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Iglesia como el Cuerpo de Cristo, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4182-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 15 de 21 Sección 2 de 3

SUJETARNOS A LA AUTORIDAD
DEL SEÑOR COMO CABEZA

En cuanto a la autoridad de la Cabeza, debemos ver que Cristo es la Cabeza, que debemos darle el lugar que le corresponde a Él como Cabeza, y que debemos reconocer Su autoridad. Debemos reconocerlo a Él como Cabeza en todas las cosas, sean grandes o pequeñas. Debemos darle a Él toda autoridad, sujetándonos a Su autoridad. Si todos los hermanos y hermanas hicieran esto, no habría más fricciones entre los miembros ni ninguna discordia en nuestra coordinación. Las fricciones a menudo son el resultado de no sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Tenemos muchas opiniones, y nos gusta entronizarnos a nosotros mismos en lugar de cederle a Cristo el lugar que le corresponde como Cabeza. Debemos reconocerlo como la Cabeza aun en asuntos tan insignificantes como recoger las invitaciones evangélicas. Debemos crecer en todo en Él, es decir, debemos sujetarnos a la autoridad de la Cabeza en todo, reconocerlo a Él como la Cabeza que tiene la autoridad en Sus manos, y permitir que Él gobierne. Entonces, espontáneamente, la coordinación entre nosotros será armoniosa, placentera y hermosa.

Aunque estos ejemplos parezcan triviales, debemos prestar atención a este principio básico. No debe ser que escuchemos a los ancianos mientras ellos estén presentes y no escuchemos a nadie cuando ellos estén ausentes. Si escuchamos únicamente a los ancianos y a ciertos hermanos que han sido designados, estamos fundamentalmente equivocados. Nuestra sumisión a la autoridad delante del Señor no es sujetarnos a los ancianos, sino sujetarnos a la autoridad de la Cabeza. Nuestra sumisión a los ancianos es el resultado de habernos sujetado a la autoridad de la Cabeza. Debemos reconocer que la autoridad de la Cabeza se manifiesta en cada miembro. Por consiguiente, debemos sujetarnos a cada hermano y hermana, y no solamente a los ancianos, porque la autoridad de la Cabeza se manifiesta en cada miembro. No debemos sujetarnos a los hombres, sino a la Cabeza y a la autoridad de la Cabeza, la cual está presente en cada miembro.

Una persona que verdaderamente se sujeta a la autoridad de la Cabeza es alguien que crece en todo en aquel que es la Cabeza. Si este problema básico se resuelve, desaparecerán todas las dificultades que surgen en nuestra coordinación. Nuestra carne perderá su lugar, y nosotros seremos salvos cuando nos sujetemos a la Cabeza. Por consiguiente, el requisito básico de la coordinación del Cuerpo es que nos sujetemos a la Cabeza y crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza.

CADA MIEMBRO EJERCIENDO SU FUNCIÓN

Efesios 4:16 dice: “De quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”. Las frases por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida hacen referencia a que cada miembro tiene su propia función y ejerce su función según su medida. Si un miembro no ejerce su función, se convierte en un problema en el Cuerpo. Por ejemplo, usar nuestras manos es algo muy natural y espontáneo. No obstante, si lastimamos una de nuestras manos, de tal modo que no pueda ejercer su función, definitivamente sentiremos que nuestra mano se ha convertido en una verdadera molestia. Aplicando este mismo principio, si uno de los miembros no ejerce su función, esto ocasionará muchos problemas en la coordinación del Cuerpo.

La coordinación del Cuerpo se basa en nuestra relación con la Cabeza, en nuestra sujeción a la Cabeza y a que crezcamos en todo en aquel que es la Cabeza. También depende de nuestra capacidad para ejercer nuestra función. Cada uno de nosotros tiene su propia función, y nuestra coordinación depende de que ejerzamos nuestra función conforme a nuestra medida. Nuestra capacidad para ejercer nuestra función depende de cuánto hemos sido disciplinados, derribados, y de cuánto de Cristo ha sido edificado en nuestro ser. Según Efesios 4:16 cada coyuntura posee su suministro y su función; la función de las coyunturas en el Cuerpo es proveer el suministro. En las iglesias muchos han recibido la gracia de ser coyunturas del rico suministro, a fin de que el suministro pueda fluir a otros miembros.

Además, cada uno de nosotros tiene una función particular y utilidad en el Cuerpo. Si hemos de ejercer nuestra función, ello dependerá de cuánto hayamos sido derribados por Dios y de cuánto de Cristo haya sido edificado en nosotros. Si no hemos sido derribados por Dios ni edificados con Cristo, no podremos brindar ningún suministro ni seremos útiles, y esto hará que la coordinación en el Cuerpo sufra pérdida. Nuestra coordinación no consiste simplemente en exhortarnos y animarnos unos a otros con nuestras palabras. Cuando todos ejerzamos nuestra función según nuestra medida y liberemos el rico suministro que está en nuestro interior, la coordinación del Cuerpo se manifestará poderosamente entre nosotros.

Es posible que un hermano sea una coyuntura que le brinda suministro al Cuerpo. Cuando él ministra la palabra, Cristo, la Cabeza, provee el suministro al Cuerpo. Sin embargo, sólo existe una manera para que él pueda ministrar la palabra a otros: siempre debe permitir que Dios lo derribe y edifique a Cristo en su interior, sometiéndose a la autoridad de la Cabeza y creciendo en todo en aquel que es la Cabeza. Él entonces podrá ministrar las palabras que el Cuerpo necesita en el tiempo oportuno, predicando la palabra de Dios, de modo que el Cuerpo pueda ser unido y entrelazado para la edificación de sí mismo. Si el suministro de la palabra está ausente, el Cuerpo no podrá ser edificado. El Cuerpo recibe el suministro y se une por medio de las palabras del ministerio. Esto no es sólo un suministro, sino una unión. Si al Cuerpo le hace falta el suministro, estará desconectado y no podrá ser edificado.

El Cuerpo está desconectado cuando le hace falta el suministro. Algunas iglesias locales han perdido la armonía y no tienen una coordinación placentera porque carecen del suministro de la palabra. Aquellos que debieran ministrar la palabra no están cumpliendo su función, porque no permiten que Dios los derribe ni edifique a Cristo en ellos, y porque tampoco han aprendido a crecer en todo en Cristo, la Cabeza. Como resultado, no pueden brindar un suministro abundante a otros, y su función no se ha manifestado debidamente. Por consiguiente, el Cuerpo espontáneamente es dispersado, y la unión y entretejimiento del Cuerpo se debilita. La coordinación de la iglesia será sólida y hermosa únicamente cuando los hermanos que ministran la palabra manifiesten su función delante del Señor a fin de suministrar a los santos la palabra de Dios en cualquier momento.


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