaba lleno de sentimientos y pensamientos, y los ejercitó, de tal manera que mientras escribía la Palabra de Dios, lo hacía con muchas lágrimas por la aflicción y angustia que sentía en su corazón, no como los que hablan en lenguas, quienes reciben palabras y las transmiten sin que la mente participe en ello. Pablo es un ministro de la palabra en el Nuevo Testamento.
Dios usa todo el ser del hombre para comunicar Su palabra. Las características, los ademanes, el tono de voz y lo que él experimenta del Señor, fluyen por medio de la Palabra; y por medio de ésta, nos damos cuenta a qué grado la persona ha sido instruida, disciplinada y probada por Dios. Cuando la Palabra de Dios viene al hombre, éste la puede expresar sin que el elemento humano la afecte. Esto es lo que significa ser ministro de la palabra del Nuevo Testamento. La Palabra de Dios puede fluir libremente por medio de tal ministro, sin que el elemento humano la contamine. La palabra divina es contaminada sólo si el elemento humano, el cual opera juntamente con ella es carnal y natural.
La Palabra de Dios llega a su plenitud cuando está llena de los elementos humanos. Por eso, al encomendar Su palabra al hombre, Dios requiere que la condición de éste sea apropiada. Dios habla usando el principio de la encarnación, es decir, la palabra se hace carne. Esto no significa que se haya degradado al punto de sólo ser palabras de hombre, sino que ha sido sazonada con el sabor humano; aún así, es pura. Esta es verdaderamente la palabra del hombre y al mismo tiempo es la palabra genuina de Dios. En el ministerio de la palabra en el Nuevo Testamento, el hombre habla la Palabra de Dios. Vemos este hecho al leer Hechos, 1 y 2 Corintios, 1 y 2 Timoteo, Tito y Filemón.
¡Cuán grande es la responsabilidad de los que anuncian la Palabra de Dios! Las equivocaciones de una persona y los elementos impuros de sus palabras, contaminan y dañan la Palabra de Dios. Debemos comprender que el factor crucial cuando proclamamos la Palabra de Dios no es la cantidad de conocimiento bíblico que poseamos, pues de nada sirve tener conocimiento y doctrinas, si sólo es algo teórico. Se puede predicar mucho acerca de estas cosas sin ser parte de ellas. Por supuesto, no somos el Señor Jesús, quien era el Verbo hecho carne; sin embargo, como ministros de la palabra, debemos comprender que El necesita nuestra carne para expresar Su Palabra. Por consiguiente, nuestra carne debe llegar a su fin. Diariamente necesitamos reconciliarnos con Dios y experimentar Su corrección. De no ser así, afectaremos la Palabra de Dios tan pronto pase por nosotros y se mezcle con nuestras palabras.
No piensen que todos podemos comunicar la Palabra de Dios. Sólo quienes han experimentado la disciplina de Dios pueden hacerlo. El reto más grande que enfrenta el que anuncia la Palabra de Dios no es lo oportuno del tema ni la elocuencia, sino su persona. Si ésta no es recta, lo demás tampoco lo será. Quiera Dios mostrarnos la manera de servir en el ministerio de la Palabra. Debemos recordar que predicar no es un asunto sencillo, puesto que es el servicio de la Palabra de Dios a Su pueblo. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Debido a que todo nuestro ser es afectado por la Palabra de Dios, cualquier elemento deformado que se encuentre en nuestros pensamientos, en nuestras expresiones y en nuestra actitud, y cualquier vacío que tengamos en nuestro aprendizaje y experiencia, aun sin proponérnoslo, dañará la Palabra de Dios. Todo nuestro ser necesita ser disciplinado por el Señor. Esto evitará que Su palabra sea contaminada por nosotros cuando sirvamos como ministros, y hará que la podamos presentar de una manera pura. Esto lo podemos ver en Pablo, Pedro, Mateo, Marcos, Lucas y Juan y en muchos otros siervos del Señor. La Palabra de Dios tiene elementos humanos, pero no expresa la carne; por el contrario, hay gloria en su expresión. Es maravilloso que la Palabra de Dios sea la palabra del hombre, y que la palabra del hombre sea la Palabra de Dios.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.