Llevar fruto que permanece, tomo 2por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6315-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En primer lugar debemos ejercitar nuestro espíritu; luego, debemos invocar el nombre del Señor. Cuando combinamos estos dos, tenemos la oración. Entonces Dios puede manifestarse por medio de nosotros en nuestro vivir, y nosotros echamos mano de la vida eterna y permitimos que Cristo sea nuestra gracia. De este modo, llegamos al séptimo asunto en el que debemos ejercitarnos, que es ser equipados con las Escrituras. Toda la Escritura es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16), es la exhalación de Dios. Para nosotros las Escrituras son la Palabra, pero en realidad ellas son la exhalación de Dios, la expresión de Dios mismo. Por consiguiente, hoy, cuando leemos la Biblia, debemos hacerlo de tal modo que respiremos. Dios exhala, y nosotros inhalamos. Mediante este exhalar e inhalar nosotros somos vivificados.
Nosotros no simplemente leemos la palabra de Dios, sino que la leemos con oración, es decir, oramos-leemos la palabra de Dios. Juan 3:16 dice: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no perezca, mas tenga vida eterna”. No debemos simplemente leer este versículo o memorizarlo. Esto únicamente hará que nuestra mente se vuelva complicada, y no nos dará vida. Debemos ejercitarnos para convertir este versículo en oración: “Oh Dios, Tú amas al mundo. Oh Dios, ¡Tú amas al mundo!”. Cuanto más oramos, más sentimos decir: “Oh Dios, Tú me amas. Gracias por amarme”. De este modo, somos vivificados y recibimos la vida contenida en la palabra. Orar-leer de esta manera es respirar. El hablar de Dios es Su exhalación, y nuestra lectura de Su palabra con un espíritu de oración es nuestra inhalación. Al inhalar y exhalar, recibimos vida.
El octavo asunto en el que debemos ejercitarnos es depender del Espíritu Santo que mora en nosotros. Aunque 1 y 2 Timoteo son epístolas sencillas, ellas contienen el pensamiento de que el Espíritu mora en nosotros. Pablo le encargó a Timoteo que guardara el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros (2 Ti. 1:14). En griego, la palabra depósito es semejante al dinero que está guardado en un banco. Si nos ejercitamos en los primeros siete asuntos, muchas cosas buenas serán depositadas en nosotros. Al mismo tiempo, debemos depender del Espíritu Santo que mora en nosotros para que guarde este depósito en nosotros de manera segura. No debemos guardarlo simplemente en nuestra mente mediante nuestra memoria, sino mediante el Espíritu Santo. Aunque tenemos un gran depósito espiritual en nuestro interior —Dios, el Señor y la palabra—, si no dependemos del Espíritu Santo que mora en nosotros, sino que andamos conforme a nuestra voluntad, este depósito interno será anulado. Debemos vivir y andar conforme al Espíritu Santo que mora en nosotros para poder guardar el depósito en nosotros, el cual es de Dios, es espiritual y es bueno.
El noveno asunto que requiere nuestro ejercicio es trazar bien la palabra de verdad (2:15). La palabra griega traducida trazar se usaba originalmente en la carpintería, y significaba cortar la manera con serrucho de manera recta y exacta. De la misma manera, cuando “serruchamos” la verdad hoy, debemos cortarla de manera recta y exacta sin tergiversación, ni desviación ni distorsión alguna. Muchas personas presentan la verdad de manera distorsionada. Su enseñanza no es recta sino distorsionada. Como obreros de Dios y como aquellos que le sirven, debemos trazar bien la verdad.
El décimo asunto que requiere nuestro ejercicio es hablar conforme a la economía de Dios. Hoy muchos cristianos, además de no saber predicar conforme a la economía de Dios, no saben en qué consiste la economía de Dios. Muchos ni siquiera saben que en la Biblia existe tal cosa llamada “la economía de Dios”. La palabra economía también puede traducirse como plan, arreglo o administración doméstica. Los chinos describen a una persona culta y competente como alguien que está “lleno de economía en sus partes internas”, lo cual implica que está lleno de planes y preparativos.
Si una persona desea conocer la economía de Dios, primeramente necesita conocer al Dios Triuno. La razón es que Dios en Su economía es triuno. Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Padre es la fuente, el Hijo es la expresión y el Espíritu es la forma en que Él entra en nosotros. El hecho de que Dios sea triuno le permite a Él impartirse en nosotros. La Trinidad Divina tiene una impartición divina, y lo que Él imparte en nosotros es el Dios Triuno mismo como nuestra vida para regenerarnos, santificarnos, transformarnos, a fin de que seamos conformados a la imagen de Su Hijo primogénito y lleguemos a ser los muchos hijos de Dios. La suma de los muchos hijos es el Cuerpo de Cristo, el cual es la expresión de Cristo, y los constituyentes del Cuerpo son los muchos miembros, los muchos santos, quienes desempeñan su función en las iglesias locales con miras a que el Dios Triuno sea expresado. Ésta es la economía de Dios.
Lamentablemente, el cristianismo ha perdido casi por completo la verdad crucial de la economía de Dios. Incluso la verdad fundamental del evangelio se predica de una manera que no está a la altura de la norma de las Escrituras. Le damos gracias al Señor porque recientemente pudimos imprimir un folleto apropiado para la predicación del evangelio, El Misterio de la vida humana. Este folleto nos dice que el hombre fue creado por Dios para ser Su vaso, Su recipiente, apto para contener a Dios, quien entra en el espíritu del hombre. Solamente esta verdad del evangelio corresponde a la economía de Dios. Todos debemos aprender a predicar el evangelio de esta manera. No debemos predicar tomando un poquito de aquí y de allá de los sesenta y seis libros de la Biblia, pues al final esto dejará a las personas con una vaga impresión de la Biblia.
Por ejemplo, algunas personas han recalcado la práctica de lavar los pies, la cual se menciona en Juan 13. Ellos han enseñado que antes de participar de la “santa comunión”, primero deben lavarse los pies unos a otros. Debido a que ellos insisten en esta práctica, han terminado por convertirse en la denominación del “lavamiento de los pies”. En todos los sesenta y seis libros de la Biblia, lo único que ellos han visto es la práctica de lavar los pies en Juan 13. Ellos afirman que ésta es la única manera de amarnos los unos a los otros y condenan a los que no practican esto. Según ellos, sin el lavamiento de los pies, no podemos expresarnos amor los unos a los otros, y si no nos amamos mutuamente, los demás no pensarán que somos discípulos del Señor y, por tanto, no seremos dignos de tomar la cena del Señor. Esta enseñanza es el resultado de no predicar la economía de Dios.
También ha habido interminables debates sobre si se debe bautizar por aspersión o por inmersión. Algunos incluso han dicho que debemos seguir las pisadas del Señor Jesús, bautizando a las personas únicamente en el río Jordán, puesto que fue allí que Él fue bautizado. Algunos han dicho que puesto que el río Jordán es tan largo, debemos hacer un estudio histórico para determinar en qué parte del río el Señor se bautizó. Esta clase de debates carece de significado y también es el resultado de no hablar conforme a la economía de Dios. Cuando contactemos a las personas debemos recordar que no debemos discutir sobre ese tipo de cosas. En vez de ello, debemos predicar la economía de Dios. Únicamente la economía de Dios edifica a las personas.
Una vez que pongamos en práctica los diez asuntos que hemos mencionado, el resultado final es que seremos santificados. La santificación significa que llegamos a ser Dios en vida y en naturaleza mas no en Su Deidad. En los años pasados, esta verdad causó gran revuelo entre los cristianos en los Estados Unidos. Como hijos de Dios, hemos sido engendrados de Dios. Por naturaleza, los perros engendran perros, los gatos engendran gatos, y los tigres engendran tigres. Incluso entre los seres humanos, las personas dan a luz hijos del mismo color. Una persona da a luz conforme a lo que ella es. Puesto que fuimos engendrados por Dios, ciertamente somos “dioses”, es decir, hijos de Dios, que son iguales a Él. Por supuesto, esto no se refiere a la persona divina de Dios, la Deidad, como el objeto de adoración del hombre. Al afirmar esto nos estamos refiriendo a la vida y naturaleza de Dios. Es en vida y naturaleza que somos iguales a Dios. Todo hijo es igual a su padre en vida y naturaleza, pero eso no significa que el hijo sea el padre. Asimismo, nosotros somos hijos de Dios y, por ende, iguales a Dios, pero eso no significa que tengamos el mismo estatus y persona de la Deidad. Dios no sólo nos ha engendrado, sino que además de ello, está llevando a cabo una obra de santificación en nosotros. Es por medio de la santificación que Él nos transforma.
Como resultado de todo lo anterior, sabremos cómo conducirnos y cómo salir y entrar en la casa de Dios, que es la iglesia. Eso significa que en la casa del Dios sabremos cómo relacionarnos con los diferentes tipos de personas, cómo tener comunión con ellas, cómo recibir su ayuda y cómo cuidar de ellas.
Todo lo mencionado anteriormente son asuntos en los cuales nosotros, los que estamos aprendiendo a servir al Señor, debemos ejercitarnos. En conclusión, quienes salgan a tocar a las puertas para conducir a las personas a la salvación y bautizarlas deben tener el mismo espíritu de los atletas olímpicos. Antes de competir en los juegos, los atletas se preparan cada día. Luego, en el momento del juego, están sumamente alertas y se esfuerzan para hacer las cosas lo mejor que puedan. Si no se empeñan así, no ganarán el premio. Cuando nosotros salgamos, debemos tener esta clase de espíritu. Además, debemos laborar y hablar absolutamente conforme a la manera en que hemos sido adiestrados. Debemos laborar y hablar únicamente al grado en que hemos sido enseñados. De este modo, sin lugar a dudas nuestro servicio será eficaz.
(Mensaje dado el 17 de febrero de 1987 en Taipéi, Taiwán)
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