Los de corazón puropor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-2060-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Tanto amar a Dios como creer en El revisten la misma importancia. Tenemos que creer en El y amarlo; sólo entonces Su gracia, Su bendición y Su presencia descenderán sobre nosotros. Para que la gracia de Dios, la bendición de Dios y la presencia de Dios desciendan sobre nosotros, tenemos que amar a Dios. Por supuesto, quienes no creen en Dios tampoco lo amarán, porque para amar a Dios, primero tenemos que creer en El. Si lo amamos, nos volveremos a El. Todo el tiempo escuchamos a la gente decir que tenemos que esperar en Dios, pero esto no es correcto, ya que en realidad es Dios quien nos está esperando. Dios espera que nos volvamos a El para contestar nuestras oraciones y darnos poder. No somos nosotros los que estamos esperando a Dios, sino que es El quien nos está esperando. Tal como lo indica la ilustración anterior, la lluvia puede ser muy copiosa, pero si la taza está colocada boca abajo, ¿cómo podríamos esperar que el agua de lluvia llene la taza? Si una persona no está dispuesta a volverse a Dios, ¿cómo podrá la gracia de Dios descender sobre tal persona? Dios siempre está esperando que dejemos de mirar hacia la tierra y levantemos nuestro rostro hacia los cielos. Por lo tanto, no es el hombre el que tiene que esperar por la gracia de Dios, sino que es Dios quien está esperando que el hombre lo reciba como gracia cada día.
El problema es el siguiente: no es tan fácil que el corazón del hombre se vuelva a Dios. Solamente aquellos que han sido tocados por el amor del Señor pueden recibir con facilidad la gracia de Dios. Los que no tienen fe, obtendrán fe con facilidad después de consagrarse al Señor. Los que no tienen santidad, la obtendrán con facilidad una vez que se hayan consagrado. Aquellos que no tienen luz, la obtendrán fácilmente después de consagrarse. Los que no disfrutan de la presencia de Dios, la obtendrán después de consagrase. Los que no tienen poder, tendrán poder para su vida diaria después de haberse consagrado. Todo depende de que nuestro corazón esté vuelto o no al Señor. Si nuestro corazón se vuelve al Señor, entonces el Señor mismo, la gracia del Señor, la luz espiritual y las riquezas espirituales se derramarán sobre nosotros. Pero si nuestro corazón no se vuelve al Señor, incluso si el Señor nos concede gracia, será imposible que esta gracia entre en nuestro ser, tal como el agua de lluvia no pudo llenar la taza.
¿Qué es la consagración? La consagración es volverse a Dios. Antes, deseábamos algo aparte de Dios mismo; pero ahora, alentados por el amor del Señor en nuestro ser, nos volvemos a Dios y deseamos únicamente a Dios. Todo aquel que se vuelva a Dios de esta manera, tocará a Dios con facilidad y recibirá Su gracia. Si estamos dispuestos a entregarnos a Dios de esta manera, cuando oremos, dicha oración se convertirá en algo muy especial; cuando leamos la Biblia, ésta nos iluminará; y cuando prediquemos el evangelio, dicha predicación estará llena de poder. Un cristiano debería consagrarse completamente al Señor por lo menos una vez, si no varias veces. Entonces, si después de un lapso de tiempo siente que la consagración que hizo en el pasado no fue lo suficientemente absoluta, debe consagrarse completamente una segunda vez. Después de algún tiempo, puede ser que llegue a sentir que su segunda consagración tampoco fue lo suficientemente completa; entonces deberá consagrarse al Señor otra vez más. Incluso es posible que después de transcurrido un tiempo considerable, esta persona sienta que necesita volver a consagrarse al Señor de manera absoluta una vez más. Cuánto más se consagre al Señor de esta manera, más tocará al Señor y más lo ganará el Señor. Una persona como ésta andará en el camino del Señor y crecerá en vida cada día.
Una vez que nos hemos consagrado al Señor, debemos obedecer incondicionalmente el sentir del Señor. Después de habernos consagrado al Señor, nuestro ser interior será iluminado. Como resultado de ello, sabremos qué es lo que complace al Señor y obedeceremos tal sentir interior. Romanos 12:1 dice que debemos presentar nuestro cuerpo en sacrificio vivo a Dios. Si presentamos nuestro cuerpo a Dios de esta manera, el resultado será que sabremos cuál es la agradable y perfecta voluntad de Dios. Dios nos hará saber qué es lo que le complace y qué le desagrada. Cuando El haga esto, tenemos que obedecer incondicionalmente dicha sensación interior. Si un cristiano sólo presta atención a doctrinas y exhortaciones ajenas, pero no desarrolla el hábito de obedecer el sentir interior procedente del Señor ni anda en el camino del Señor, todo aquello que escuchó externamente no significará nada. Lo más precioso de un cristiano es que, después de consagrarse al Señor, tiene la capacidad de percibir qué es lo que agrada o desagrada a Dios, y es capaz de vivir en conformidad con tal sentir. Esto es lo más precioso en la experiencia de un cristiano.
Había una hermana a quien le gustaba vestir a la moda. Un día se entregó al Señor y le dijo: “Oh Señor, de ahora en adelante me consagro a Ti. No quiero nada que no seas Tú; ya sea que pueda vivir de esta manera o no, no me importa. Simplemente me entrego a Ti”. Dos o tres días después de orar así, se presentó a la reunión con un vestido muy a la moda. Nadie le dijo en ningún momento, ni tampoco había leído en la Biblia, que no debía usar ese vestido. Sin embargo, después de su consagración, cada vez que ella sacaba ese vestido de su guardarropas, sentía en su interior que no debía ponérselo. Ella no entendía por qué le sucedía esto, así que se detuvo un momento para analizar si era pecaminoso vestirse así. Después de sacar el vestido del guardarropas, el malestar que sentía por dentro persistió, y una vez que se lo puso se sintió aún más incómoda. Pero, ella razonó consigo misma diciendo que ya había ido antes a la mesa del Señor vestida así, y el predicador nunca le había dicho que no le era permitido vestirse de esa manera. Finalmente, esta hermana salió de su casa usando ese vestido.
Después que hubo salido de la casa, sentía que debía regresar, pero todavía no entendía por qué. Mientras caminaba, su ser interior argüía con ella: “Podías vestirte así en el pasado, pero hoy no. Otros pueden vestir así, pero tú no”. Verdaderamente, ella había perdido toda su paz interna. Cuando llegó a la entrada del salón de reuniones, el malestar apremiante que le urgía a regresar a casa la hizo sentir muy incómoda. No le fue posible acallar tal sentimiento, así que en ese mismo momento, mientras cruzaba el umbral del salón, retrocedió y decidió regresar a casa. Una vez que regresó a su hogar, se sintió completamente liberada debido a que su ser interior estaba en completa armonía con su hombre exterior. Cuando volvió al salón de reuniones vestida de otra manera, pudo disfrutar de esa reunión como nunca antes lo había hecho. Ese día, ella aprendió que verdaderamente es posible para el hombre vivir delante de Dios y en comunión con El.
Cuán lejos ha de llegar una persona en el camino del Señor, dependerá completamente de cuánto ella viva en la presencia de Dios. Una vez que nuestro corazón se vuelve a Dios, inmediatamente sentimos lo que Dios siente y sabemos lo que es de Dios y lo que no es de El. Esta clase de experiencia le es dada sólo a aquellos que andan en el camino de Dios. Esta clase de vivir no sigue los dictados de la vida humana natural, sino que está en conformidad con la vida divina en nuestro ser.
En otra ocasión, cierta hermana salió a comprar unas telas. En la tienda encontró una tela de lana y quiso comprarla, pero su ser interior le decía que no lo hiciera, sino que, en lugar de ello, enviara el dinero a cierto lugar para ayudar con la obra del Señor allí. Después de pensarlo por un rato, ella compró la tela, pero cuando llegó a su casa no sintió paz por tres días. Pasados los tres días, ella comentó este asunto con un hermano y le dijo: “Salí a comprar una tela, pero al final lo que compré fue un pecado”. Sucedió que ese hermano necesitaba justamente una tela como esa, así que le pidió que se la vendiera. Luego, esa hermana obedeció su sentir interno y ofrendó para la obra del Señor el dinero procedente de la venta de esa tela.
Tenemos que obedecer el sentir interior, de lo contrario, tarde o temprano tendremos que confesar ese pecado de desobediencia, tal como lo tuvo que hacer esa hermana. Esto nos muestra que los que andamos en el camino de Dios, por lo menos debemos prestar atención a ciertos asuntos, tales como: confesar detalladamente todos los pecados que cometimos ante Dios, tomar medidas exhaustivas con respecto a todos los pecados que cometimos ante los hombres y consagrarnos completamente al Señor. Al hacer esto, sentiremos por dentro la presencia del Señor, podremos tener comunión con El y sabremos cuál es el sentir del Señor. Una vez que conocemos el sentir del Señor respecto a algo, debemos obedecer todo lo que proceda del Señor. Cuanto más obedezcamos tal sentir, nuestro ser interior se hará mucho más sensible. Que el Señor tenga misericordia de nosotros. ¡Que el Señor nos salve de ser meramente oidores de doctrinas y haga de nosotros personas que andan en Su camino y que tienen un corazón vuelto hacia El!
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