Cómo administrar la iglesiapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6251-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En 1 Timoteo 3:16 se dice: “Grande es el misterio de la piedad”. El misterio de la piedad es el misterio de Dios que entra en el hombre y se une al hombre. Al mismo tiempo, este misterio es piadoso. La definición de la palabra traducida piadoso en el léxico bíblico es “como Dios, semejante a Dios”. Es un término bíblico que tiene que ver con el hecho de ser como Dios o semejante a Dios. Cuanto más expresamos la semejanza de Dios en nuestro vivir, más somos como Dios; cuanto más vivimos como Dios, más piadosos somos. Una persona piadosa es una persona que es como Dios. Por lo tanto, siempre que leamos acerca de la piedad en la Biblia, debemos tener la noción de ser como Dios. El misterio de Dios manifestado en la carne es el misterio de que el hombre sea semejante a Dios. El misterio de Dios que entra en Sus criaturas es el misterio de la piedad. Cuando no tenemos este misterio, no somos como Dios. Pero si tenemos el misterio de Dios manifestado en la carne y de los hombres de carne que se unen a Dios, entonces nosotros, hombres de carne, podemos ser como Dios. Esto es la piedad, y esto también es un misterio.
Si les decimos a las personas que tenemos a Dios en nosotros, ellas dirán que estamos locos, porque este asunto es un misterio demasiado grande. El mundo no conoce ni ve ni entiende esto. Dios hecho carne es un gran misterio. Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, Él era un misterio. En Su porte exterior, Él era un judío que creció en Nazaret, pero interiormente había una historia que aún no se había manifestado: aún había un misterio. Un día Él murió y entró en la muerte; fue en aquel entonces que el misterio fue manifestado. Después que resucitó y ascendió, Él, como Espíritu Santo, entró en nosotros, y de ese modo también llegamos a ser parte del misterio.
Cuando predicamos el evangelio, testificamos a las personas que tenemos un tesoro en nosotros, el cual aun la persona más noble del mundo no puede obtener (2 Co. 4:7). Cuando Jesús de Nazaret estuvo en la tierra, Él era un misterio entre los hombres. Hoy en día los cristianos también son un misterio entre los hombres, un misterio incomprensible para ellos. Cuando ellos nos ven partiendo el pan, cantando, alabando y orando juntos, dicen: “Estas personas están locas; ellas cantan y gritan, y dan gracias y ofrecen alabanzas. ¿Qué es lo que realmente han visto?”. Ellos no saben ni entienden lo que estamos haciendo. Éste es el misterio de Dios manifestado en la carne.
Todos sabemos que la iglesia es Dios manifestado en la carne. La vida que propagamos nos representa a nosotros mismos. Cuando las personas ven a nuestros hijos, ellas más o menos pueden darse cuenta de quién son hijos, porque nuestros hijos en cierto modo se parecen a nosotros. A la gente de Fukien le gusta tener hijos. Para ellos no es suficiente tener un hijo, sino que también están dispuestos a adoptar a otro niño. Sin embargo, hay una diferencia entre un niño engendrado y un niño adoptado. Por ejemplo, el hermano Lin tiene un niño biológico que tiene su apellido Lin y tiene dos niños adoptados también con el mismo apellido. Si los tres estuvieran aquí, podríamos distinguir entre su hijo biológico y sus niños adoptados simplemente al mirarlos. Un hijo es la expresión de aquel que lo ha engendrado. La iglesia es la casa de Dios, el lugar donde Dios está y, como tal, es la manifestación de Dios en la carne. En esta casa podemos ver a Dios, no un Dios en el aspecto individual, sino al Dios que está en Sus hijos, esto es, en muchos hombres de carne. Esto es la iglesia.
Cada vez que nos reunimos, somos la manifestación de Dios en la carne. Cuando las personas ven que nuestras reuniones son tan buenas, ellas dicen que Dios ciertamente está entre nosotros (1 Co. 14:25). Dios está entre nosotros; nosotros ciertamente tenemos a Dios en nuestras reuniones. Toda persona salva es la manifestación de Dios en la carne. Cuando algunas personas ven que nosotros nos reunimos todos los días, se preguntan cómo podemos soportarlo. Pero no se dan cuenta de que no podemos vivir sin reunirnos. En cuanto salimos del trabajo, vamos al salón de reuniones. Esto es algo misterioso y sorprendente a los ojos de los hombres. La iglesia no es un salón de reuniones; la iglesia es Dios manifestado en la carne, la casa de Dios, el lugar donde la vida de Dios es propagada. Esto es un gran misterio, el misterio de la piedad.
Además de esto, 1 Timoteo 3:16 dice: “Justificado en el Espíritu, / visto de los ángeles, / predicado entre las naciones, / creído en el mundo, / llevado arriba en gloria”. Estos cinco asuntos nos hablan de Cristo y también de la iglesia. Cristo es la manifestación de Dios en la carne en el aspecto individual, y la iglesia es la manifestación corporativa de Dios en la carne. La Cabeza de la manifestación de Dios en la carne es Cristo, y el Cuerpo de esta manifestación es la iglesia; sólo cuando estos dos —la Cabeza y el Cuerpo— se unen, la manifestación puede ser completa. Por consiguiente, este versículo se refiere tanto a Cristo como a la iglesia. Dios manifestado en la carne significa que Cristo está en esta manifestación. Estos cinco asuntos no se refieren únicamente a Cristo ni únicamente a la iglesia; en vez de ello, hablan al mismo tiempo de Cristo y la iglesia, puesto que los dos no pueden ser separados. Por lo tanto, cuando predicamos a Cristo, predicamos la iglesia, porque la iglesia es Cristo.
Hay quienes dicen que nosotros hemos perdido nuestro vigor para predicar el evangelio, que únicamente nos gusta escuchar mensajes acerca de Cristo y la cruz y sólo queremos recibir revelación. Esto pone en tela de juicio el poder de nuestra predicación del evangelio. Si el fervor y el entusiasmo de nuestra predicación en el pasado provenían de Cristo, entonces los mensajes que son dados acerca de Cristo y la cruz deben hacernos aun más fervientes para la predicación del evangelio. Sin embargo, si el poder de nuestra predicación era un reemplazo de Cristo, entonces cuando Cristo se manifieste entre nosotros, el reemplazo se desvanecerá. La predicación apropiada del evangelio consiste en que la iglesia, en calidad de Cristo, predique a Cristo. Cuando les decimos a las personas que crean en Cristo, la iglesia en realidad está también diciéndoles que crean en la iglesia. El versículo 16 dice: “Él fue [...] predicado entre las naciones, creído en el mundo”. La iglesia, sin embargo, no es predicada entre las naciones, ni es creída en el mundo, sino que más bien Cristo es predicado entre las naciones y creído en el mundo.
Hay dos maneras de predicar a Cristo: una es predicar al Cristo que murió, resucitó y ascendió, y la otra es predicar al Cristo que murió, resucitó, ascendió y ahora vive en nosotros. Una manera es predicar al Cristo ascendido, y otra es predicar al Cristo que vive en nosotros. “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Debido a que Cristo vive en nosotros (Gá. 2:20), nosotros somos Cristo. Así, cuando predicamos el evangelio, somos Cristo, y todo lo que predicamos es Cristo. Si hacemos esto, nuestra predicación del evangelio tendrá otro sabor, y cuanto más escuchemos mensajes acerca de Cristo y la cruz, más predicaremos el evangelio.
En Hechos, los que predicaban el evangelio, los que predicaban a Cristo, eran Cristo; incluso las iglesias que predicaban a Cristo eran Cristo. Únicamente cuando vemos esto podemos entender el libro de Hechos. En Hechos los doce apóstoles, los ciento veinte y Esteban predicaban a Cristo, pero al mismo tiempo eran Cristo. ¿Podríamos separar a los ciento veinte de Cristo? ¿Podríamos separar a Esteban de Cristo? Es por ello que Saulo, cuando se encontró con Cristo, escuchó una voz del cielo que le decía: “¿Por qué me persigues?” (Hch. 9:4). Cuando Saulo estaba persiguiendo a Esteban y a los otros cristianos, él estaba persiguiendo a una entidad representada por el complemento me; cuando Saulo perseguía la iglesia estaba persiguiendo a este me.
Así pues, los que predicaban a Cristo eran Cristo, y las iglesias y los apóstoles que predicaban a Cristo también eran Cristo. Debemos ver que aquellos que predicaban el evangelio en Hechos, aquellos que predicaban a Cristo, eran Cristo. Cuando Cristo era creído en el mundo, ellos eran creídos en el mundo; cuando Cristo era predicado entre las naciones, ellos eran predicados entre las naciones; cuando Cristo fue visto por los ángeles, ellos fueron vistos por los ángeles; cuando Cristo fue llevado arriba en gloria, ellos también fueron llevados arriba en gloria. Cristo estaba unido a ellos y Cristo vivía en ellos; por consiguiente, para ellos, el vivir era Cristo. Debemos tener muy claro este asunto; de lo contrario, no sabremos lo que estamos haciendo en la iglesia.
Es preciso que oremos a Dios pidiéndole que nos muestre lo que la iglesia es en naturaleza, función y contenido. La iglesia es la casa del Dios viviente, es donde Su vida es propagada, donde Él puede expresarse y manifestarse, y donde Él encuentra reposo. Más aún, la iglesia es Dios manifestado en la carne. El misterio de la piedad es grande porque la iglesia es uno con Cristo y está mezclada con Cristo; así fue en el pasado, y sigue siendo así en el presente. La iglesia es justificada en el Espíritu, vista de los ángeles, predicada entre las naciones, creída en el mundo y llevada arriba en gloria. Esto es la iglesia.
A fin de administrar la iglesia, es imprescindible ver lo que es la iglesia. Eso es lo que el Espíritu Santo nos comunica en 1 Timoteo 3:15-16. Si queremos administrar la iglesia y servir a la iglesia, debemos ver que la iglesia es un asunto de gran trascendencia. Debemos ver esto para saber cómo conducirnos en la iglesia si el Señor tarda en regresar.
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