Cristo crucificado, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3691-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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¿Qué significa el bautismo? El bautismo no es una ceremonia para afiliarse a la iglesia. Hay un libro que contiene preguntas y respuestas acerca de la iglesia que le dice a la gente que el bautismo es una ceremonia para afiliarse a la iglesia. Esta manera de hablar tiene un sabor “babilónico” y procede del espíritu de error que opera en el hombre. Estas palabras no provienen del Espíritu Santo en lo absoluto. La Biblia dice: “Una fe, un bautismo” (Ef. 4:5). El bautismo no es un ritual. ¿Qué es entonces el bautismo? Algunos dicen que por medio del bautismo somos sumergidos en la muerte de Cristo. Aunque no es errado decir esto, hay un requisito previo que debe cumplirse para poder ser sumergidos en la muerte de Cristo.
Muchas personas cuando leen Romanos 6 siempre pasan por alto una frase. Leen que han sido bautizadas en la muerte de Cristo y que han sido sepultadas juntamente con Él, pero pasan por alto la frase bautizados en Cristo Jesús. El versículo 3 dice: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?”. ¿Cómo podemos ser bautizados en la muerte de Cristo? Únicamente aquellos que han sido bautizados en Cristo pueden ser bautizados en Su muerte. Por consiguiente, ser bautizados es ser sumergidos en Cristo. Debido a que hemos sido bautizados en Cristo, estamos en Cristo y somos identificados con Él. De manera que cuando Cristo murió, nosotros también morimos.
Por ejemplo, supongamos que una tienda llamada Huang’s tiene una deuda de un millón de dólares, y que yo, sin estar enterado de ello, compro acciones y me convierto en un accionista de dicha tienda. Dos meses más tarde, alguien se me acerca y me pide que pague la deuda. Así que le digo: “No le debo nada a usted”. Entonces me pregunta: “¿No es usted accionista de la tienda Huang’s? Al decirle que sí, me dice: “Puesto que usted es un accionista de Huang’s la deuda de la tienda es suya también”. Debido a que me hecho accionista de Huang’s, el error de la tienda viene a ser mi error, y su deuda, mi deuda. En el mismo principio, cuando fuimos bautizados, fuimos bautizados en Cristo; por consiguiente, cuando Cristo murió, nosotros también morimos, y cuando Cristo resucitó, nosotros también resucitamos.
En el bautismo nosotros fuimos bautizados en Cristo. ¿Qué es ser bautizados? Es ser sumergidos en Cristo. Creer en el Señor es recibir a Cristo; cuando abrimos nuestro corazón para recibir a Cristo es cuando creemos en el Señor. Por medio del bautismo, nosotros fuimos sumergidos en Cristo, es decir, a partir de nuestro espíritu fuimos bautizados en Cristo. Si una persona entra en el baptisterio, pero no tiene la fe de encomendarse al Espíritu Santo, y aun así, se hace bautizar en Cristo por medio de la iglesia, su bautismo carecerá de sentido y de valor. El bautismo es un acto de fe y es mediante este acto de fe que somos bautizados en Cristo. No se trata de una forma o un ritual externo.
Muchos cristianos verdaderamente experimentan la presencia y la obra del Espíritu Santo en su bautizo. En el momento en que son bautizados están llenos de fe. En esta fe ellos realizan una acción externa: se entregan al Espíritu Santo mediante su fe. Así que, cuando son sumergidos en el agua, son bautizados en Cristo. Desde ese momento en adelante, son bautizados en Cristo y están en Cristo. La muerte de Cristo llega a ser su muerte, la resurrección de Cristo llega a ser su resurrección, y la experiencia de Cristo viene a ser su experiencia debido a que han sido identificados con Cristo.
Ahora pasaremos a considerar la segunda María. La primera María está relacionada con el nacimiento de Cristo, mientras que la segunda está relacionada con la muerte de Cristo. Todo aquel que desee permitir que Cristo nazca en él debe ser como la primera María. ¿A quién representa la primera María? A aquellos que aman a Dios al grado en que menosprecian su propia posición. El principio que Dios se hizo carne nos muestra que Él renunció a su posición. Si Dios se hubiera considerado a Sí mismo Dios, no se hubiese hecho carne ni hubiese entrado en el hombre. La razón por la cual Dios pudo hacerse carne era que se había despojado de Su propia posición. Por consiguiente, para que alguien pueda recibir a Dios dentro de sí, debe también estar dispuesto a renunciar a su posición. María renunció su posición como virgen y llegó a ser una mujer encinta. Si no fuera porque uno ama a Dios nadie estaría dispuesto a hacer esto. Todos aquellos que desean que Cristo entre en ellos deben igualmente estar dispuestos a renunciar a su posición.
La segunda María está relacionada con la muerte de Cristo. Muchos cristianos conocen acerca de la muerte del Señor, pero no entienden el significado de dicha muerte. En el Nuevo Testamento la muerte del Señor, o la cruz del Señor, es un tema sobresaliente. Pablo dijo que él se había propuesto no saber cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado (1 Co. 2:2). De un modo general, todo cristiano debería saber acerca de la muerte de Cristo, pero hasta el día de hoy son muy pocos los que verdaderamente la entienden. En los Evangelios el Señor les dijo a los discípulos repetidas veces que Él tenía que sufrir la muerte, pero ninguno de ellos escuchó, entendió o supo de lo que estaba hablando. Inmediatamente después de que el Señor les dijo a los discípulos que Él tenía que ir a Jerusalén para padecer la muerte y ser crucificado, los discípulos empezaron a discutir sobre quién de ellos sería el mayor.
La madre de los hijos de Zebedeo se acercó al Señor Jesús con sus dos hijos para hacerle una petición: que mandara que sus dos hijos se sentaran uno a Su derecha y otro a Su izquierda en Su reino. Ésta fue la respuesta de los discípulos después que escucharon acerca de la muerte del Señor. El Señor les preguntó: “¿Podéis beber la copa que Yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado? [...] Pero el sentaros a Mi derecha o a Mi izquierda, no es Mío darlo, sino que es para quienes está preparado” (Mr. 10:38, 40). El bautismo con el cual el Señor sería bautizado era Su muerte, y la copa que Él bebería se refería al derramamiento de Su sangre. El Señor les dijo a los discípulos muchas cosas, pero ellos no las entendieron. ¿Por qué no pudieron entenderlas? Porque amaban la vanagloria, la posición, la reputación y ellos mismos en vez del Señor. Es imposible que los que se aman a sí mismos conozcan la muerte del Señor.
De entre todos los discípulos del Señor había una hermana, María de Betania, la cual era diferente de los demás. Mientras los demás discípulos se amaban a sí mismos y no al Señor, esta hermana no se amaba a sí misma, pero sí al Señor. Por consiguiente, ella pudo entender las palabras del Señor que los demás discípulos no pudieron entender. Ninguno de ellos escuchó las palabras del Señor en cuanto a Su muerte, pero ella sí las escuchó. Ninguno se dio cuenta de qué hora era, pero ella sí supo que dentro de pocos días el Señor sería entregado en manos de pecadores y moriría, y por consiguiente, aprovechó aquella oportunidad para derramar el ungüento sobre el Señor. Judas, el discípulo que amaba el dinero, la reprendió, diciendo: “¿Por qué no fue este ungüento vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?” (Jn. 12:5). Esta clase de persona no puede conocer al Señor. Si una persona siempre está regateando por un poco de dinero y calculando las cosas materiales, su amor acabará siendo reducido a nada por sus calculaciones. Una persona así no podrá conocer al Señor. María amó al Señor a tal grado que no hizo cuentas. Si uno lleva un libro de cuentas, no hay amor. Cuando uno ama de verdad, no hay contabilidad.
Judas es la única persona en todo el Nuevo Testamento que sabía de contabilidad. ¿Estaba María confundida? Por supuesto que no, era Judas quien estaba confundido. Unos días más tarde mientras Judas traicionaba al Señor Jesús, él regateó y pidió que le dieran treinta piezas de plata. Ese día debe haber sido influenciado por su práctica de llevar cuentas. Muchas veces cuando una persona tiene una mente muy lúcida y es muy buena para calcular las cosas, se le dificulta conocer la muerte de Cristo por cuanto no conoce lo preciosa y dulce que es la muerte de Cristo. Tampoco alcanza a comprender cuán grande es la salvación ni cuán gloriosa es la liberación que se obtiene a través de la muerte de Cristo. Debido a que no conoce la muerte de Cristo no tiene aprecio por ella.
Sin embargo, el Señor testificó de esta hermana, María, diciéndoles a los discípulos que no la molestaran pues lo que ella había hecho con Él era una buena obra. El Señor además les dijo que a los pobres siempre los tenían con ellos, y que siempre podían hacer buenas obras con ellos cuando quisiesen, pero que a Él no siempre lo tendrían. Lo que ella había hecho con el Señor no fue un desperdicio. Más aún, el Señor les dijo a los discípulos: “Dondequiera que se proclame el evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella” (Mr. 14:6-9). Éste puede considerarse el segundo evangelio, que es predicado simultáneamente con el amor del Señor al morir. El primer evangelio declara que el Señor Jesús murió por nosotros, y el segundo evangelio dice que nosotros hemos conocido y comprendido Su muerte.
Aquellos que no aman al Señor no pueden tener la experiencia descrita en Romanos 6. La experiencia que se nos describe en Romanos 6 es la experiencia de morir con Cristo. De entre los discípulos María era la única que fue configurada a la muerte de Cristo, pues tuvo la experiencia de morir con Él. De entre tantos seguidores, solamente María conoció, apreció, experimentó y gustó de manera anticipada la muerte de Cristo. ¿Por qué es éste el caso? Porque ella era María, y María nos habla del hecho de amar al Señor. Únicamente aquellos que aman al Señor le permitirán a Él nacer en ellos; únicamente aquellos que aman al Señor conocerán la muerte del Señor; y únicamente aquellos que aman al Señor podrán conocer Su resurrección.
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