Vida que vence, Lapor Watchman Nee
ISBN: 978-1-57593-909-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Esta es la última de nuestras conferencias sobre “La vida que vence”. Hay un asunto que debo mencionar. Los mensajes anteriores no nos llevarían muy lejos, si hubiéramos terminado con el mensaje anterior. Sin embargo, no habría sido apropiado mencionar antes el tema que tocaremos en esta ocasión. Vamos a hablar sobre la consagración.
Lo primero que debemos hacer después de experimentar la vida que vence es consagrarnos. Por su puesto, esto es lo primero que debiéramos hacer al ser salvos. Sin embargo, a pesar de que muchos son salvos, aún no se han consagrado al Señor. Por lo tanto, después de empezar a experimentar la vida que vence deben consagrarse. Hay algunos que se consagraron desde que fueron salvos, pero caen y se levantan constantemente, y no tienen la frescura que tenían. Por lo tanto, ellos también necesitan consagrarse. No digo que la consagración sea el primer paso ni la primera manifestación de la victoria. Sólo puedo decir que puesto que el Señor murió por nosotros y vive para nosotros, lo primero que debemos hacer después de vencer es consagrarnos.
Algunos dicen que para vencer primero tenemos que consagrarnos, pero Romanos 6:13 dice: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como armas de injusticia, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como armas de justicia”. Este versículo nos muestra que la consagración viene después de experimentar la vida que vence. Es un hecho evidente que una persona no se puede consagrar si no ha experimentado la muerte y la resurrección. Sólo aquellos que han muerto y resucitado pueden consagrarse. En los últimos días hemos venido hablando de nuestra crucifixión con Cristo y de que El vive en nosotros. Nosotros morimos con Cristo y vivimos con El. Por lo tanto, basándonos en Romanos 6:13, podemos ver que un cristiano se consagra después de experimentar la vida vencedora. Si una persona no ha experimentado la vida vencedora, no puede consagrarse, y aun si lo hiciese, Dios no aceptaría tal consagración; El no desea nada que esté relacionado con Adán ni con la muerte.
Si aún no hemos experimentado la vida que vence, nuestra consagración no es confiable. Puede ser que hoy nos consagremos, y mañana olvidemos los que hicimos. Es posible que hoy hagamos un voto al Señor diciéndole que haremos esto y aquello, y que mañana se nos olvide por completo. Hubo una misionera que había asistido a siete convenciones de Keswick. Ella decía que asistir a las convenciones de Keswick cada año era como darle cuerda a un reloj. El reloj se le comenzaba a atrasar, y ella le daba cuerda. Cada año ella asistía para que le dieran “cuerda”, y cada año volvía a sentir que se le acababa la “cuerda”. Esto es lo mismo que sucede con muchos cristianos. Le hacen grandes promesas a Dios, pero cuando se van, todo queda olvidado. Es por esto que digo que no podemos consagrarnos. No contamos con la fuerza para hacerlo.
Si no hemos experimentado la vida vencedora, aunque nos consagremos, Dios no aceptará tal consagración, porque todo lo que tenemos es de Adán y es muerte. Así como le decimos que no a los incrédulos y nos rehusamos a recibir sus regalos, así mismo sucede con Dios. El no puede aceptar nuestras ofrendas. Sólo lo que procede del Señor puede consagrarse a El. Nada de lo que provenga de nosotros mismos puede consagrarse a Dios.
Debemos darnos cuenta de que lo primero que debemos hacer después de experimentar la vida que vence es consagrarnos al Señor. Este es le momento en que nos consagremos al Señor. En la actualidad tenemos la oportunidad de consagrarnos a El. Si no nos consagramos ahora, retrocederemos y en pocos días volveremos a caer.
No sólo en Romanos 6 se habla de la consagración, sino también en Romanos 12. ¿Por qué tenemos que consagrarnos? Pablo nos exhorta a que nos consagremos por las compasiones de Dios. ¿Qué son las compasiones de Dios, y qué son las misericordias de Dios? Romanos del 1 al 8 hablan de las compasiones y de las misericordias de Dios. Desde el punto de vista doctrinal, el capítulo doce viene inmediatamente después del capítulo ocho. Los primeros ocho capítulos abarcan las compasiones y las misericordias de Dios. Antes éramos pecadores, y el Hijo de Dios vino para derramar Su sangre por nuestros pecados. Los capítulos tres y cuatro nos hablan de la sangre; el capítulo cinco trata del perdón, mientras que los capítulos del seis al ocho abarcan el tema de la cruz. Por una parte, la sangre fue derramada para el perdón de los pecados; fuimos perdonados por medio de la sangre. Por otra parte, la cruz pone fin al viejo hombre; nosotros somos libres por medio de la cruz. Damos gracias al Señor por haber sido crucificado y morir en nuestro lugar y por vivir en nuestro lugar. Basándose en las compasiones y las misericordias de Dios, Pablo nos exhorta a consagrarnos a Dios.
Hermanos y hermanas, Dios nos creó y nos salvó con este propósito. Su intención es que nosotros expresemos la vida de Su Hijo y participemos de la gloria de Su Hijo. En la eternidad pasada Dios tenía un propósito; El no sólo quería un Hijo unigénito, sino muchos hijos. Por lo tanto, Romanos 8:29 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó, para que fuesen hechos conforme a la imagen de Su Hijo, para que El sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Dios nos predestinó para que fuésemos hechos conforme a la imagen de Su Hijo. Luego nos compró y nos redimió. El nos obtiene de dos formas. Por Su parte, Dios envió a Su Hijo para que muriera por nosotros y nos redimiera. En lo que respecta a nuestra redención, somos Sus esclavos. ¡Le damos gracias a Dios por habernos comprado! Fuimos comprados por Dios. Dios dijo a Abraham: “Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje” (Gn. 17:12). ¡Aleluya, Dios nos engendró y nos compró!
Dios nos compró y le pertenecemos a El. Pero El nos deja en libertad. En cuanto a Su legítimo derecho y en cuanto a la redención, le pertenecemos a El, pero El no nos obliga a hacer nada. Si deseamos servir a las riquezas, El nos deja, y si queremos servir al mundo, El no nos detiene. Si queremos servir a nuestro vientre, Dios no nos lo impide, y si queremos servir a los ídolos, El nos permite hacerlo. Dios no se mueve; El espera hasta que un día le digamos: “Dios, soy Tu esclavo, no sólo porque me compraste, sino porque voluntariamente quiero serlo”. Romanos 6:16 nos habla del precioso principio de la consagración. Por favor, recuerden que no somos esclavos de Dios sólo por el hecho de haber sido comprados. “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis?”. Por una parte, somos Sus esclavos por haber sido comprados, y por otra, somos Sus esclavos porque queremos serlo voluntariamente. Hermanos y hermanas, en cuanto a la ley, venimos a ser Sus esclavos el día que fuimos redimidos. Pero en lo que respecta a nuestra experiencia, llegamos a ser esclavos de Dios el día en que voluntariamente le decimos: “Consagro mi ser a Ti”. “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien os obedecéis?” (v. 16). Por lo tanto, nadie puede ser siervo de Dios sin darse cuenta. Tenemos que consagrarnos a Dios antes de poder ser Sus siervos. Esta consagración debe ser nuestra decisión personal. Dios no nos obliga, y Pablo tampoco lo hace, sino que nos exhorta y nos suplica. Dios no nos presionará de ninguna manera. El desea que nosotros nos consagremos libremente a El.
Hermanos y hermanas, la vida vencedora está muy relacionada con la salvación. Cuando fuimos salvos, tuvimos el deseo espontáneo de consagrarnos. La vida que recibimos nos presiona para que nos consagremos. Toda persona que ha sido salva tiene el sentir de que debe vivir para el Señor, aunque en realidad no tiene la fuerza para hacerlo. Muchos asuntos le enredan y le impiden vivir para el Señor. Pero damos gracias a Dios por habernos dado a Cristo para que pudiéramos consagrarnos a El. Cuando estábamos muertos en pecado, no podíamos consagrarnos a El. Si continuamos viviendo en pecado después de ser salvos, todavía no podremos consagrarnos a El. Pero ahora que Cristo ha venido a ser nuestra vida y nuestra santidad, podemos consagrarnos voluntariamente a Dios.
El señor Panton contó en cierta ocasión que una joven esclava estaba a punto de ser subastada. Dos hombres estaban haciendo ofertas, y el precio subía cada vez más. Ambos eran hombres malvados, y la esclava sabía que iba a sufrir sin importar en manos de quien cayera. Ella lloraba y se lamentaba. De repente apareció otro hombre y se unió a la subasta. Los primeros dos hombres no pudieron ofrecer tanto como el tercero, y la muchacha fue comprada finalmente por el último. Inmediatamente el hombre llamó a un cerrajero y al hacer romper las cadenas de la joven, le declaró que estaba libre, con estas palabras: “No te compré para que fueras mi esclava, sino para que seas libre”. Con estas palabras se marchó. La muchacha quedó perpleja, sin entender qué estaba sucediendo. Dos minutos después volvió en sí y corrió hacia el hombre y le dijo: “Desde hoy en adelante, hasta que muera, seré tu esclava”. Hermanos y hermanas, así es el amor del Señor hacia nosotros. Nosotros somos constreñidos por Su amor para decirle: “Desde este día en adelante, seré Tu esclavo”. Hermanos y hermanas, Dios nos compró, nos crucificó y nos resucitó. Puesto que ya gustamos Sus compasiones y misericordias, debemos consagrarnos a El.
Romanos 6 nos manda que consagremos nuestros miembros a Dios, mientras que Romanos 12 nos manda que consagremos nuestros cuerpos a El. Estas dos consagraciones incluyen muchas cosas. Durante estos once días, hemos hablado de soltarlo todo y de creer y hemos dicho que cumpliremos con los requisitos de Dios y que expresaremos Su vida una vez que hagamos estas cosas. Lo que Dios requiere es que nosotros nos consagremos absolutamente a El. Este requisito lo incluye todo. Pero no podemos hacer esto por nuestra propia cuenta; sólo podemos hacerlo por el Cristo que vive en nosotros. Antes no podíamos hacerlo, pero ahora sí, por causa de Cristo. Puesto que recibimos Sus misericordias, podemos consagrarnos.
Cuando un hebreo compraba un esclavo, éste tenía que servir a su amo por seis años. Al séptimo año saldría libre. Pero si él decía que amaba a su amo y no quería salir libre, su amo lo llevaría ante los jueces, y le haría estar junto a la puerta o al poste, y luego le horadaría la oreja con una lesna. Así el esclavo serviría a su amo para siempre (Ex. 21:2-6). Hermanos y hermanas, Dios nos salvó y nos compró con sangre. No nos compró con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Su Hijo. Muchos cristianos piensan que deben servir a Dios por causa de su conciencia. Pero cuando vemos cuán precioso es el Señor, voluntariamente nos consagramos a El. Cuando le decimos al Señor que estamos dispuestos a ser Sus esclavos, El nos llevará a la puerta y contra el poste nos horadará la oreja con una lesna. El poste es el lugar donde fue aplicada la sangre del cordero pascual. Hoy somos llevados a sangrar allí mismo; también somos llevados a la cruz. Amamos al Señor y escogemos ser Sus esclavos para siempre. Al estar conscientes de que El nos ama, estamos dispuestos a servirle para siempre. No tenemos otra alternativa que declarar: “¡Señor, Tú me has amado, me has salvado y me has librado! Señor, ¡te amo y no puedo hacer otra cosa que servirte para siempre!”.
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